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Cuando en los campos de Buenos Aires todo era trigo, maíz y vacas, un arquitecto de origen siciliano sembró en medio de la pampa moles de concreto que parecen extraídas de una película de Fritz Lang.
Objeto de culto, Francisco Salamone proyectó una obra colosal durante el gobierno de Manuel Fresco (1936-1940). Monumentales diseños filosos, llenos de ángulos rectos, hechos de hormigón, torres con mayor protagonismo que las bases e incrustaciones simbólicas en sus fachadas cumplieron una función determinante para que el perfil de la región cambiara, como quería el gobernador Fresco. El plan urbanístico tenía un mensaje: "Dios, patria y hogar". Tres conceptos que Salamone sintetizó en los edificios emblemáticos de cada pueblo. Cristo, figura suprema, en las puertas del cementerio. El palacio municipal, con su torre y reloj, más alta que el campanario de la iglesia. Y el matadero, donde conviven polos semánticos como lo natural y lo cultural, que se trasladan, cocina mediante, al corazón de las familias.
En sólo 40 meses, construyó más de 60 obras en casi una veintena de pueblos del sudoeste de la provincia. Entre ellos, Guaminí, Carhué, Puán, Coronel Pringles, Balcarce, Saldungaray, Tronquist, Rauch, Azul.
Recorré su obra: Conoce sus mataderos, portales de cementerios, municipalidades, escuelas
y más guiado por un mapa.
Hacé click acá para ver el documental realizado sobre la obra de Salamone.
Nota publicada en octubre de 2014.


