
Violencia de género
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“Si alguien se sintió ofendido, pido perdón”, “no creo en los maltratos, creo en las exigencias”, “tengo un humor de perros”. Tras conocerse algunas denuncias públicas de ex colegas que lo acusan de maltrato laboral y acoso sexual, el periodista Antonio Laje negó las acusaciones y atribuyó ciertas actitudes suyas a la dinámica laboral de su programa televisivo. Pero ¿cuál es el límite entre la exigencia bien entendida y el maltrato?
Si bien se trata de dos tipos de vulneraciones bien diferentes, el maltrato laboral y el acoso sexual tienen puntos en común. Por ejemplo, el tratamiento que se le da en buena parte de la sociedad, que tiende a subestimar sus efectos, atribuyendo las reacciones de las víctimas a un supuesto exceso de susceptibilidad o sensibilidad.
En el caso concreto del maltrato, en ciertos ámbitos, la propia cultura laboral avala algunas de sus prácticas. “Hoy estamos en un contexto donde diferentes actitudes y prácticas que antes estaban normalizadas ya no lo están tanto. Sin embargo, todavía se considera que prácticas como los insultos, los gritos, las humillaciones, la degradación, la arbitrariedad en las decisiones, los cambios de horarios repentinos o la exigencia de estar casi 24 hs. disponible, son parte de un talante de liderazgo y exigencia, parte de una pedagogía de la excelencia en el trabajo o, en espacios de trabajo fuertemente jerarquizados, prácticas propias del “derecho de piso” que hay que aguantar pagar para llegar a ascender en el trabajo”, analiza Matías de Stéfano Barbero, antropólogo y docente, que investiga la relación entre violencia y género.
Por su parte, Melisa García, presidenta y fundadora de Abofem Argentina, una asociación de abogadas feministas, agrega que si bien estas situaciones suelen darse en contextos de asimetría de poder, también pueden ocurrir entre pares. “Pero cuando los perpetradores son personas reconocidas, con ciertos privilegios que les otorgan un simbolismo fuerte, a veces el propio entorno tiende a justificar lo que ocurre”, agrega.
En ocasiones, estas violencias comienzan de manera sutil y se hace difícil tomar conciencia de lo que está ocurriendo en realidad. La falta de empatía que se da, muchas veces, en el entorno le suma dificultad. “En contra del sentido común que a veces se sostiene, la posición de víctima está lejos de ser fácil y de suponer la solidaridad espontánea y el apoyo de la comunidad. Es una posición siempre precaria, sometida a la sospecha, a la evaluación rigurosa (qué hiciste, qué dijiste, cómo estabas vestida, qué hora era, etc.), a diferentes formas de desgaste (sostener procesos judiciales largos y costosos) y de revictimización, como estar expuesta a la ‘opinión pública’, a la negligencia policial y judicial, a los cómplices de las esferas de poder de los ámbitos laborales, etc.”, aclara De Stéfano Barbero, autor de Masculinidades (im)posibles. Violencia y género, entre el poder y la vulnerabilidad (Galerna).
En este sentido, los especialistas consultados hablan de una construcción social que diferencia entre “buenas víctimas” y “malas víctimas”. “La buena víctima sería aquella que denuncia en tiempo y forma, que se muestra dolida, sumisa y vulnerable, que no “responde” a la violencia ni se sospecha que la haya “provocado”. Aquellas personas que no se adecuen a esta construcción serían las malas víctimas, de las que se dirá que ‘algo habrán hecho’. De ellas se sospechan siempre intereses ocultos, como querer manchar el honor de a quien se acusa, o de buscar beneficios”, puntualiza al respecto De Stéfano Barbero.
¿Cómo reconocer este tipo de prácticas en el propio entorno laboral?
En el caso del acoso laboral, García menciona algunas características típicas de este tipo de violencia:
En el caso del acoso sexual, García remarca prestar atención a las siguientes señales:
García considera que es fundamental buscar asesoramiento con un especialista que sepa tratar temas de violencia. “El objetivo es que nos aporte herramientas que no signifiquen necesariamente romper el vínculo laboral, que puedan activar mecanismos de diálogo”, recomienda, la letrada, quien también sugiere no encarar en forma directa a la persona y guardar cualquier tipo de prueba.
