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Es el punto de partida del Grand Canyon Railway, un tren antiguo que atraviesa los bosques del oeste hasta el lado sur del parque.Cuatro horas después, el tren emprende la vía de regreso al pueblo, donde los pasajeros pueden hospedarse en el cómodo hotel ubicado junto a la estación, perteneciente a la misma empresa ferroviaria.
Pero hay otra razón más para visitar este pequeño enclave ubicado al pie de la montaña Bill Williams: su calle principal es parte de la histórica Ruta 66. Creo que existieron pocos caminos en el mundo tan asociados con la libertad como éste, que nació para cruzar Norteamérica a lo ancho, desde Chicago hasta Long Beach, en California. En 1980 fue reemplazada por la autopista I-40, y de ella sólo quedó el tramo que cruza Williams.
Caminarla es viajar a los tiempos de los soda fountains, típicos bares de los años 50 donde se vendía comida rápida antes de que existiesen los fast food. El auténtico de Williams es Twisters, con piso de damero, rockola y memorabilia de Coca-Cola. De hecho, es uno de los pocos bares donde la famosa gaseosa cola se puede probar en sabores extravagantes, como vainilla y chocolate.
No sé si es de tanto andar en moto o porque es un pueblo sin apuro, pero los locales caminan con las piernas abiertas, al estilo cowboy. De hecho, es posible cruzarse con verdaderos vaqueros, sobre todo a las siete de la tarde, cuando cortan la calle y hacen un show de pistoleros en vivo. Fuera de escena, también hay algunos personajes como John, que se pasea con su panza contenida por un jardinero de jean, sombrero de paja y un chow chow que heredó de una amiga fallecida. Por la 66, con sus locales que ofertan creativos souvenirs ruteros, también circulan autos antiguos pintados de colores pastel.
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Por Connie Llompart Laigle. Fragmento de la nota publicada en revista Lugares 196.


