La vida después de Uber
La discusión acerca de Uber en Buenos Aires parece estar monopolizada por el asunto de su legalidad. Pero de fondo hay una cuestión mucho más pesada que incluso poco tiene que ver con la aplicación en sí: no es tanto que los usuarios amen subirse a sus coches sino que prefieren no subirse a un taxi.
Uber es una empresa por demás cuestionable. Su modelo de negocios es prácticamente un dibujo , los juicios y conflictos en todo el mundo no hacen más que amontonarse y el descontento por su catálogo variopinto de abusos no deja a la empresa bien parada. Incluso con el recambio de su CEO, el panorama es reservado. Pero difícilmente esto pase por la cabeza de los usuarios al pedir un auto.
La empresa se lanzó con el eslogan "el chofer privado para todos" y es exactamente bajo esa engañosa consigna que se ganó a sus adeptos. No debería sorprendernos que los derechos laborales de sus conductores no le quiten el sueño a quienes siguen eligiendo la aplicación: en el capitalismo de las aplicaciones, bajo el tamiz de las bellas interfaces, a nadie le importa mientras se cumpla lo que dice la pantalla.
Pero fuera de quizá algunos conductores de Uber entusiasmados, no hay una genuina militancia a favor de la aplicación. A lo sumo, hay muchas personas que descubrieron que viajar por la ciudad no tenía por qué ser una situación nefasta. El efecto que el hábito de pedir viajes con el celular genera va mucho más allá de las contingencias presentes. En cambio, tiene mucho más que ver con una experiencia que de algún modo resulta familiar, prácticamente natural para el modo en que hacemos otras cosas a diario.
Como quizá demuestra la notable adopción de Cabify en la ciudad (que opera legalmente), los usuarios porteños no están casados con nadie. Simplemente quieren poder pedir un viaje a algún lado sin sentir que les están haciendo un favor, sabiendo que, en primer lugar, siempre hay un tercero al que pueden reclamarle por algo que haya sucedido durante el viaje, que puede resarcirlos si algo salió mal o salir en su defensa. Además, de forma automática y sin engorro pueden compartir detalles de su viaje. Y, finalmente, pueden evaluar la forma en que se les brindó el servicio bajo la promesa de que si algo estuvo mal puede ser corregido.
Lo descrito no tiene ningún misterio, ni siquiera está protegido bajo patentes. Son básicamente las reglas básicas del juego en el mercado de apps para viajes con chofer. No importa realmente si Uber va a poder instalarse legalmente en el país o si será arrancada de raíz y enviada a hacer negocios a otro lado. Tampoco importa qué pase con Cabify o la siguiente que venga a probar suerte en la ciudad. La historia de Uber en Buenos Aires sobre todo tiene que ver con mostrarle a un montón de gente que ciertas cosas podían ser muy distintas.
Es ligeramente paradójico que si bien de los taxistas nos llega constantemente el mensaje acerca de la ilegalidad de Uber sean algunos de ellos los que salieron "a cazar autos" con rifles de aire comprimido. Bajo qué lógica esto podría ser buena idea es algo que me escapa. En el imaginario porteño califica con mayor gravedad dispararle a alguien que evadir impuestos, aunque ninguna de las dos cosas sea legal.
No hay buenos motivos por los cuales usar estas apps sea necesariamente mejor que tomar un taxi. Un posible desenlace de la llegada de Uber y Cabify al país, y quizá tan solo un sueño, era que los taxis finalmente se pusieran al día. Que la experiencia de viajar no fuera tan mala, que se pudiera incorporar el uso de tecnología tan masiva como un teléfono celular en vez del precario taxímetro. ¡Que se pudiera pagar con tarjeta! Pero ante la obvia opción de mejorar se optó por anular a la competencia, perpetuando la mediocridad. Sí, existe una aplicación oficial para los taxis porteños (BA Taxi). No es obligatoria, por lo que encontrar un taxi que la use no es sencillo.
Toda la discusión acerca de la legalidad de Uber es por demás necesaria y no debería haber empresas operando en la ciudad sin un marco regulatorio adecuado. Pero dejar de lado el principal motivo por el cual miles y miles de personas optan por apañar esta ilegalidad, a riesgo de pasar un mal momento, solo se explica por la alternativa que desean evitar: viajar en taxi.
Se debe discutir la legalidad de Uber, su modelo de negocios, los derechos laborales de sus conductores e incluso si queremos que la aplicación opere o no en el país, pero esto no debería usarse para demorar la discusión de fondo respecto de cómo operan los taxis locales.
Hilando fino, si las características esenciales de apps como Uber o Cabify mencionadas más arriba no son intrínsecamente ilegales, ¿por qué no pueden incorporarse de forma masiva? ¿Acaso no es posible que los taxis mejoren? ¿No hay nada del manual de Uber que los taxis puedan incorporar para ganarse de una buena vez el visto bueno de los usuarios?
Si nos guiamos por lo que está pasando en Mendoza, recursos legales para que Uber funcione correctamente en el país existen. La respuesta legislativa en este caso atiende un punto fundamental: se debe dar respuestas ante "el avance de la demanda del servicio de transporte y sus formas de prestación". Las reglas de juego para empresas prestadoras de estos servicios, como corresponde, pueden ser establecidas por los legisladores de cada lugar. No es fácil encontrar motivos por los cuales en Buenos Aires no pudiera suceder algo parecido.
Gritar "¡ilegal!" no hace que mágicamente un servicio desfavorecido mejore. Lo que los usuarios porteños quieren es poder viajar con un chofer de un punto a otro, pudiendo pagar de una manera cómoda, teniendo a quién reclamar si algo sale mal, pudiendo mostrarle a quienes quieren en tiempo real su viaje y en cuánto tiempo van a llegar. Pero sobre todo buscan no ser sujetos a maltratos, poder confiar en el estado del auto en el que viajan y saber que alguien les cuida la espalda. Nada de esto es exclusivo a Uber, ni Cabify, ni la siguiente app que aparezca.
Si en la ciudad a la que llegó Uber no hubiera este descontento con los taxis, no nos sorprendería nada de lo que la app ofrece. Sería una opción más pero no una tan distinta a lo existente. Sin embargo su adopción en la ciudad solo puede explicarse por el descontento que supieron explotar.