Un problema que afecta el aprendizaje y aún sigue invisibilizado
Las cifras son alarmantes. Es el síntoma de un tejido social dañado, y la complejidad y profundidad del fenómeno no admite que podamos evadir nuestra responsabilidad. Nos interpela. La ausencia de reglamentación de la ley de bullying la convierte en un papel sin valor. Este vacío repercute en la falta de cifras oficiales y, como consecuencia, la problemática permanece invisible.
Recopilar información es el primer paso para sustentar el desarrollo de políticas públicas y criterios unánimes de respuestas. No es posible seguir pensando que se trata de una fuerza extraña que irrumpe desde afuera y que podemos emparchar con algún producto.
No son casos aislados. Puede ser cualquiera que opine en una red social o que cuelgue una foto. Puede causar daños con secuelas permanentes o incluso llevarse vidas. La catarata de insultos y el hostigamiento suelen escalar sin freno. No hay instrumentos válidos que nos puedan explicar cómo actuar, qué hacer o a quién recurrir.
El problema excede las soluciones de programas antibullying importados de países como Finlandia. Aunque estos resultan interesantes por ser sistemáticos, parte de su éxito en su país de origen se basa en la previa existencia de una ley de bullying.
Por otro lado, el costo de la licencia, su disponibilidad en inglés y la ausencia de validación de su metodología en nuestro país nos hace cuestionar si como solución resulta parcial. En la Argentina el problema es estructural. Hace síntoma en las escuelas, donde dificulta la motivación, alienta el ausentismo y perjudica el aprendizaje. Hemos creado un modelo que se basa más en la competencia que en la cooperación, más en el tener que en el ser, más en el consumo que en la creatividad.
Diversas variables históricas llevaron al sistema educativo a educar para la homogeneización con acento en la vieja dicotomía entre lo académico y lo emocional. Son muchos los frentes que requieren atención para lograr un cambio de paradigma. Un abordaje integral y una implicación de todos.
La educación tiene el poder de mediar para integrar lo que hemos proyectado si no queremos repetir el circuito de exclusión propio del bullying o, lo que es lo mismo, la proyección de las diferencias. Los significados ya no pueden ser monolíticos. Deben trascender las contradicciones.
La autora es psicóloga y especialista en bullying
Ximena Tobías
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