Peter, el perro que escapó de sus captores para volver a casa
Se lo llevaron en un auto a toda velocidad; su familia pasó seis meses buscándolo pero él logró encontrarlos antes, aunque casi pierde la vida en el intento
La búsqueda duró seis meses: pedidos en la radio, avisos en la tv, carteles por las calles de Mar del Plata. Silvia agotó todas las posibilidades tratando de encontrar a Peter, su amado collie de 5 años que había sido arrebatado de la puerta de su casa. La escena fue tan rápida que el vecino y único testigo no pudo hacer nada. Un auto se detuvo, alguien bajó, tomó al perro y huyó a toda velocidad.
Peter había llegado a la casa como un regalo de los padres para Silvia y sus hermanos. Eran épocas de juego en la calle y puertas abiertas. La mamá mandaba al perro a comprar el pan con una bolsa y una nota. Él iba obediente y se paraba frente a la puerta de la panadería. Como el dueño del local lo conocía bien, tomaba la bolsa, la cargaba y se la ponía otra vez en la boca para que volviera a la casa. “Era era parte de nuestra vida, lo llevábamos a todos lados, iba con nosotros de vacaciones, dormía con mis hermanos o conmigo, y cuando yo estaba triste, se daba cuenta y se me pegaba”, recuerda Silvia.
En los meses de rastreo no surgió ni una pista que los guiara para dar con su amigo de cuatro patas. Después de agotar todas las fórmulas, la familia parecía haber perdido las esperanzas.
Peter y el mar
Una tarde de domingo, los tíos de Silvia paseaban por la costa (eran habituales sus caminatas disfrutando la vista al mar), cuando a lo lejos un tumulto de gente llamó su atención. Estaban todos reunidos en la playa alrededor de algo o alguien a la altura del monumento a Alfonsina Storni y se veía que debatían entre ellos. La curiosidad hizo que los familiares de Silvia se acercaran y escabulleran entre el tumulto para ver qué pasaba.
Cuando la tía llegó al centro de la ronda quedó atónita: un perrito con un lazo mordido en el cuello, débil y muy lastimado yacía en la arena. La señora abrió los ojos y parpadeó como si se encontrara ante un espejismo. Ese animal herido y lleno de tristeza era Peter. El collie enseguida la reconoció y aunque no tenía fuerzas para levantarse, la miró y comenzó a llorar de alegría. “Entre el llanto del perro y la emoción de mis tíos, lo subieron al auto y lo trajeron a casa. ¡No podíamos creerlo! Después de tantos meses, volvió guiándose por la playa, por el mar, y sucumbió cerca de las piletas Punta Iglesias que era lo que más conocía”, relata Silvia.
No hubo mucho tiempo para celebrar el reencuentro porque todavía Peter corría peligro: tenía la melena totalmente cubierta de abrojos y plumas de aves, lastimaduras hechas por alambres de púa y las almohadillas de las patas en carne viva por haber caminado muchos kilómetros. “Cuando mis tíos lo trajeron a casa, lloraba él y nosotros también. Le dimos agua, lo pusimos sobre una manta y lo llevamos al veterinario”, revive la dueña del perro.
Peter tuvo que pasar por un largo proceso para recuperarse. Fue necesario pelarlo porque era imposible quitar los abrojos prendidos a su piel y hubo que vendarlo para que le sanaran las patas. El resto del tratamiento fue con la mejor medicina: el cariño de su familia. “Por suerte pudimos curarlo. Yo creo que nuestro amor lo hizo escapar de sus captores y buscarnos. Después de muchos años de ese acontecimiento que nos marcó a todos, Peter murió de viejo en el seno de su familia, dejándonos los mejores recuerdos de fidelidad y el amor incondicional de una mascota amada”, concluye Silvia.
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