Lo último de lo último en el mundo del turismo es hacer intercambio de casas con desconocidos. Usted se mete en internet y ofrece la piecita del fondo a cambio de una semana en París sin pagar un peso… ¿Suena tentador, no? Ahora bien, resulta que las cosas no suelen ser como en las películas. Olvídese de la novela rosa que se ve en El Descanso. Lo más probable, se lo aseguro, es que su guest no se parezca ni un poco a Jude Law ni a Cameron Diaz. Ni siquiera a Mickey Rourke después de la cirugía. Será más bien como Martin Feldman. O, más probable aún, un anónimo húngaro de dos metros con olor a chivo bien acuñado o un japonés que no habla papa de español y le vacía la heladera el primer día que usted lo deja solo. Eso sin hablar de las posibilidades de que sea un desequilibrado mental que se cuelga de su existencia, le pide que la ayude a organizar su estadía, se pierde en el subte, le birla la billetera y acaba en una comisaría. Yo atiendo la vieja máxima de no hablar con extraños. Y la piecita del fondo la tengo llena de trastos.
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