Calle Itaquí, esquina Charrúa, donde se tuercen los destinos
Son las 7.30 de la mañana y despegamos en un vuelo privado que lleva a bordo al periodista más odiado y amado del país. Estoy en ese vuelo porque formo parte del equipo de producción de su programa de TV.
Las medialunitas con jamón crudo y el capuchino saben más ricos en las alturas mientras la ventanilla con persiana americana deja entrar los rayos de un sol anaranjado.
Pero a las 4 de la mañana, cuando estaba parado con mi valija en la esquina de mi barrio, en la villa Charrúa, o ex villa 12, en Villa Soldati, el glamour se iba escurriendo por los pluviales humeantes del cruce de las calles Itaquí y Charrúa, cerquita de la villa 1-11-14.
En realidad, estaba ahí desde un rato antes, por si algún ratero atrevido quisiera "apretar" al remisero que debía pasar a buscarme. También porque como para que me pasen a buscar doy como referencia la dirección de la Iglesia de la Virgen de Copacabana -Itaquí 2140-, me da culpa que despierten a las monjitas a bocinazos.
El auto no llega, y ya son las cuatro y cuarto. ¡Qué barrio...! Lo odio, lo amo.
Más allá, a media cuadra, veo que sale de adentro de un container de basura un viejo amigo. De chico, a Beto lo buscaban los cazatalentos del fútbol. Ahora, Beto busca entre los desperdicios algo para vender y comprarse el próximo paco. Esa mierda lo pierde. Y esa mierda cambió a mi barrio.
¿Sabés cómo esperábamos a las navidades o fiestas de Año Nuevo? En cada pasillo había un baile, amanecías con los vecinos bailando cuecas, huayños, rock & roll, cuarteto y hasta la bandita del barrio tocaba cumbias, viste, para foguearse.
Hoy no se puede, todos adentro. A las doce, decís: "Salud, salud a la Pachamama", y al sobre.
Yo sigo con mi valija en la esquina. Asoma la trompa de un auto, pero se detiene a media cuadra, alguien baja y su silueta es devorada por la oscuridad del pasillo narco que todos conocemos muy bien; sí, y la cana también. Al rato sale, sube al auto y se va rumbo a la avenida Cruz.
Empiezan a salir los primeros vecinos para el trabajo. "Buen día, buen día". ¡Y el remís que no viene! Encima tengo el pelo mojado. Es que la garrafa estaba casi vacía. Fue un duchazo tibio, tirando a frío. Ojalá no me enferme.
La última vez el médico laboral me atendió en la puerta. Yo lo invitaba a pasar. "No, gracias, querido. ¿Qué tal la bronquitis? Firmame aquí. Chau, chau." Al instante, el "doc" ya doblaba la esquina, donde están las pipetas de gas natural que Macri no quiere conectar.
Y mi auto no llega. Camino en círculos. De la garita sobre Itaquí sale un gendarme. Andan nerviosos los verdes. Es que hace unas semanas pasó un flaco que andaba debiendo una muerte en el barrio. Un familiar del finado lo reconoció, peló el fierro y le metió un corchazo en la cabeza. Va a llegar la nueva venganza, por eso nadie sale a la vereda ni al pasillo.
Ahora que lo pienso, estaba aquí mismo cuando Bergoglio dio una de sus últimas misas antes de convertirse en Francisco. Habló del amor y del odio. Vino caminando, saludó a los bailarines de la fiesta de la Virgen y se fue a tomar el 44.
Aquí estaba parado hace 26 años, pensando en nada, cuando pasó Jorge Vargas, del centro cultural barrial, y me preguntó si quería probar con el taller de radio.
Sí, en esta esquina, se torció mi destino hacia el periodismo. Ahí viene mi auto. Salimos de mi mundo. Aeropuerto. Despegamos. Tengo que mudarme. Clavo tres estornudos seguidos. Mastico bronca y las medialunitas con jamón. Odio a mi barrio, amo a mi barrio.
Para saber más
- "El fuego de la Navidad"
- "Muñeca y el puntero habilidoso"
- "La traición a Chaquicito"
- "Los hombres de Pico"
El autor es periodista, Máster por LN/UTDT y productor de PPT
Gustavo Barco