Construido entre 1895 y 1898 por el lionés Héctor Guimard fue el primer edificio de viviendas de de su estilo arquitectónico de París.
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Si alguna vez admiraste las estaciones del metro de París, ya sabés algo de Héctor Guimard (1867-1942), el arquitecto lionés que desafió la estética “monótona” de la Ciudad de la Luz, aquella que propulsaron Napoleón III junto con el Barón Haussmann entre 1852 a 1870. La misma que consiguió modificar también las fachadas de los edificios particulares bajo el potente argumento de que cada construcción no debía ser tratada como una pieza individual sino como parte de un aspecto urbano unificado. Tejados a 45º, un patrón de líneas horizontales -balcón, cornisa- que se repite de frente en frente, sucesivamente, como un continuo; la desaparición de las ornamentaciones, de las salientes importantes en pos de la uniformidad.
Después de algunos años, en las calles se rumoreaba una necesidad de cambio. En 1898, la ciudad organizó una competencia en busca de la fachada más bella y original. El premio fue, ni más ni menos, que para Castel Béranger (1895-1898), el edificio que Elisabeth Fournier le había encargado a Guimard. Cuenta la historia que poco después de comenzar la obra, el arquitecto viajó a Bruselas donde descubrió la revolucionaria Casa Tassel, de Víctor Horta (ver LUGARES 254). Esta construcción gatilló la inspiración de Guimard al punto de que modificó los planos originales para terminar de consolidar su propio estilo y convertir a esta propiedad del Distrito 16 en una joya del Art Nouveau. Su propuesta era la contracara de la de Haussmann. La fachada de Béranger se asemejaba más a la casa de un libro fantástico inspirado en la naturaleza, absolutamente ajena a la simetría y a la angulación, amnésica de la uniformidad. Era un muestrario del poder estético que logra la combinación armónica de diferentes materiales. Piedra tallada, ladrillos rojos, hierro y cobre fundidos, madera y vidrios policromados detonaron la monotonía haussmanista sin dejar de lado las condiciones higiénicas y de luminosidad de la vivienda.
El diseño de Guimard tomó, también, muchos elementos del estilo gótico, como las torres en las esquinas, los ornamentos con figuras de máscaras y demonios en las barandas de los balcones. Tan llamativas eran estas últimas que las señoras mayores se persignaban al pasar frente a la propiedad. La última pieza que colocó Grimaud fue la puerta de entrada. Con su extravagante diseño en hierro forjado y cobre, es la que da paso a este microcosmos, donde desde los tiradores de las puertas, hasta el mobiliario, las carpinterías y las tapicerías, llevan su distinguido sello. Guimard no tuvo discípulos, tampoco se construyó un museo en su memoria, pero sí dejó entre sus obras este monumento histórico (1992) que amerita un paseo a tranco lento por este barrio parisino.
Nota publicada en julio de 2017.


