El fresno es el mejor árbol urbano
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Para aquellos que sienten como un mandato aquello de "plantar un árbol...", etcétera, el conflicto aparece cuando el único espacio para materializarlo es un metro cuadrado en la vereda. Como esas personas suelen ser sensibles a vivencias asociadas con determinadas plantas, a ese lugar van a parar "el limonero como el que había en casa", "el ceibo, cuya semilla juntamos en nuestra luna de miel", "el cardón que trajo de Salta tía Margarita" o "el ficus que nos regaló mamá".
Tanto el director de Espacios Verdes, doctor Eduardo Malis, como el ingeniero agrónomo Jorge Fiorentino, que integran la comisión designada para implementar el Plan Maestro, respetan estas motivaciones, pero también entienden que un proyecto urbanístico que compromete los próximos 40 años debe atender intereses más generales.
Los cambios se harán, sin atenuantes, en ejemplares que ofrezcan riesgos, previa una correcta evaluación. Si se plantan árboles jóvenes en medio de los que están ya desarrollados, habrá que darles condiciones de protección, luz y fertilización adecuadas para que alcancen lo antes posible la talla del resto. La intención es tener en cuenta consideraciones económicas, paisajísticas y culturales para que el manejo del arbolado sea accesible, para que la monotonía se transforme en armoniosa biodiversidad, y para reforzar la identidad de ciertos barrios y lugares con árboles emblemáticos. Con los vecinos, en tanto, la política será negociar. Aunque el árbol nuevo que se plante estará siempre dentro de los lineamientos del plan.
Pero con los fresnos ocurre una gran injusticia: congresos internacionales lo han declarado "el mejor árbol urbano" por su sanidad, belleza, temprana desfoliación, coloración otoñal, etcétera, y esa circunstancia hizo que se lo plantara masivamente. El monocultivo resultante hace temer que, si una enfermedad fúngica o virósica ataca un solo ejemplar, podrían morir todos. Ante tal riesgo se ha decidido que, cuando se extrae un fresno, se lo reemplace por otra especie.
Un gran cultivador de plantas, el ingeniero Richard Cooper, decía que la ciudad de Buenos Aires ofrece posibilidades de cultivar un surtido de especies tan variado como muy pocos lugares de la Tierra. Habría que aprovechar esa generosidad.



