Estas son las historias de cinco argentinos, que no se conocen entre ellos, pero siguieron el mismo destino. Cansados de sus rutinas de vida urbana, lograron poner punto final y empezar de nuevo en una playa paradisíaca, lejana, idílica, donde viven y trabajan con los pies en la arena y abrazados por el murmullo de las olas.
A los 21 años Martina Álvarez salía de trabajar de la agencia de marketing en pleno barrio de Palermo. Entre el aglutinamiento de autos y los bocinazos, viajaba en colectivo hasta su casa. La rutina no le molestaba. Pero había algo inexplicable en esa monotonía que le hacía ruido. Una fría tarde de agosto -el mismo tráfico, las bocinas- apoyó la cabeza en la ventana del 29 y pensó en el mar. En ese recuerdo mojado de la espuma acariciándole los pies. Y tuvo una corazonada.
Con algunos ahorros y una visa de Working Holiday se fue a Australia. Luego siguió su recorrida por el sudeste asiático donde tuvo su primer experiencia de buceo. "Mi encuentro con el fondo del mar fue amor a primera vista. No podía creer la inmensidad de un mundo azul que había ignorado durante toda mi existencia. Desde entonces supe que quería explorarlo por completo. Fue un largo proceso hasta que decidí que dedicaría mi vida al océano y a lo que este tenía para enseñarme ", cuenta al teléfono- mientras se percibe como un silbido el ruido de las olas chocando contra las maderas del muelle- desde su casa en Bocas del Toro , Panamá . Ahí es donde esta licenciada en comunicación social se desempeña como guía de buceo y lleva adelante proyectos de concientización socio ambiental.
El archipiélago de Bocas del Toro-ubicado al noroeste de Panamá- figura como un lugar ideal para surfear en playas casi vírgenes y como un paraíso del submarinismo en el Mar Caribe. Eso, sumado a unas partículas de azar fue lo que llevó a Martina a desembarcar en la isla. Después de formarse como instructora en Koh Tao, Tailandia y de vivir una experiencia de trabajo voluntario de buceo en México, Martina decidió buscar un lugar más tranquilo. Entre otros resultados de su búsqueda virtual, por un fuerte impulso optó por Bocas del Toro. "Me conquistó la naturaleza salvaje del lugar, perderme del ruido mundado entre la multitud de palmeras. Aprender con los locales fue único. Además de enseñarme sobre el oficio me transmitieron su conexión con el mar y eso no está en ningún libro’’, dice.
Luego de vivir 10 meses en la isla, Martina intentó instalarse de nuevo en Argentina. "Pero añoraba la sensación de caminar descalza en la arena. Moverme en bicicleta sintiendo la brisa húmeda en la cara. Por eso viajé a Hawai y después decidí instalarme en Bocas para comunicar y generar conciencia sobre el daño ambiental del océano e inspirar a las mujeres isleñas a perderle miedo al mar para poder conectarse con el como una herramienta de empoderamiento y de apertura de horizontes laborales’’, explica.
Santa Teresa: un destino que estaba anunciado
Para Gustavo Henny (26) fue algo de la orden del destino lo que lo condujo a establecerse en Santa Teresa, Costa Rica . En enero del 2015, a este rosarino le faltaba una materia para recibirse de profesor en Educación Física. Pero eso no le apasionaba. Se calzó la mochila y comenzó a viajar por Latinoamérica.
Según expresa, tenía la convicción de que si seguía su sentir, se abriría un camino perfecto para él. Durante la travesía fue comprendiendo que eso que buscaba estaba en el mar. "Cuando puse los pies en Santa Teresa, me llegó una señal como una epifanía. Estaba en la playa, rodeado por un basural y un rancho abandonado cuando visualicé la fachada de un hostel en ese mismo lugar. Se lo comenté a mi amigo que se terminó convirtiendo en mi socio", relata.
Cuando puse los pies en Santa Teresa, me llegó una señal como una epifanía
Gustavo todavía se sorprende al rememorar la maravillosa forma en que se fue tejiendo todo: "El rancho era de una señora que se negaba a alquilarlo desde hacía 20 años pero cuando llegamos con la propuesta, se quedó boquiabierta. La noche anterior había soñado que Dios le decía que aquel lugar debía llenarse de gente joven. Así fue que accedió. En el transcurso de la obra nos quedamos sin dinero y aparecieron dos personas que se ofrecieron como socios inversionistas".
Un mono colgado en una liana. Un pulmón verde que deja entrever al sol espejándose en el agua. Un deck de yoga sobre la arena. Una cinta de slackline tendida entre dos palmeras. Un fogonero que se enciende todas las noches. Esos elementos conforman la vista de la oficina de trabajo de Gustavo y sus socios en el Hostel Zeneidas Surf Garden de Santa Teresa.
Santa Teresa-ubicada en la Península Nicoya, provincia de Puntarenas- es una antigua aldea de pescadores descubierta por el turismo hace apenas una década. Sus arenas blancas, su naturaleza exótica, su ambiente relajado, su espíritu festivo y sobre todo su atractivo para el surf convirtieron a este pueblo en uno de los destinos más aclamados de Centroamérica.
Para Gustavo cada vez son más los argentinos que al visitar este pueblo quedan tan asombrados por su belleza que no pueden irse. "Si bien extraño mucho a mis afectos de Argentina, me encanta vivir acá. Trabajar en un hostel de playa es como estar viajando desde tu propia casa. Poder mirar al sol esconderse en el agua arriba de una tabla de surf todos los días del año no tiene precio", agrega.
Koh Tao: un lugar para vivir de forma austera y placentera
Lo que motivó a Miguel Villar (39) -ex colectivo oriundo de Buenos Aires- a quedarse en Koh Tao, Tailandia , además de sus playas paradisíacas de agua turquesa y sus arrecifes de coral, fue su gente y la calidad de vida. "Acá las personas no se matan trabajando hasta los 65 años para después jubilarse y vivir lo poco que les queda. Llevan una vida más sencilla y disfrutan. Desde que llegué con la idea de poner una escuela de buceo en español para latinos -un sector del mercado que hasta el momento no había sido captado-, muchos me dieron una mano. Comencé atrayendo clientes en la calle y después los viajeros empezaron a traerme a otros viajeros", expresa el joven fundador de la empresa DPM Diving que actualmente cuenta con tres hoteles y siete escuelas de buceo en Tailandia, Indonesia y Egipto.
Manly: una playa australiana que vibra música latina
Algo similar le ocurrió a Andrés Martínez (31) en Manly, Australia. La voz se le llena de vitalidad cuando habla sobre "su lugar en el mundo". Llegó en 2015 con una visa de trabajo y cuando se le venció, tramitó una visa de estudiante con tal de poder quedarse. Según confiesa, su caso se replica en muchos argentinos.
Además de atesorar una combinación de maravillas naturales y ciudades desarrolladas, Australia se ubica dentro de los 15 países más seguros del mundo, según el Índice Global de Paz del 2016. Eso fue lo que sedujo a Andrés desde un principio.
Pero según su percepción y la de sus amigos latinos de aquel entonces , a este barrio costero- ubicado al norte de Sydney- "le faltaba noche". "Se nos ocurrió la brillante idea de organizar una fiesta latina en el bar donde trabajaba como chef. Comencé invitando a la gente de la playa. El Fernet se terminó en un abrir y cerrar de ojos. La pista se colmó de jóvenes transpirando al ritmo de Gasolina de Daddy Yankee. Tuvimos tanto éxito aquel jueves que la escena se repitió todas las semanas hasta el día de hoy. Es un evento para conocer gente, intercambiar información sobre trabajos y divertirse como en casa", señala el fundador de Latin Party Australia, que conoció a su pareja en una de estas fiestas.
Julieta Arce (33) se levanta con el sol. Prepara unos mates. Se viste con su camisa floreada y su sombrero de hoja de palmera. Llena la canasta con los churros artesanales que preparó el día anterior en La Churrería y sale a venderlos por las playas de Olon y Montañitas, Ecuador . "El emprendimiento tuvo tan buena recepción por parte del público que además de poner un local en la comuna de Olon, le agregamos la venta de tortas", comenta la joven rosarina que lleva adelante el proyecto junto a Ezequiel Ittay Lipovetzky (33), su pareja.
Entre la preparación de una masa y el batido de la mezcla, Julieta sale del negocio, camina una cuadra por la calle de tierra. Atraviesa el bosque de bamboo y se zambulle en el mar. A la hora en que el sol se está por poner en el horizonte, sale otra vez. Apresura el paso. Es temporada de ballenas y quizás tenga la suerte de adivinar una enorme cola saliendo del agua. Martina y Gustavo achinan los ojos por el fulgor del ocaso. En Tailandia está amaneciendo. Miguel prepara el equipo de snorkel para llevarse a la playa. Los rayos de sol matutinos se reflejan sobre una ola australina en la que Andrés sumerge su tabla.