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Sheldon Shepherd cree que hay un don para la música en Jamaica. Y aunque Bob Marley fue su mayor cultor, se resiste a pensar que no hubo ni habrá otro como él. Lo dice casi enojado: "Yo espero que aparezcan muchos mejores que Marley."
Es la voz de los No-Maddz, una de las bandas del momento. Fiel a la dub poetry, con un estilo teatral, un hit pegadizo como Poo pukku Poo y un comercial para Puma, lograron dar el salto fuera de la isla. Los conozco una tarde calurosa en una estación de servicio. Llegan en un Mercedes-Benz negro y se abren paso entre un grupo de cabras. Los seguimos con el auto hasta su casa en Havendale, un barrio acomodado cerca de las colinas, después de dar varias vueltas.
No es fácil ubicarse en Kingston. Las calles son cortitas, circulares y van cambiando de nombre. Por eso, las referencias son Mother´s (una cadena local de fast food) o las Blue Mountains, uno de los azules que enmarcan la urbe, además del cielo y el mar. Para las playas, hay que esperar...
Tony, el chofer, es rápido de reflejos y da certeros volantazos o frena de golpe cada vez que se pasa de calle. Cuando le pregunto a Granville, el guía, cuál es el centro-centro, me responde "todos". Puede ser la zona del Heroes Park, pero también el Downtown ?un poco venido a menos?, donde están el Coronation Market, la National Gallery y el viejo teatro Ward. O New Kingston, el distrito financiero. Es una zona neutra, de edificios espejados, hoteles y casas de cambio. Le faltan el color y el pulso local, con excepción del Emancipation Park, en el que los kingstonianos hacen footing con auriculares, juegan ajedrez y ping-pong, y la Devon House, la mansión que perteneció al primer negro billonario, donde se comen los mejores helados de la isla.
Alrededor están los ghettos. El más popular es Trenchtown, un barrio marginal donde vivió Bob Marley y formó la agrupación The Wailers a mediados de los 60. No es fácil lograr que un taxista se arrime a esos callejones nada turísticos y poblado por rostros tan amigables como combativos, que vieron nacer todos los géneros musicales de la isla.
La solución es visitar el museo del gran Bob, un caserón hermoso en la coqueta Hope Road. "No pictures, please", pide la guía, junto a la estatua del hombre de un metro sesenta que puso al reggae y a Jamaica en el centro del mapa, tuvo una docena de hijos y murió joven, para ser aún más leyenda. Están sus discos de oro y platino, su camisa de jean, una foto de su padre blanco y una de su madre negra (a él le gustaba decir que su ascendencia mixta repetía la historia de la esclavitud), y otra del día en que se casó con Rita Marley. También están marcados los orificios de bala de cuando quisieron matarlo, en 1976. Su habitación es el único espacio intacto, con una guitarra con forma de estrella y la biblia abierta sobre la mesita de luz. Sobre su cama, un retrato de Haile Selassie I, el emperador etíope considerado como un mesías negro y el líder espiritual de la religión rastafari.
Termino el día en el Red Bones Café, con Nat King Cole de fondo, en una barra donde sirven ron Appleton con lima y hielo. Es uno de los hitos citadinos antes de empezar el raid por las playas. Aire libre, bandas en vivo y una afirmación de su dueña, Enola Williams: "El reggae no es lo único en Jamaica. También hay rock, jazz, blues, cientos de ritmos y un potencial enorme."
Nota publicada en enero de 2015.


