
Una villa puntana caracterizada por un microclima diferente
En ocho años la población de Merlo se duplicó; los nuevos habitantes son en su mayoría porteños y llegaron al valle tentados por un ambiente muy especial
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MERLO, San Luis.- Todos hablan del famoso microclima y algo hay de cierto. Otros prefieren referirse a esta villa turística como la maravilla puntana y es una rotunda verdad.
Será por eso que los viejos algarrobos, quebrachos y chañares, esos árboles que callan sabiamente y sólo hablan cuando sopla el viento, están rodeados de casas y de miles de personas que vinieron como para abrazarlos, aferrándose a su naturaleza.
Es que eso pasó aquí, en Merlo. En sólo ocho años su población se duplicó: de 6200 habitantes pasó a tener más de 13.000.
No fue el índice de natalidad lo que produjo el fenómeno; no, imposible. Fueron personas que anduvieron de paso y volvieron para quedarse. Otros que oyeron hablar de un lugar con arroyos de agua clara, cerros, plantas y cabañas de madera casi iguales a los conocidos del Sur, pero sin un invierno tan crudo.
Y los porteños fueron en su mayoría los que respondieron al llamado de este valle situado en la falda occidental de las sierras de los Comechingones, en el norte de San Luis.
Fue como si hubiesen escuchado al máximo poeta puntano, Antonio Esteban Agüero, con sus versos del lugar, su "Romancero aldeano", o cantándole al viejo algarrobo, ese tremendo árbol que con 800 años de edad se encuentra más vivo que nunca y admirando a todo el turismo que se acerca a verlo. El "Algarrobo abuelo", le dicen, o el "Algarrobo de los Agüero".
Y al que el poeta, que nació casi bajo su sombra, le escribió:"Padre y señor del bosque, abuelo de barbas vegetales, yo quisiera mi canto como torre para poder alzarle en tu homenaje..."
Así fue como miles de turistas se convirtieron en lugareños, se establecieron, principalmente, operando los rubros prestatarios de servicios, como hosterías y restaurantes.
De turistas a parroquianos
Entonces hoy Merlo cuenta con 44 hoteles, tres recientemente inaugurados. Ofrecen allí 2600 plazas, más otras 1600 en los campings, y al mismo tiempo se levantaron tantas casas que actualmente hay 3500 camas en chalets en alquiler.
Con la gente vino el auge de la construcción, por fortuna bastante bien urbanizada y paisajísticamente atractiva.
La tierra pasó a tener otro valor. De cinco pesos que costaba el metro cuadrado de un terreno pasó a valer 20.
Millie, propietaria junto con su marido de la hostería La india blanca, hace un año cambió su vida: "Llegamos, compramos el terreno y una casa, la ampliamos y hoy tenemos once habitaciones. Es un trabajo de temporada; después, descansamos nueve meses".
Basta otro dato: de las 100 casas que se ponían en alquiler en 1996, ahora la cifra pasó a 400. De los 120.000 turistas que vinieron en 1997, la cantidad se elevó a 150.000 durante el año último.
Por eso no se podría equivocar en decir que esta ciudad fue una de las que tuvieron el mayor crecimiento del país en la última década.
El poeta de los algarrobos
Vicente Orlando Agüero Adaro, sobrino del poeta, es un filósofo que vive en la zona de Piedra Blanca, donde está el "Algarrobo abuelo". Dice que pertenece a la decimotercera generación de pobladores de la zona. Camina alrededor de la gigantesca planta y recuerda que por allí hubo indios comechingones, que pasó el Chacho Peñaloza...
"La poesía y el paisaje fueron los que comenzaron a traer gente a Merlo -relata-. Después vino lo del microclima, que según explicaba mi amigo, el meteorólogo José Alberto Mercau, no tiene que ver con la temperatura, sino que esta tierra cuenta con una radiactividad tonificante que se traslada en beneficio de la salud de la gente."
Y parecería que la razón se la diera Damiana Vega, una descendiente de los comechingones que hace 109 años nació sobre los cerros y que todavía permanece allí, a más de 1000 metros de altura.
Longeva y visitada
La anciana es visitada por la gente y se ha convertido en una atracción más de los circuitos turísticos.
Ella sólo pide una colaboración en pesos a los visitantes que llegan y a cambio les vende algún dulce de durazno, muestra sus cabras y cuando habla de sus conocidos o de quienes la cuidan repite:"Son todos mis santos".
Después, Damiana señala un crucifijo sobre la puerta del rancho, mira al Cristo y agrega:"Pero ése es mi mayordomo".
Por la tarde, el filósofo vuelve al árbol y cuenta que sus ramas "soportaron varios rayos". Al lado del gigante está su casa.
Agüero Adaro observa su tierra y asegura: "Por tradición familiar, nada de esto me pertenece. Todo es de mis hijos y un día tendrá que ser de los hijos de ellos".
Microclima sanador
Pero volviendo al mito del microclima, convendría rescatar una explicación más ajustada. Merlo no es un valle cercado por una herradura de cerros en el que uno penetra y deja de tener frío o calor. No, las temperaturas oscilan como en todos lados, nada más que con un clima seco y sin índices muy extremos.
Los científicos explican que hay una existencia elevada de oxígeno proveniente de la cara sur de los árboles, donde no pega el sol y prospera una capa de líquenes que favorece la presencia de buen aire en óptimas proporciones.
También hablan de ionización negativa, que hace sentir a la gente alegre y bien dispuesta.
Los expertos agregan que "por un raro privilegio, en Merlo la radiactividad se da en forma natural y atmosférica y en una proporción que no resulta perjudicial".
Dicen entonces que esto, sumado a la poca humedad del ambiente, la protección de la sierra contra los vientos y una regular temperatura media de 20 grados, provoca "buen ánimo en la gente, y hasta resulta sanador". Eso es todo.
Lo auténticamente real es que la gente lo quiere, lo elige y lo vive casi con la emoción de aquel poeta épico Antonio Esteban Agüero, "el capitán de los pájaros", que un día le dijo a la sierra: "Sierra mía, sierra de Comechingones,/con tu piedra deja que yo te corone./Porque siempre, buena, custodias mi villa/con dura paciencia de madre sencilla./Y nos das el agua, y nos das el viento/Sano y doloroso de tu buen aliento..."





