Apps estelares y un blooper astronómico
Luego de unos cuantos años de dormitar en su caja, debido a numerosas urgencias que me obligaron a posponer su estreno oficial (lo había probado apresuradamente en un par de ocasiones), el último fin de semana mi telescopio quedó finalmente listo para ponerse a trabajar.
Se preguntarán qué tiene que ver un telescopio con las computadoras. La respuesta tiene dos partes. Por un lado, en este caso en particular, la mitad del telescopio es una computadora. Por otro, me encanta revelar mis bloopers en público. Y en esta historia se encontrarán con uno épico. Dos, tal vez. Ahí vamos.
Algunas especificaciones técnicas primero. Este telescopio es un reflector de 1200 milímetros. Eso significa que el tubo tiene casi la altura de una persona y es bien pesado. Se puede armar a solas, teniendo una cautela quirúrgica, pero es mucho más sencillo trabajar de a dos.
La otra mitad del equipo es una una montura ecuatorial computarizada que va sobre un robusto trípode. Es decir, puede orientarse y seguir cualquier objeto de su catálogo de forma automática. En la frase anterior se esconde una falacia, que con el paso de las horas habría de crecer y dar resultados, por lo menos, cómicos. Ya llegaré a eso.
La montura tiene incluso un conector para el puerto serial de una computadora; con un buen software de observación, como Stellarium, se puede controlar el telescopio. Fantástico, pero, como reza el adagio, del dicho al hecho hay mucho trecho. Sobre todo cuando hacés algo que sabés que no deberías estar haciendo. Esto es, seguir las instrucciones de un manual sin pensar, sin razonar y sin espíritu crítico.
Coloso milimétrico
Grosso modo, los pasos por seguir para poner un telescopio en marcha son engañosamente simples. El primero es armar el trípode. Puesto que estamos hablando de observar puntos de luz que están muy, pero muy lejos y que ocupan una porción insignificante del cielo, la estabilidad de la base es esencial. Así que disponer el trípode constituye por sí un esfuerzo físico importante. Luego hay que nivelarlo. En mi caso, viene con un instrumento de burbuja integrado, lo que facilita el procedimiento. Llama la atención, sin embargo, lo complicado que resulta encontrar una superficie 100% horizontal en este planeta.
A continuación hay que instalar la montura sobre el trípode, lo que lleva dos segundos; el último paso, aquí, es orientar la montura con el eje polar, es decir, con una de las líneas paralelas al eje de rotación terrestre. Hice todo según el manual y, sin embargo, estaba todo mal. Pero sigo.
Etapa final: instalar el tubo sobre el riel de la montura, donde dos tornillos lo mantendrán firmemente sujeto. Dadas sus dimensiones, y puesto que un telescopio es un instrumento de muchísima precisión, esta parte es crítica y debe hacerse con muchísima lentitud y extremo cuidado. No queremos golpearlo, créanme.
Una vez ensamblado hay que balancear el conjunto en dos de sus ejes; algo que, como adelanté, resulta un poco complicado con equipos grandes y pesados. Obviamente, hay una ventaja en que un telescopio sea así de masivo, pero el hecho es que hay que lidiar con esta suerte de paradoja en la que necesitamos calibrar una máquina enorme para que haga trabajos milimétricos.
Por fin, ahí lo tenía, listo para iniciar la alineación de la montura. Esto es, usar algunas estrellas notables para terminar de orientar correctamente el equipo. Así que encendí la computadora de la montura, tomé el control, ingresé las coordenadas del observador (que saqué del GPS del celular), la fecha, la hora y ese tipo de cosas. Luego le dije que iniciara la alineación empezando por Sirio, y entonces el telescopio hizo una pirueta rara y terminó apuntando a cualquier lado. Imaginé que se trataba del balanceo, y sí, había algo de eso. Lo corregí. Pero de todas maneras el pobre telescopio no parecía tener idea de dónde estaba parado. Y, de cierta forma, esa era la situación.
Buscando a ciegas
Como saben, lo mío no es la paciencia y, por añadidura, mi cabeza suele resolver los problemas en segundo plano. Sabía que había algo redondamente mal. Sabía asimismo que estaba haciendo algo que no me gusta: seguir una receta a ciegas. Pero lo dejé reposar en mi mente, sin enfocarme más en la cuestión.
Entre tanto, esa noche, observamos la Luna, que parecía estar al alcance de la mano; Venus, que se veía no sé si menguante o creciente, y Júpiter, siempre solmene. Todo muy lindo, a pesar de que había un poco de bruma, pero me fui a dormir oyendo el ruidito de los engranajes de mis neuronas, que intentaban encontrar qué era lo que podía estar tan mal con la alineación del telescopio.
Al día siguiente tenía claro algo: no había ningún problema en el equipo, en la computadora, en la montura o en el procedimiento en general. El problema estaba en obedecer sin pensar. Así que le escribí a mi amigo Guillermo Abramson, investigador del Conicet, jefe de la División de Física Estadística e Interdisciplinaria del Centro Atómico Bariloche, y autor de En el cielo las estrellas (Edinuc, 2016), un extraordinario libro de divulgación sobre astronomía que recomiendo enfáticamente, y que lleva el mismo nombre que su blog, que es una delicia para los que amamos observar el cielo. Guillermo tomó también, con su propio telescopio, la magnífica foto de la Nebulosa de la Laguna que abre esta columna. Si alguien podía darme una pista acerca de lo que ocurría, era él.
Al ratito, me mandó un extenso texto, fiel a su estilo; es decir, didáctico, claro y bellamente escrito. Pero al llegar al tercer párrafo me detuve en seco.
–No puede ser –dije en voz alta, en medio de la Redacción. Hice un ruidoso #facepalm, me apostrofé de varias maneras, ninguna simpática, y el resto del día me la pasé esperando volver a casa y corregir el blooper garrafal que había cometido al alinear el telescopio. Todo, insisto, por seguir una receta sin pensar.
Patas para arriba (o casi)
El trípode de estos equipos tiene una N grande y vistosa, que uno debe apuntar –obviamente– al norte. ¿Por qué? Hasta que me escribió Guillermo, no me lo había preguntado (mala mía), pero es bastante simple, y tiene que ver con la pequeña falacia del principio. Un telescopio no debe seguir una estrella. Debe contrarrestar la rotación terrestre. Para eso una montura ecuatorial necesita alinearse con el eje polar, la línea imaginaria en torno a la cual rota el planeta.
En el hemisferio norte la N del trípode debe apuntar al norte, y luego hay que alinear la montura con un poco más de precisión hacia la estrella Polaris, que queda casi exactamente en el polo celeste boreal. ¿Y en el sur? En el sur tenemos nuestro propio polo celeste, el austral, que es más difícil de encontrar, porque no tenemos algo equivalente a Polaris, pero Guillermo me tranquilizó. "Para la observación visual no es imprescindible que la alineación polar sea perfecta."
El problema era que, sin pensar, sin cuestionármelo, había seguido las instrucciones y había apuntado el trípode ¡al norte!
Listo, lo dije. He ahí el blooper astronómico. El primero, al menos.
Cuando volví a casa, hice lo que Guillermo me había indicado, con torpeza y bastante poco rigor, debido a la ansiedad, pero esta vez, por fin, el telescopio se orientó más o menos hacia la zona en la que estaban las estrellas que le indiqué en el mando electrónico. Necesitaba balancearlo mejor y esas cosas, pero, al entender por qué se hacía necesario alinearlo con el eje polar, había descubierto que la montura había estado convencida hasta ese momento de que se encontraba en otro hemisferio.
Apps salvadoras
Pero, además de inquieto, soy bastante indolente con lo que, a primera vista, me parece innecesariamente complicado. El 99% de las veces, alguien que sabe del tema me explica el porqué de esa complicación. Y entonces la acepto, sin más. En el caso del polo celeste austral (o el boreal, para el caso), algo me decía que tenía que haber una forma más simple de encontrarlo y orientar con mucha precisión la montura.
Una vocecita en mi cabeza me decía: "Han estado haciendo las cosas así por siglos, muchacho". A lo que le respondía: "Sí, pero durante todo ese tiempo no tenían teléfonos inteligentes".
Exacto, si hoy puedo ingresar en la computadora del telescopio mis coordenadas de geolocalización, con errores ridículos de seis o siete metros, gracias al GPS de mi teléfono, ¿no habría acaso una app que me mostrara la ubicación de los polos celestes?
Bueno, caramba, claro que sí. Y no sólo eso. Una de ellas es de las primeras que instalo en el teléfono. Se llama Sky Map y en los teléfonos compatibles (tienden a ser los más costosos) permite apuntar el teléfono al cielo y ubicar con notable exactitud un extenso catálogo de estrellas, planetas y demás. Sky Map no es de Google, como algunos creen. Fue desarrollado en Google, pero sus autores abrieron el código y hoy siguen desarrollando la app, pero por fuera de Google.
Después de tanto lidiar y romperme la cabeza con unos manuales que parecían escritos con la firme intención de confundir al lector, descubrí que todo lo que tenía que hacer era alinear el teléfono con el eje de la montura hasta que en la pantalla quedara centrado el polo celeste. El austral. Casi como si me estuviera tomando el pelo, Sky Map exhibía las siglas PS bien claras en la pantalla del teléfono, cuando la montura quedó correctamente alineada.
Otra buena app para hacer esto es KStars Lite, creada por la comunidad KDE. Sí, la misma del clásico Escritorio para Linux. Incluye 100 millones de estrellas, 13.000 objetos del espacio profundo, así como satélites, cometas, asteroides y, algo muy interesante, la posición de supernovas. Además, da soporte completo a la interfaz para controlar instrumentos astronómicos, cuyas siglas en inglés son INDI.
Así que no sólo había puesto el cielo patas para arriba, por así decir, sino que había tenido desde hacía años en el bolsillo una forma sencilla de alinear (o poner en estación, como se dice en la jerga) el telescopio. #facepalm de nuevo.