La gran vía de San Pablo se afirma como circuito de muestras, galerías, librerías y también protestas y ocio dominguero
Parece una escena de Blade Runner: noche de lluvia y en un piso 13 sobre la Avenida Paulista, tradicional eje de rascacielos corporativos y bancos en esta megaciudad, una chica llamada Geo, pelo bien corto y piloto amarillo, recita con cadencia de trap frente al público recostado sobre pufs: "Soy un código abierto en busca de humanos, mi cuerpo está online y disponible para la interacción".
El concierto de la neo celebridad tiene lugar en un centro cultural de 18 pisos (Paulista 119, a metros de otro mega centro cultural, el del Banco Itaú), la última incorporación, apenas un año atrás, a la cadena de Sesc, una institución modelo repartida por toda la ciudad y alrededores, con una cartelera siempre bien curada y entradas populares, cuando no gratuitas.
En el andar 17, se puede salir a una terraza increíble. Además de la espectacular vista urbana, desde el mirador del Sesc (gratuito y con una cafetería de comida simple, rica y económica), se ve un gigantesco mural sobre un edificio vecino con el rostro de Oscar Niemeyer, el arquitecto brasileño más famoso. Lleva la firma de Kobra, a su vez el artista urbano brasileño más destacado, reconocible por sus colores intensos tanto como las creaciones de Niemeyer lo son por sus curvas.
La avenida Paulista es el sector geográficamente más elevado de San Pablo y su valor inmobiliario por metro cuadrado no es menos alto. Fue la calle de las mansiones de los magnates cafeteros en la transición del siglo XIX hacia el XX. Mucho después, fue el epicentro de la economía brasileña. Hoy, queda solo una mansión cafetera en pie (por un largo litigio aún en curso), las finanzas se mudaron mayormente a otros distritos y la Paulista transita una nueva y sorprendente vida. De algún modo, la calle se reiventó como el circuito cultural más vibrante de Sudamérica.
Tokio en Sampa
Por eso, cuando el gobierno japonés proyectó una serie de centros para la divulgación de su cultura en el exterior hizo foco en Londres, Los Ángeles y San Pablo, más exactamente en la Av. Paulista. La elección no fue azarosa: San Pablo alberga una de las colectividades japonesas más numerosas, históricamente concentrada en el barrio Liberdade, donde hasta el McDonalds tiene su cartel en japonés.
Japan House (Paulista 52), inaugurada a fines de 2017, queda exactamente al otro lado de la Paulista desde el mencionado Sesc. Debido a la atracción de esta avenida, terminó lejos de Liberdade, el Japan town paulista. En sus salas de exposiciones conviven prototipos de robots futuristas con expresiones de artesanías milenarias, más venta de regalos infalibles y sushi a la altura de una institución selecta.
La torre Sesc y Japan House no son los únicos estrenos en el vecindario. En septiembre de 2017 abrió sobre esta avenida ilustre la impactante nueva sede del Instituto Moreira Salles (IMS, Paulista 2424), la fundación cultural armada por el banquero y filántropo Walter Moreira Salles, hoy conducida por sus herederos, entre ellos el cineasta Walter Salles (Estación Central, Diarios de motocicleta).
El IMS de Paulista está principalmente dedicado a muestras de fotografía, como las actuales (y brillantes) retrospectivas de la italiana Letizia Battaglia y el chileno Sergio Larrain. Con dos bonus: en el jardín exterior, Echo, la primera megaescultura de Richard Serra en América latina; y Balaio, uno de los restaurantes del momento en San Pablo, comandado por el chef-celebridad Rodrigo Oliveira, imprescindible en cualquier lista de dónde comer en San Pablo 2019.
MASP, el clásico
Novedades al margen, la Paulista tiene, como circuito cultural, una institución determinante: el Museo de Arte de San Pablo (MASP, Paulista 1578), ícono de hormigón y columnas coloradas frente al Parque Trianon, una milagrosa porción de mata atlántica sobreviviente en esta jungla de concreto con doce millones de habitantes.
La primera obra para admirar en el MASP es el mismo edificio, creación de la ítalo brasileña Lina Bo Bardi. Aunque ella misma haya declarado: "No busqué la belleza sino la libertad", después de terminarla en 1968. Literalmente, bajo el MASP se extiende una plaza seca, refugio de homeless, artesanos itinerantes y acróbatas de semáforo; lo que, muchos sospechan, hubiera complacido a la arquitecta modernista y de izquierda. Igual que las protestas masivas que estas semanas se congregan frente al museo en contra de las políticas (educativas, sobre todo) de Jair Bolsonaro.
Lo segundo que llama la atención es la disposición de las obras. A pesar de las dimensiones, el Museo se reparte básicamente entre dos grandes salas. En la de la colección permanente, las pinturas están colocadas en hileras, sobre paneles traslúcidos. Es decir que se puede caminar por detrás de un Goya, un Van Gogh o un Turner (tales son los nombres propios de la casa), espiando los detalles, los materiales e inscripciones en el revés, algo bastante inusual.
El hit de la temporada es la muestra de Tarsila do Amaral, una de las artistas más destacadas, pero también más amadas en Brasil. La exposición se llama, justamente, Popular, y es de esos raros acontecimientos de las artes visuales que agotan entradas y generan largas colas. Incluye Abaporu, el cuadro de la colección del Malba, frente al que estudiantes y jubilados por igual paran para tirar una selfie. Se podrá ver hasta fin de julio.
Frente al MASP no sólo hay protestas políticas. También es el lugar por donde pasa cada año la Marcha del Orgullo LGBT de San Pablo, la más populosa en su tipo del planeta. Y cada domingo, desde el 25 de junio de 2016, la avenida se cierra al tránsito de 10 a 19 y es tomada por peatones, ciclistas, bandas de rock, raperos, artesanos, imitadores de Elvis Presley y performers de lo más diversos. Lejos de la gran vía que quería ser el Lower Manhattan de Sudamérica.
El circuito cultural Paulista se completa con dos librerías. Una es Martins Fontes (Av Paulista 509), en verdad varios locales dispersos por una galería comercial donde no parece faltar ningún libro alguna vez publicado en lengua portuguesa. También es imperdible la tradicional Livraria Cultura, confundible con una biblioteca pública por las proporciones y por los clientes leyendo de gracia la mercadería en cada rincón. Es enorme y está en un edificio de por sí muy interesante: el famoso Conjunto Nacional, un proto shopping modernista firmado por David Libeskind en la década del cincuenta. En febrero, abrió ahí una filial del club de jazz neoyorquino Blue Note. Otro síntoma de la nueva música que suena en esta nueva Paulista.
La Pinacoteca y el plato volador
Hay vida cultural más allá de la Avenida Paulista, por supuesto. Otra buena parada, con mucho para ver, es el Parque Ibirapuera, que además del gran pulmón verde agrupa una colección de edificios por Oscar Niemeyer, que incluyen el Auditorium, el predio de la influyente Bienal de Arte local, el Museo de Arte Moderno y la Oca (algo así como un plato volador retro que acaba de aterrizar).
Del otro lado de la ciudad, a pasos de la estación Luz, del metro, hay que visitar la Pinacoteca de San Pablo, con su gran colección de arte brasileño de los siglos XIX y XX, rodeada por un jardín exuberante en plena ciudad.