"Cargo 200", en busca de restos de soldados ucranianos desaparecidos
"Él trae los muertos, entonces lo dejas tranquilo, ¿ok?", dice un soldado a otro que acaba de llegar a realizar la inspección de la caravana militar denominada con la temida sigla "Cargo 200", en un retén de control de una zona liberada en el frente del este ucraniano.
La expresión apareció en el ejército soviético durante la guerra de Afganistán (1979-1989). Según una de las teorías, el número 200 se refiere a los 200 kilos que pesaría en promedio un soldado enviado en un ataúd en zinc.
Andri Cherniavski, que encabeza esta unidad especializada del ministerio de la Defensa en la región de Donetsk, va hacia Sviatoguirsk, liberada a fines de septiembre, por una carretera dañada, llena de cráteres, árboles calcinados y ruinas de tanques.
De ese sector, en siete días, Cherniavski ya ha traído 19 cuerpos de soldados ucranianos que se daban por desaparecidos desde hace meses, y que antes era imposible ir a buscar en la zona ocupada.
La guía de esta expedición es un mapa interactivo con puntos amarillos asociados a coordenadas GPS. Cada uno corresponde a un dato suministrado al comando sobre un cuerpo dejado o enterrado tras los combates.
En una casa aislada de la ciudad de Oleksandrivka, la caravana se detiene y los equipos hacen la inspección del lugar, ocupado alternativamente por ucranianos y rusos, como se desprende de los detritus o las municiones encontradas.
- "Profesor" -
"Nosotros sabemos que una parte de la 81º brigada y de los guardias fronterizos se replegaron de sus posiciones en esta casa" el 24 y el 25 de abril, explica Cherniavski.
Busca entre otros el cuerpo de un soldado enterrado que sus camaradas no pudieron llevar con ellos cuando se ordenó el repliegue a pie.
Para ese tipo de búsquedas complejas, una brigada con perros especializada en la exhumación de muertos acompaña al equipo del Cargo 200.
"Nuestros ocho perros están adiestrados de manera diferente a los de rescate y búsqueda de vivos", señala Larisa Borisenko, de 51 años, directora de esta brigada que pertenece a la ONG de rescate y búsqueda Antares, con sede en Pavlograd.
En unos minutos, tras haber olisqueado el jardín, Profesor, un joven pastor belga, se para bajo un árbol y cava la tierra frenéticamente con sus dos patas delanteras.
Dos soldados van por palas. Andri se pone el uniforme blanco de protección.
El cuerpo, a 50 cm bajo tierra, fue enterrado con una sábana azul y un cojín para sostener la cabeza.
"Este tipo de ritual es pocas veces posible; tenemos suerte, el cuerpo está bien preservado", dice Andri Cherniavski.
Pero las cosas se complican más cuando de los restos del cuerpo se retiran tres chaquetas militares. "En cada una hay un nombre diferente", explica Andri.
- "Ningún desaparecido" -
Para que se pueda identificar formalmente un soldado, el ADN será ingresado en la base de datos del ministerio de Defensa, compuesto de muestras suministradas por las familias de los soldados "desaparecidos" en el frente.
"Cuando tengamos un test ADN y los resultados de la muestra sabremos quien es este hombre", agrega.
Andri Cherniavski comenzó este oficio hace 20 años en una ONG especializada en la identificación de los restos de soldados soviéticos y alemanes muertos en territorio ucraniano durante la Segunda guerra mundial.
A comienzos de la guerra del Donbás en 2014, entró al ejército para ofrecer su experiencia en la recolección de cadáveres militares.
"Debemos encontrar a cada uno de nuestros muertos. Es una consigna. No debe de haber ningún desaparecido", dijo. "Todo el mundo merece los últimos honores", incluso los soldados rusos, cuyos cadáveres también recoge, "de acuerdo al derecho internacional".
- Cadáver minado -
Andri es conocido en el frente.
En el recién tomado pueblo fantasma de Chandrigolove un soldado lo guía hasta una finca muy aislada, con un cable en la mano. Este cable servirá de lazo para arrastrar el cadáver varios metros y verificar que no fue "minado" por el enemigo, práctica temida en las zonas liberadas.
Sobre un suelo cubierto de hojas de otoño, yace en la mayor soledad un uniformado ucraniano hinchado que no contiene explosivos. Al lado, un cráter de obús. Alrededor, pertenencias esparcidas.
"Ahí lo que ocurrió es muy evidente", dice el adjunto del equipo, Oleksandre Loviniuk, de 53 años, mientras despliega una bolsa mortuoria blanca.
El casco del soldado muerto está al lado, vacío, con algunos cabellos pegados en su interior.
El equipo pasará 30 minutos, en medio de un pesado silencio, buscando su cabeza en los alrededores.
"Durante una de nuestras búsquedas, cada uno de nuestros esfuerzos, tratamos de recordar que de esto depende el duelo de un allegado", dice Larissa Borisenko.
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