La angustia de navegar a la deriva por el coronavirus
Aurora Canessa fue la primera mujer argentina en cruzar el océano Atlántico navegando a vela y en soledad.La hazaña fue en el 2011, a bordo de su velero Shipping, cuando surcó los mares desde la isla Saint Martin, en el Caribe, hasta el puerto de Cascais, en Portugal. Tres años después, se embarcó junto a otro navegante solitario, un hombre escocés con quien navegaron durante tres meses desde Durban, en Sudáfrica, hasta la isla de Granada, en el Caribe.
También se aventuró hasta las Islas Malvinas, a diez años de la guerra, en 1992, con el Malabar, que era la embarcación que tenía en aquellos tiempos. Era la única mujer a bordo. En 1999, Aurora alcanzaría otro hito, cuando ganó a bordo del velero Fulano la regata de las 500 millas del Río de la Plata, una carrera de las más exigentes.
Su última gran aventura fue cruzar, una vez más, el Atlántico. Por eso, el año pasado viajó a buscar el Shipping –un modelo Pandora 320, de de 32 pies, acondicionado especialmente para las travesías, que se llama como su empresa de correo privado- a Barcelona, desde donde se embarcó para cruzar hasta la Argentina, en un periplo que comenzó en soledad y al que se fueron subiendo y bajando tripulantes en el camino y las diversas paradas que tuvo la odisea hasta llegar a Buenos Aires en plena pandemia.
El coronavirus la sorprendió llegando a Brasil, donde no pudo atracar ni quedarse en varios puertos en los que lo solicitó. Con la cuarentena ya en marcha y las fronteras cerrándose, Aurora sintió que navegaba a la deriva, sin un sitio cierto donde atracar y llegar, finalmente, a su Buenos Aires querida.
Ahora, sana y salva, mientras hace la cuarentena reglamentaria en casa de una amiga, y preocupada por su barco que descansa en Puerto Madero, la señora de los mares le cuenta a La Nación las peripecias de este último viaje, quizás el más particular de todas sus aventuras.
Primer tramo
"Esta es la navegación más difícil que hice. Navegué en solitario desde Barcelona hasta las Islas Baleares". Aurora viajó primero hasta la Línea de Concepción, en el peñón de Gibraltar, y desde ahí, el 20 de septiembre de 2019, a Lanzarote. Este último fue un trecho de 900 millas náuticas (1700 kilómetros). "No es poco, y es un tramo muy complicado. Hay olas muy altas, vientos fuertes, corrientes marinas importantes. Fue la peor pierna náutica de los últimos diez años de navegación ".
Esta mujer que cumplió 75 años en este trayecto de altamar, temeraria, que atravesó vientos y tempestades en el Triángulo de las Bermudas, se las vería negras nuevamente al quedarse sin el piloto automático de la embarcación "Ahí empezó el drama", recuerda ahora, tranquila, luego de almorzar un guiso en casa de su amiga. El Shipping se estaba quedando sin baterías, y entonces buena parte del instrumental dejaba de funcionar. Por ejemplo, se desconfiguró el sistema de AIS, que es el que informa los barcos con los que se puede cruzar en el camino "Estaba sin piloto automático, sin motor, sin información. Solo tenía un posicionador satelital y un teléfono, que a veces funcionaba y otras no".
De esta manera se comunicaba con Marcelo Gónzalez, un amigo que la venía siguiendo desde que partió y que le informaba del pronóstico. "Llegó un momento en el que estaba muy complicada la cosa. Con semejante viento, no podía soltar el timón, así que timoneé durante nueve días, doce horas, de siete de la mañana a siete de la noche. No podía ir al baño ni hacerme un té. No podía hacer más nada que timonear". Así fueron los nueve días que duró ese tramo desde Gibraltar a Lanzarote.
Al acercarse a Lanzarote, el viento, que venía del este y en contra, comenzó a ceder, y la corriente la arrastraba hacia la costa. No podía navegar sin viento, no tenía piloto y tampoco el motor. Estaba, prácticamente, flotando a la deriva. Llamó a González, para pedirle que llamara a salvamento marítimo. "Que me vengan a buscar porque si no viene viento, me voy contra la costa, las rocas", recuerda que le suplicó. Eran las nueve de la mañana y recién llegaron a buscarla a las seis de la tarde. "Fue desesperante, un calvario, porque me acercaba a la costa, que no es una playa de arena, sino que son corales, arrecifes, son como gillettes que te parten en diez millones de pedacitos. Hice mi mayor esfuerzo y hasta ahí llegué. Salvé mi vida la y la del barco. No tengo vergüenza de contar que me vinieron a rescatar.
Lanzarote y después
En Lanzarote se quedó un mes, compró instrumental nuevo y zarpó junto a su amigo Marcelo González hacia a la Gran Canaria, donde se subirían nuevos tripulantes: Chedey Cejudo, Marisa Bianco, y Alba Weyland. "Este fue el punto final para la navegación en solitario. Después de esto último que viví, le puse la frutilla a la torta. Ya no quiero más, es muy arriesgado, mucho trabajo, la verdad es que se me fueron las ganas. Fue muy sacrificado estar sola todos los días pensando en el fantasma de hundirme, o que me lleve por delante algún barco".
Pasó veinte días en Gran Canaria y de ahí zarparon rumbo a Mindelo, en Cabo Verde. Pero a poco de partir se rompió el motor, y tuvieron que timonear casi todo el trayecto, otros nueve días. "Había vientos de treinta nudos, olas feroces. Entre los tres estaba bárbaro – una de las tripulantes, Alba no timoneaba - porque podía dormir. Pero fue bravo y exigido para todos".
En Mindelo estuvieron unos diez días esperando instrumental nuevo, ahí se desembarcó Alba y encararon el cruce del Atlántico, rumbo a Bahía, Brasil. Aurora cuenta que hacían guardias de tres horas cada uno, que les dejaban seis horas libres por persona para descansar. "El cruce fue muy bueno, el único problema es que hubo un día en el que tuvimos viento de frente y los chicos pusieron el motor. Eran diecisiete nudos de frente, y consumimos más combustible del que tenía previsto. Así que no llegábamos a Bahía y tuvimos que hacer un alto en Fernando de Noronha". Cargaron combustible y al día siguiente partieron a Recife, volvieron a cargar combustible, además de víveres y agua, y de ahí si, rumbo a Bahía, donde se desembarcó Marisa, y quedaron solos con Cheney para seguir hacia Buzios. Ahí subió Omar Sánchez, un cardiólogo amigo de Aurora que la acompañaría en el tramo hasta Buenos Aires.
Pandemia en alta mar
Aurora recuerda que Ilhabela fue el último puerto en el que bajaron, y pudieron estar en contacto y abrazarse con amigos. "Hasta ahí todo bien. No había cuarentena ni prohibición. Así que empezamos a navegar, y todo iba perfecto, pero cuando llegamos a Florianópolis no había movimiento, nada". Se comunicaron entonces por radio con la marina pero les dijeron que estaba cerrado. Mientras tanto, se mantenían informados por un amigo de ADAN (Asociación Deportiva Argentina de navegantes), entidad de la que Aurora es presidenta, y que tiene delegados en todo el mundo, quienes les avisaron que estaba todo cerrado. "No pasaba un coche, los hoteles cerrados, no sabíamos que hacer". Llegaron hasta las cercanías del muelle del Yacht Club, donde un hombre de seguridad les advirtió que no se podía amarrar, que no podían quedarse. "Le explicamos que pensamos que podíamos quedarnos y abastecernos, porque había dos barcos argentinos que se habían quedado ahí y abastecido. Necesitábamos víveres, y combustible". Finalmente, bajaron y cargaron agua. Aurora dice que acá es donde aparece "el primer ángel" de la saga de los ángeles que aparecieron en el camino. Se llama Beto Fabiano, y es el delegado de ADAN en Florianópolis. "Se atravesó toda la isla de Santa Catarina en su coche y nos llevó a comprar gasoil. Vino con guantes, barbijo, y tenia un bidón enorme de alcohol en gel. Yo bajé con barbijo y guantes que había comprado para traerles a mis empleados".
Así que compraron gasoil "como para ir hasta Ushuaia" y víveres. Pasaron la noche en una boya alejada hasta donde los obligaron a atracar. "A la noche soplaron vientos de cuarenta nudos, se nos reventaron tres cabos de una boya. Mientras el barco se sacudía, cambiaron los cabos para finalmente poder dormir y zarpar al amanecer hacia Rio Grande do Sul.
Al fin en casa
Así, salieron provistos de combustible y víveres para Buenos Aires. "Las noticias eran de terror, escuchamos que estaban cerrando las fronteras. Así que Omar se contactó con un amigo de prefectura, que viene a ser otro ángel.
"Estábamos en tránsito, navegando, cuando cerraron las fronteras. Bloquearon y cerraron todos los puertos de Brasil. Era muy angustiante. No nos angustia ni nos da miedo navegar. Pero esta situación era de tanto desamparo, me sentía una paria, como si fuésemos leprosos Nos echaban de todos lados, no querían recibirnos. Nos dejaron a la buena de dios, flotando en medio del mar. No sabíamos que iba a ser de nosotros".
Finalmente, pasaron por Uruguay y entraron en el Río de la Plata. "Sentí una sensación de protección al entrar en el Rio de la Plata. Dije, al fin en casa". Sin embargo, las condiciones no eran las mejores. El Río de la Plata puede ser igual o peor que el océano, apunta Aurora. "No es una panacea. Teníamos un viento del este brutal, con unas olas tremendas. Además, entrar al río tiene sus otro bemoles, es muy peligroso porque hay muchos barcos hundidos. En el océano hay que mirar arriba, a los barcos que vienen. Acá hay que mirar los que están hundidos, que son un montón, y encima hay algunos nuevos que no tienen boya ni nada para identificarlos. Me puse a timonear porque el piloto no funcionaba bien, pero la sensación de estar en casa fue un bálsamo que no tiene explicación, porque no estábamos a salvo para nada".
"Después de tanta frialdad, de que nos dijeran váyanse fuera, al mar, no los queremos, sentir, escuchar, leer un mensaje de un compatriota de prefectura que te dice vengan tranquilos, no se hagan problema, los estamos esperando me calentó el alma y el corazón". Al llegar, el 30 de marzo, fondearon en el antepuerto y Aurora se puso a cocinar. Tenía ganas de brindar, se sentía a salvo. A las dos de la tarde, los llamaron y les avisaron que en cinco minutos tenían que entrar a Puerto Madero, que les abrirían el puente especialmente. "Cuando vi el puente abierto fue como tocar el cielo con las manos".
Allí, los esperaba el personal de Prefectura ."Parecían astronautas", recuerda Aurora, aún sorprendida. Les tomaron la fiebre e hicieron el papeleo y recién volvieron a buscarlos a las ocho de la noche. "Ya no sabía que hacer, si preparar el barco o no. Pedí hacer la cuarentena a bordo, pero me dijeron que no se podía, que me tenia que ir a casa. Así que le debo a Prefectura la salud y la vida, porque si nos hubieran dejado ahí, fondeados en el antepuerto o ir no se donde, hubiera sido muy complicado. Estaríamos ahí todavía, a merced de las olas y el viento".