Antoní Gaudí, el arquitecto que eligió seguir "la curva de Dios"
La semana próxima, el martes 25, se cumplirán los ciento cincuenta años del nacimiento del arquitecto catalán Antoní Gaudí y Cornet, más conocido en el campo internacional por su nombre españolizado y abreviado: Antonio Gaudí .
La obra de este artista singular, que se concentra mayoritariamente en la ciudad de Barcelona (él había nacido en Reus, Tarragona), ha sido extensamente divulgada y sigue convocando adhesiones y rechazos, tal como sucedió en los años finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Porque la producción de Gaudí, lo mismo que su personalidad, no sintonizaban con facilidad en el ambiente de la burguesía barcelonesa de entonces. De origen humilde y provinciano (su padre era calderero, el equivalente a lo que en Buenos Aires se denominaba tachero , el que elaboraba artesanalmente piezas de metal: pavas, cacerolas o palanganas). Sea o no por esta razón, lo cierto es que Gaudí -que se graduó con premio a los 25 años- mantuvo siempre un carácter humilde e introvertido, incluso se lo calificaba como misógino.
A pesar de este hermetismo, pasado un siglo de muchas de sus obras, su fama tiene divulgación mundial y su nombre convoca a los arquitectos, críticos y amantes del arte en general, cosa que no acontece de forma análoga con un contemporáneo y coterráneo de enorme talento como Lluis Domenech y Montaner, brillante e hijo de un célebre editor de Barcelona.
Aunque por razones espirituales y de magnitud es conocido Gaudí por la Sagrada Familia de Barcelona, una vasta catedral aún no terminada, lo cierto es que sus realizaciones para uno de sus principales clientes, don Eusebio Güell, y los famosos edificios del Paseo de Gracia, la casa Battló (entre medianeras) y la Pedrera (en esquina), son claros exponentes de la plástica y las ideas de Antoní Gaudí.
El verdadero goce
En la última de las nombradas, también conocida como Casa Milá, tuve ocasión, en 1996, de experimentar lo que podría designar como la quintaesencia del goce arquitectónico. Se realizaba entonces una exposición de Salvador Dalí que ocupaba todo el inmueble, incluyendo la terraza. Y debo decir que mi mujer y yo tuvimos el privilegio, que se da muy pocas veces, de captar ese deleite que eriza la piel y emociona hasta las lágrimas. Los recintos que no tienen ángulos rectos, con los más sorpresivos matices de luz natural, el modelado escultórico de paredes y escaleras, el audaz uso de materiales y formas, revelan ese lenguaje propio que Gaudí utilizaba decididamente, liberado de los prejuicios y dogmas del academicismo.
Cataluña tiene sobrados motivos de orgullo en su historia del arte, pero la presencia extraña, casi irritativa, de don Antoní Gaudí, honra a esa tierra y añade toques de quimera y poesía a un pueblo que se ufana de su practicidad y positivismo.
Contra la corriente
La artesanía popular y las formas de la naturaleza fueron dos ingredientes esenciales en la plástica gaudiana. Por eso, su producción se incluye en la línea del Modernisme catalán. Estilo que tenía puntos de contacto con el Modern Style de Inglaterra, el art nouveau de Bélgica, el Jugendstil de Alemania o la Sezession en Austria, movimientos que se sitúan entre 1890 y 1910, aproximadamente.
Hubo quienes llamaron al lenguaje de Gaudí biológico , acaso motivado por las columnas con forma ósea, los tejados con escamas y las cumbreras que evocan el dorso de un reptil. Además, platos rotos, fragmentos de azulejos, botellas y tazas se integran en murales de gran riqueza plástica (habrá que recordar la mano genial de su colaborador Josep María Jujol). "La línea recta es trazada por los hombres, la curva es la línea de Dios", decía Gaudí.
Mucho de esto puede verse en la muestra de Gaudí que se exhibe en el Centro Cultural Borges hasta fin de mes.