En momentos en que la década del 90 vuelve a estar sobre el escenario, un repaso por algunos de los autos que llegaron al país en esos años; de Mazda a Suzuki, Rover y Mitsubishi, las marcas que empezaron a verse en las calles argentinas
La elección del libertario Javier Milei como próximo presidente de la República puso nuevamente en boca de todos lo que ocurrió en la década de los ‘90 con el gobierno de corte liberal de Carlos Menem, cuando de la mano de su política económica menos proteccionista se produjo una apertura hacia el mundo que impactó en muchísimos aspectos. Sin ánimo de entrar en debates, fue en esos años que la Argentina por fin accedió a los adelantos tecnológicos que durante la década anterior –de mercado cerrado y crisis permanente– parecían muy lejanos.
Como se mencionó anteriormente, en lo que refiere a la industria automotriz sirvió para producir una modernización no solo en lo referido al parque sino también a la producción. Y contrariamente a lo que puede pensarse, no conspiró contra las terminales locales, sino que, por el contrario, las hizo crecer y mejorar (uno de los decretos de la época establecía, por ejemplo, que el cupo de importados no podía superar el 4,5% de la fabricación nacional). De hecho, se produjo el regreso de varias marcas que se habían ido del país (Volkswagen al unirse a Ford en Autolatina en 1990, Chevrolet en 1992, Toyota en 1997) y otras mejoraron y modernizaron sus instalaciones.
Y si bien las estrellas de la época fueron las mal llamadas 4x4, lo cierto es que nuestras calles se llenaron de vehículos de todos los orígenes y para todos los públicos. A los “típicos” europeos, norteamericanos y asiáticos, se les fueron sumando otros de origen dispar y calidad cuestionable (rumanos, indios, rusos, checoslovacos, etcétera), todo esto ayudado por precios lógicos (gracias a las ventajas arancelarias) y la disponibilidad de crédito a tasas bajas.
Rover, Datsun, Saab, Seat, Lancia entre tantas otras fueron parte de la gran lista de marcas que protagonizaron esa invasión de importados y que crearon una lista interminable de modelos. Pero hubo algunos que se destacaron ya sea por su diseño, su accesibilidad o prestaciones. La que sigue es una lista mínima y, por supuesto, de acuerdo con el gusto de quien esto escribe.
El Daihatsu Charade fue aquel citycar de simpático diseño que por sus reducidas dimensiones “entraba en cualquier lado”. Con su motor de 3 cilindros y 1.0 L que generaba 58 CV era un prodigio de consumo, ideal para moverse en el tránsito. Claro que el Charade también tuvo su versión picantísima, la GTti, que con el mismo bloque pero estirado hasta los 101 CV lo hacía volar hasta los 185 km/h.
Uno de los chicos más populares fue el Suzuki Swift. Con carrocerías sedán y hatchback y variantes de 3, 4 y 5 puertas, se ofrecía en varias opciones mecánicas (desde impulsores de 1.0 L hasta 1.6 L y potencias que iban de 65 a 93 CV, entre los que sobresalía el GTi de 1.3 L y 101 CV.
Por entonces Honda regresó al país tras algunos años de ausencia también con varias propuestas: Civic, Accord y el colosal Prelude fueron algunos de ellos. A título personal, uno de los más atractivos fue el CRX Del Sol, el biplaza tipo Targa basado en el Civic que tenía la particularidad de que se le podía desmontar el techo y convertirlo en un descapotable. Se ofrecía con mecánicas de 1.5 L y 1.6 L de 102 CV hasta 160 CV y caja automática.
Otra de las marcas orientales que ofrecía una gama interesante era Mazda, que acá desembarcó con sus líneas 100, 300, 600, MX y RX. De esos, uno de los más llamativos fue la excepcional coupé RX7, la que tenía los faros delanteros escondidos en la carrocería y que se levantaban en cuanto se prendían las luces (toda una novedad por entonces). El RX7 contaba con el 4 cilindros y 1.3 L con doble turbo, que entregaba 255 CV y que era una maravilla de conducción.
Claro que también hubo espacio para otras naves que eran el objeto de deseo de todos los amantes de los fierros. Un claro ejemplo fue el mítico Mitsubishi GT 3000, que con su diseño futurista y su bloque de 6 cilindros en V (la potencia iba de los 225 hasta los 320 CV), era la coupé deportiva japonesa más potente de la época.
Otro fue el espectacular hot hatch Renault Clio Williams, que con su carrocería azul oscuro y sus llantas doradas llamaba la atención de todos. Aquí se comercializaron solo 200 unidades, todas con el motor 2.0 L de 147 CV y prestaciones alucinantes: 0 a 100 km/h en 7,5 s y una velocidad máxima de 215 km/h.
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