Arquitextos: un recuerdo para Giancarlo de Carlo
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Diez días atrás, el arquitecto Rubén Pesci escribió una esquela donde cuenta cuán inquieto y apesadumbrado estuvo en los días precedentes. Y comprendió aquella inquietud y desasosiego cuando, el domingo 5 al mediodía, le llegó de Italia la noticia de la desaparición física del arquitecto genovés Giancarlo de Carlo, gran maestro de la arquitectura y el urbanismo modernos, que fue buen amigo de Rubén.
Fue precisamente gracias a la porfiada gestión de Pesci que De Carlo arribó a la Argentina, dándonos ocasión de asistir a unos coloquios inolvidables en el Instituto de Cultura Italiana que está sobre el Teatro Coliseo de Buenos Aires. Las ideas que conocíamos a través de libros y publicaciones fueron allí volcadas por el maestro con la elocuencia y el poético fervor de un auténtico pensador y creativo.
Junto con la noticia de su muerte, Pesci se lamenta del escaso eco que encontró De Carlo en Milán, donde vivió y murió. Y surge una serie de interrogantes acerca del motivo de semejante desinterés.
¿Por qué -se pregunta- esos olvidos para quien fue uno de los grandes maestros de la arquitectura y el urbanismo de la segunda mitad del siglo XX? La pregunta es pertinente al recordar que Giancarlo de Carlo obtuvo el Gran Premio de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA) en 1984 en reconocimiento por sus obras y planes en la ciudad de Urbino. O como lo destaca R. P. con tristeza, a pesar de haber obtenido la Medalla de Oro del Royal Institute of British Architects (RIBA) en 1994.
Algunos sospechan que esa resistencia a valorar sus aportes se originaba en la activa militancia de De Carlo en el Team X, el grupo que integraba con Aldo Van Eyck, Alison y Peter Smithson, Herman Hertzberger y George Candilis, entre otros. Su amistad con Italo Calvino, Sverre Fehn y Oriol Bohigas también lo alejaban del estrellato que se encumbró en las últimas décadas del siglo pasado.
Lo cierto es que los aportes que ofreció De Carlo en su plan para Urbino (1964) despertaron en aquel tiempo controversias y calurosas adhesiones. Era singular en sus diseños cómo lograba amalgamar los destellos del pasado que lucen en esa ciudad, que fue cuna del imborrable Raffaello, con su búsqueda de nuevos caminos para responder adecuadamente a las demandas actuales.
Siempre quedó claro que estábamos en presencia de un genuino intelectual de cuño democrático que, junto con su versación histórica, reconocía y valoraba las necesidades de la vida cotidiana. Y estos rasgos se revelan cuando nos relatan sus impresiones los que recorrieron desde lo alto de la colina el campus tan peculiar que dibujó para aquella ciudad (y acudo al testimonio de amigos que respeto sobremanera ya que en múltiples e inolvidables viajes a Italia nunca me tocó pasar por Urbino).
Saben los lectores que esta columna no incursiona en temas necrológicos, pero en muy pocos meses hemos padecido la partida definitiva de grandes colegas -la mayoría amigos-, como Federico Ortiz, Alberto Mendonça Paz, Raúl Lier y Arturo Montagú. Todos y cada uno de ellos de encumbrada posición en áreas muy diferentes de la profesión.
Permítaseme, pues, homenajearlos junto con este emocionado recuerdo del maestro Giancarlo de Carlo.



