A salvo: Comienza la restauración de San Ignacio Miní
La primera etapa, que concluirá este año, apunta a detener el deterioro causado por la
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Otoño en Misiones; el calor sofoca y los mosquitos zumban. Junto a la selva viva están los muros de piedras rojizas apiladas con esmero por indios y jesuitas hace casi 300 años: las ruinas jesuíticas. Viento, lluvia y abandono las pusieron al borde del colapso; ahora, un grupo de expertos trabaja para rescatarlas con innovadoras técnicas de restauración.
Se trata de un ambicioso plan de salvamento patrimonial y de desarrollo turístico-cultural, llevado adelante por entidades gubernamentales y privadas nacionales y extranjeras, que buscan resolver los problemas de deterioro del conjunto de los monumentos jesuíticos-guaraníes en la Argentina, Brasil y Paraguay, declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
"Las misiones deben entenderse como un sistema patrimonial integral. Por eso estamos trabajando con los técnicos brasileños y paraguayos para aplicar los mismos criterios", explica el arquitecto Marcelo Magadán, coordinador de los trabajos que se realizan en las ruinas argentinas de San Ignacio Miní.
Experto en preservación de edificios, Magadán es el representante local de Word Monuments Fund (WMF), fundación protectora de monumentos que impulsa la operación, la misma que alertó sobre el deterioro de las Misiones Jesuíticas al incluirlas, en 2004, en su lista de los 100 monumentos más amenazados del mundo.
"Había que frenar los derrumbes; era la tarea más urgente. Por eso atendimos primero los problemas más graves", explica. Las tareas comenzaron en marzo de 2003, con el apuntalamiento del portal lateral del templo de San Ignacio, y concluyeron semanas atrás, cuando se reemplazaron los deteriorados apuntalamientos de madera colocados una década atrás por otros metálicos. Ahora está todo listo para iniciar su restauración.
El programa prevé finalizar a fines de año el apuntalamiento del resto de los muros de la iglesia. Se completará así la primera etapa del plan, dedicada a identificar y tratar los síntomas de las enfermedades de las ruinas. Asegurada la estabilidad de las construcciones, podrá atacarse a fondo el problema.
La tarea no es sencilla. Ocurre que la degradación de estos monumentos se produjo por la erosión del viento, la invasión de plantas y raíces en los muros y los problemas estructurales, como el desplome de muros y vigas de madera podridas. Uno de los mayores enemigos de las paredes -algunas de 1,60 m de espesor- es el daño provocado por las abundantes lluvias. El agua fue lavando las juntas de arcilla y las piedras quedaron prácticamente apiladas unas sobre otras, arriesgando la estabilidad.
Para evitar que el agua siga filtrándose, se protegerá la parte superior de las paredes con un capping, recubrimiento impermeable especial. En algunos casos, el problema es tan crítico que habrá que recurrir además a la anastaliosis, técnica que consiste en numerar las piedras de un muro, desarmarlo y volverlo a armar piedra por piedra, como un rompecabezas.
"Lo haremos sólo en los casos imprescindibles -señala Magadán-. Por ejemplo, para cambiar los dinteles de madera podridos habrá que desamar el tramo de muro que está por encima de cada uno." Eso será aprovechado para colocar láminas de plomo por encima para evitar filtraciones. Esta tarea se hará ahora con los dinteles del portal lateral del Templo Mayor de San Ignacio.
Más allá de salvaguardarlos, el desguace de los muros aportará información valiosa. Magadán disfruta por anticipado: por fin sabrá cómo se construyeron, ya que aún no se conoce cómo es la estructura interna. "Sólo podemos ver que tienen lajas de un lado y piedras acomodadas del otro -dice-. Sospechamos que las piedras de un lado no llegan al otro y tienen un relleno en el medio."
Los expertos creen que los jesuitas no construyeron los muros dobles de la iglesia para soportar peso, sino como simples paredes para cerrar espacios. "El sostén -apunta Magadán- lo cumplían unas columnas de madera que, al pudrirse, dejaron los huecos que ahora se ven." Esos muros, que inicialmente estaban vinculados con la estructura de madera de los techos, hoy están sueltos y sufren los problemas del hundimiento del suelo.
El otro desafío es qué hacer con la vegetación. Magadán dice que en las ruinas jesuíticas de Santa Ana -a unos 16 km de San Ignacio- se dio una paradoja. "Si bien fue positivo quitar la vegetación, los muros se debilitaron porque esa red vegetal entretejida entre las piedras de algún modo las sostenían." Consideran, entonces, que la clave es no quitar la vegetación antes de consolidar las estructuras con riesgo de derrumbe. Cuenta Magadán que en Santa Ana hay un higuerón arriba de un muro cuyas raíces abrazan los costados de la pared. "Si lo sacamos sin previa consolidación es muy probable que el muro se venga abajo."
Horacio Baldassarre
Proyecto ambicioso con apoyo privado
La propuesta de conservación, manejo y aprovechamiento turístico de las Misiones Jesuíticas de la Argentina, Brasil y Paraguay fue elaborada por un grupo de expertos internacionales a fines de 2002 durante un taller técnico auspiciado por World Monuments Fund (WMF), y también involucra a las iglesias de Santa Ana, Nuestra Señora de Loreto y Santa María Mayor. Los trabajos están a cargo del gobierno de Misiones y la WMF, y se realizan con la supervisión de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos.
Las fundaciones American Express, Bunge & Born y Antorchas aportarán un total de 1.500.000 pesos, este año.



