Un buen comienzo
Por Luis J. Grossman
Hay quiebres notorios en la continuidad del tiempo. Me refiero, básicamente, a los que determinan la posición relativa de uno con respecto a las latitudes y a los solsticios o equinoccios, eso que hace que los días sean generosamente prolongados o penosamente cortos, como acontece en invierno.
Otras son las fracturas que provee el calendario, que provocan las histerias de fin de año (o el pánico del fin de siglo, o acaso el terror del fin de milenio que se avecina). Por eso, en la medida en que ésta es la primera columna que escribo en enero de 1999, me pareció aleccionador un episodio vivido el último sábado de diciembre.
Esa noche, muy tarde, después de cenar con un matrimonio amigo que habita desde hace mucho en Pinamar, optamos por asistir -aun sabiendo que llegaríamos fuera de hora- a la inauguración de una muestra de Víctor Magariños, el artista que vivió sus últimos años en esa ciudad balnearia.
Debo confesar que me atraía sobremanera, además de lo que presumiblemente hallaría en la exposición, la envolvente que le da marco; esto es, la pieza arquitectónica que configura la galería de arte Altera, que no está ubicada precisamente en un punto céntrico de Pinamar.
Como la comida se hizo en un restaurante de Ostende, el trayecto no era corto ni directo, y eso valorizó aún más el impacto de la llegada (debo destacar que hacía varios años que no pisaba la ciudad) a un lugar por muchas razones memorable.
¡Vamos, Testa, todavía!
Uno tenía noticias de este proyecto de Clorindo Testa, había observado algunas fotografías y escuchado comentarios. Pero hay que llegar de noche, bajar del auto y enfrentarse a esos volúmenes coloridos, iluminados y divertidos para experimentar ese singular regocijo que uno percibe muy de vez en cuando en materia de arquitectura.
Esa placentera sensación de ingresar en un espacio nuevo pero conocido, excitante y armonioso, fue la que nos invadió al entrar en la galería de arte Altera, virtualmente vacía, ya que la apertura de la muestra estaba fijada para las 20.30 y llegábamos a medianoche. pero esto era lo de menos, habida cuenta de que no nos movían razones de protocolo o sociales, sino el doble atractivo de lo que se mostraba y dónde.
Lo que primero nos conquista es el lugar -el dónde- que se inscribe, a mi juicio, entre las pequeñas grandes joyas nacidas en el lápiz del arquitecto Clorindo Testa. Podrá argüirse que el programa (albergar obras de arte como actividad esencial) se prestaba para un diseño creativo y desinhibido, pero de todas maneras el resultado es cautivante y absolutamente original, proyectado con la alegría y el desparpajo que Clorindo pone sobre el papel cuando un tema lo subyuga.
Y no hace falta más que trasponer el acceso, con un árbol en el medio, para advertir que se avecinan momentos singulares y de infrecuente disfrute desde el punto de vista estético y espacial. Porque ese placer estético se completa, se perfecciona, cuando uno comienza la secuencia de las obras expuestas: los dibujos, pinturas y esculturas de ese artista integral que fue Víctor Magariños.
Por eso comencé estas líneas aludiendo a un buen comienzo o a una buena onda, ya que me parecieron providenciales varias circunstancias. Primero, que hubiéramos acordado tomar el café de sobremesa tan lejos del restaurante donde habíamos cenado, y que lo encontráramos abierto. Segundo, que nos tocara una noche muy peculiar, calurosa pero diáfana y serena, especial para degustar una buena obra por fuera y por dentro, hasta la azotea.
La otra circunstancia que hizo inolvidable esta visita fue, precisamente, ese matrimonio entre forma y contenido. Deleitarse en esos recintos articulados y sorprendentes al tiempo que se repasaba una serie de obras estupendas en un contrapunto digno de verse varias veces.
Por último, quiso el azar que, al día siguiente de nuestra visita, el impactante edificio de la galería Altera cumpliera su primer año. Y si es cierto que dentro de pocas semanas se recordará un aniversario siniestro para Pinamar, una ciudad que ostenta un centro de arte como el que conocimos en Martín Pescador entre Shaw y Eneas puede cimentar confiada un futuro fecundo y creativo.