Coronavirus. Por qué es clave seguir el modelo de Costa Rica para recuperar el turismo
¿Quién se hubiera imaginado, hace apenas seis meses, que para mitad de año -plenas vacaciones de invierno en el hemisferio sur y de verano en el hemisferio norte- el turismo mundial estaría paralizado? Pero lo que se creía ciencia ficción (mientras solo algunos científicos tachados de agoreros advertían que podía materializarse en la forma de un virus letal o una pandemia) se hizo realidad. Frente a la constatación, a la industria turística -alcanzada en el corazón por el flechazo del Covid-19- no le queda más remedio que reinventarse. Cómo hacerlo es la pregunta del millón, y para responderla muchos empiezan a mirar qué hicieron los destinos más previsores. Probablemente ellos tengan la clave del día después.
En el cinturón de América
Costa Rica es un país pequeño: un poco más que dos veces la provincia de Tucumán, y apenas el 0,03% de la superficie terrestre de nuestro planeta. Sin embargo, concentra el 6% de la biodiversidad del globo y cuenta con un 25% del territorio bajo algún grado de protección. Tiene interés en hacerlo: además de la actividad agropecuaria, que exporta productos tan tradicionales de la región como café, cacao y bananas, el turismo -muy anclado en el ecoturismo- creció hasta convertirse en la principal actividad económica para el PIB costarricense. En ese tipo de turismo, basado en sustentabilidad, están puestos los ojos del desarrollo futuro de la actividad en todo el mundo: ya nadie discute que las pandemias están vinculadas con el abuso de la naturaleza.
Volcanes, valles, bosques donde anidan quetzales, manglares, playas caribeñas: si algo no falta en Costa Rica son escenarios para el turismo natural y de aventura, que atrae especialmente a visitantes estadounidenses y europeos (con repercusión en un alto nivel de gasto turístico). Recientemente la prensa se hizo eco de la historia de una familia de Londres que tuvo que cancelar su viaje a Costa Rica por el coronavirus y recreó para sus hijas, en el subsuelo de su casa, una selva tropical de papel donde pudieron seguir soñando con avistajes de fauna. "Estamos presentes en la mente de los turistas potenciales en nuestros principales mercados. Al recordar Costa Rica, en estas semanas de confinamiento sanitario en sus países, el nuestro destaca por la diversidad de los atractivos naturales y la biodiversidad", asegura el Instituto Costarricense de Turismo (ICT). El video de la selva de papel se hizo viral y parece darle la razón.
Virgilio Espinoza Rodríguez, responsable del departamento de Responsabilidad Social del ICT, recuerda que el organismo tiene dos programas vinculados con el turismo natural: el principal se llama Certificación para la Sostenibilidad Turística y el segundo es Bandera Azul Ecológica, destinado a la protección de las playas del Caribe y el Pacífico. "Desde la década del 80 hasta ahora logramos, como pioneros, desarrollar una serie de esquemas vinculados con la naturaleza. Nos consolidamos en el ecoturismo, que en nuestro país nace de la observación de los bosques, pero poco a poco lo pulimos hasta lograr presentarlo al mundo como turismo sostenible, y luego pasamos a desarrollar un segmento importantísimo: la visitación no solo de la naturaleza sino también de una serie de comunidades con rasgos culturales y sociales muy particulares", explica.
Todo indica que es allí donde está la clave del turismo posCovid: naturaleza, sostenibilidad. Pero Costa Rica tiene claro que el desafío posterior a la pandemia se une con otro que parece haber quedado en segundo plano en estos meses: el cambio climático, que ya hace sentir su impacto en todo el globo, y el pequeño país centroamericano no es una excepción.
Turismo, agricultura y emisiones
Frente a la realidad del recalentamiento global, el ICT trabaja para que "el empresario turístico entienda que el árbol vale más teniéndolo en pie que cortándolo. El árbol en pie puede ser visto muchísimas veces; el árbol que ya no está ya no se ve. El empresario lo comprendió y logró no solamente fortalecer las áreas naturales alrededor, que pertenecen al Estado, sino que ese mismo Estado generó también la protección de pequeñas reservas y algunos parches de bosque que ellos tienen. En este momento, quien tenga un bosque pequeño recibe equis cantidad anual para proteger ese bosque, porque sabe que el turista va a visitarlo y recorrer sus senderos. Puede vender ese bosque a la mañana para observar aves; a la tarde, para recorridos recreativos; y a la noche, en un tour nocturno donde se ven diferentes especies de aves, anfibios o mamíferos. El empresario gana en todo momento, protege vende, cuida y recibe una remuneración del Estado a través de la protección de esa franja de bosque".
Por otro lado, Costa Rica eligió otro modelo para que el turista mismo aporte a la actividad: en lugar de tasas de estadía, habituales en otros destinos, creó programas que le proponen al visitante si quiere destinar una suma de dinero a proteger, por ejemplo, un metro cuadrado de bosque. Y quien acaba de experimentar ese bosque está mucho más predispuesto a colaborar en su conservación.
Avistaje de aves
El avistaje del quetzal la mítica ave centroamericana, es un buen ejemplo de esta protección: aunque está en peligro de extinción en el resto de América Central, se lo puede ver a corta distancia en el magnífico entorno que brindan los valles encajonados del Parque Nacional Los Quetzales y los bosques circundantes. La región está rodeada por otros valles donde se cultiva café y otras plantas tropicales, de manera sustentable, con el menor impacto posible sobre los ecosistemas: allí se encuentra la Coopedota, una de las más activas de Costa Rica, una cooperativa famosa por la altísima calidad de su café (llegó a cotizar los 30.000 dólares el quintal frente a 110 dólares promedio del mercado). La cooperativa, situada en el pueblo de Santa María de Dota, es famosa también por su café "cero carbono". Cada año -explica Andrés Piedra, responsable de Comunicaciones- renovamos nuestra certificación de carbono neutro. Compensamos nuestra huella con campañas de reforestación, campañas de limpieza comunal y cuidando todos los aspectos de nuestra cadena, desde la producción de agua hasta la de energía".
Lo mismo pasa en otros valles, cerca de un pueblo llamado Buenos Aires, no muy lejos de la frontera con Panamá. Allí las hermanas Graciela y Edith Naranjo tomaron las riendas de las buenas prácticas y fundaron la cooperativa Tierra con Esencia de Mujer. Desde sus fincas en San José la Amistad cultivan bananas y otros productos tropicales; además abren sus emprendimientos orgánicos a visitantes que pueden participar en la recolección de jengibre, café, plátano y muchas otras plantas de nombres exóticos como ñamp o tequisque. Una experiencia directa con la naturaleza, entre valles donde los cultivos se alternan con bosques nativos que se prestan para avistajes de fauna (además de los perezosos que se acercan confiados a la finca) y experiencias de turismo donde la palabra recurrente es sustentabilidad.
El beneficio es triple: para la agricultura, la naturaleza y quienes viven del turismo. Y cuando la naturaleza cede espacio a las actividades humanas casi no se nota: muchas veces, los cafetales reciben su necesaria sombra de árboles nativos como el poró. Renato Alvarado Rivera, ministro de Agricultura costarricense, subraya que la región del Valle de Dota aspira a convertirse en el primer lugar de Centroamérica en ser nombrada Sitio Importante para el Patrimonio Agrícola Mundial (Sipam) por la FAO. "Está claro que hoy la descarbonización se convierte en un instrumento de desarrollo país y generación de riqueza. Si bien el 25% del territorio nacional está bajo algún esquema de conservación, la forma de seguir avanzando en la recuperación del suelo y las áreas forestales es fruto de la sinergia entre la producción agropecuaria y la reforestación", explica Alvarado Rivera.
En este contexto, agrega, "estamos retomando el cacao, un producto autóctono que sufrió el problema de la monilia y que ahora tiene gran demanda. Estamos recuperando las variedades ancestrales y asociándolo con la arborización, ya que el cacao necesita sombra". El proyecto de la Costa del Chocolate, en la costa del Caribe, también se desarrolla en este marco. En Talamanca, Andreas Cordero Ramírez cultiva cacao hoy tal como lo hacía su familia hasta la aparición de la monilia: hoy se utilizan variedades híbridas resistentes pero se recuperaron las formas tradicionales de cultivo, y su finca forma parte de una red de 40 proyectos que permiten al viajero conocer el proceso desde el cultivo hasta la degustación del chocolate. Para Maikol Sosa Vargas, asesor del ministro de Agricultura, la Costa del Chocolate es un buen resumen de la voluntad costarricense de integrar naturaleza, turismo y producción: los productores -explica- "están procurando tener bosque en su cultivo, y diversificarlo. E intentan trabajar con técnicas agrícolas sostenibles, orgánicas, que no utilicen químicos. Entonces tendremos un producto que no sea solo para consumo humano, sino que también se favorece el regreso de especies nativas. Mientras tanto sobre el Pacífico, en la zona de Jacó, hay fincas ganaderas que hacen enormes esfuerzos por adaptarse al cambio climático haciendo cosecha de agua y desarrollando prácticas para reducir la huella de carbono.