
El miedo cotidiano a perder el tren
Queremos eliminar males sin conocer su causa
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En estos tiempos, la salud psíquica de la mujer -como la del hombre- está seriamente perturbada por factores sociales. La caída de la autoestima y la baja tolerancia al cambio personal son los principales efectos de la movilidad de las expectativas culturales, que actualmente se traducen en un incremento de los síntomas de ansiedad, cuyo producto final son los llamados ataques de pánico o de angustia, la vedette de nuestro tiempo.
¿Cuáles son los factores sociales y culturales que inciden sobre la salud mental femenina? Básicamente el trabajo, que se ha convertido en el eje de la vida económica, afectiva y emocional. La incertidumbre sobre si se lo podrá conservar -en caso de tenerlo-, y las múltiples concesiones que deben aceptar las mujeres para no ser excluidas configuran una posición diferente frente al mundo.
Aparece, entonces, el temor a perder el tren . Todo se digiere rápido. Crecen los malestares del aparato digestivo, que muchas mujeres pretenden solucionar con medicamentos de acción inmediata, pasajera, que sólo realimentan el circuito de la molestia.
En este contexto, los cuadros neuróticos como la histeria, la fobia y las obsesiones- se multiplican generosamente en síntomas, que no constituyen cuadros clínicos en sí, pero que sirven para que aparezca esa pastillita que promete hacerlos desaparecer.
Esta perspectiva resulta peligrosamente simplista, sobre todo si se la mira desde una concepción que excede a la época: eliminar un síntoma no es sinónimo de curar.
Si las mujeres siguen el tren de las propuestas simplistas estarán abandonando la posibilidad de descubrir las causas complejas que configuran la aparición del malestar. La publicidad, especialmente la televisiva, genera un ideal de vida donde no existen ni la ansiedad ni la depresión. Pero cuidado: se trata de un ideal contrario al progreso del ser humano, que en la búsqueda constante de la felicidad convive -inevitablemente- con el sufrimiento y la ansiedad.
Lo patológico, en todo caso, sería la ausencia de síntomas. Sin ellos, no tendríamos aviso de la necesidad de cambiar. Hoy, tanto la mujer como el hombre deberían aceptar que cada persona puede ser protagonista de su propio cambio y que, además, tiene la potencialidad de modificar el entorno que la enferma. O, al menos, de no aceptarlo como inevitable.






