Imposible de callar. “Papi” Massa vs. Milei: el libertario entre sus dos padres
La obsesión política por la paternidad en el último tramo de la campaña
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Profético, Milei abrió su rally final en el Movistar Arena con una especie de Sprechgesang: “por favor no huyan de mí/ yo soy el rey de un mundo perdido”. Ese mundo perdido acabó por manifestarse: Milei ruge solitario sobre las ruinas desencajadas de la coalición opositora, Juntos por el Cambio. Ahora Milei clama, casi suplica: no huyan de mí. Financiado por Sergio Massa desde sus comienzos, con las listas de LLA rebosantes de massistas, Milei se encontraba al fin, frente a frente, con su hacedor.
Sergio “Ventajita” Massa le lleva dos ventajas fundamentales: conoce a Milei como un padre a su criatura, y el tiempo. Massa mismo había protagonizado la ruptura del peronismo en 2015, cuando fundó el Frente Renovador junto al denostado pero servicial Alberto, y juró “barrer a los ñoquis de la Cámpora”. Si el peronismo se une, gana; desde entonces, Massa experimenta con diversos instrumentos para romper a la oposición. Primero encontró en Espert el encargado de limar a JxC por derecha; Espert fue la chispa que reunió tanto a Milei como a la primera peluquera en ser electa diputada, Lilia Lemoine. Massa tardaría un tiempo en comprobar que el producto exitoso no era el calvo Espert sino el peludo Milei, ese adolescente tardío cuya desesperación real se conectaba con la desesperación juvenil masiva.
“Eligieron mal al padre”, le dijo Milei a los radicales, que ven en Raúl Alfonsín a su patriarca. Pero Milei también eligió mal a su padre político, con quien ahora se enfrenta en desigualdad de condiciones. El último tramo de la campaña de Milei fue extrañamente obsesivo con la cuestión de la paternidad. Lilia habló de su proyecto de ley para que la paternidad sea optativa; Alberto Benegas Lynch père le contó a la multitud su deseo de cortar relaciones con Francisco I, el Padre de la Iglesia Católica. Benegas Lynch habita sin duda alguna trama temporal nubosa, pero nadie hubiera imaginado que proviniera de la mismísima secta de los Templarios, cuya orden fue suspendida en el año 1312. “La casta tiene miedo”, coreaban los jóvenes; los videos de explosiones y derrumbes brillaban en la oscuridad. Estaban fascinados con su propia ferocidad; lo habían logrado, daban miedo. El problema es que ese miedo era un banquete para Massa. Ahora podía enseñorearse sobre ese plato que hacía tanto el peronismo no degustaba: el centro moderado.
Sergio es un tercerón crónico: sabe que, por sí sólo, su figura no tiene valor a los ojos de la sociedad. Sabe que es percibido como un hombre mentiroso, advenedizo, desleal: el traidor absoluto, el garca todoterreno, sólo atento a su ansia de poder. Kicillof lo llamaba “forro”, la Cámpora cantaba “no pasa nada si todos los traidores se van con Massa”; hasta Cristina se preguntaba en sus ya clásicos audios con Oscar Parrilli por los vínculos de Massa con el narcotráfico. Por eso Massa creó un engendro a su medida: un fenómeno teatral, de luces, sombras y derechas enardecidas, contra las cuales él puede intentar la única utopía de futuro peronista: renovarse con tal de retener el poder. Massa se beneficia de una dinámica similar a la de Pedro Sánchez en España, cuando los Vox se radicalizaron tanto que parecían capaces de comer carne humana. A veces, la tibieza acomodaticia puede ser tranquilizadora; Pedro terminó imponiéndose, le bastaba no parecer un caníbal.
¿Puede Milei emanciparse de su padre político? Quizás, abrazándose a su padre adoptivo: Macri apenas pudo disimular la fascinación que le produce Milei. Durante su interregno felino nunca le interesó la historia, pero de pronto sentía que otro daba la batalla cultural por él, como si Macri fuera los Rolling Stones y Milei una versión lumpen y low cost, tipo Los Ratones Paranoicos. Milei vendía dos utopías fantasmas: el regreso a la Argentina rica de la “manteca al techo”, y el Macri que podría haber sido y que no fue. “Yo vengo a hacer lo que Macri no pudo hacer”, decía Milei, y Macri, por su lado: “Yo quería hacer lo que dice Milei, pero no me dejaron”. ¿Era el León el hijo freaky del Gato? El flirteo filial entre el Gato y el León fue la debilidad de Patricia: no era tanto que las musas de la oratoria la dejaban sola, si no que ellos, Macri y Milei, entablaron un diálogo que la dejaba sin parlamento. No debe ser fácil tener de acompañante a un jugador de bridge como Macri. En el bridge, al compañero del declarante se lo llama “muerto”: sólo el ganador puede elegirle qué cartas jugar, el muerto ni las puede tocar.
Desde el punto de vista de JxC, Macri jugó su peor campeonato de bridge. Tenía todas las cartas en la mesa y las jugó sistemáticamente mal, obliterando a Horacio, luego a Patricia, imponiendo al añoso Grindetti para disputar una provincia donde se imprimen bombachas con la cara de Kicillof. Siempre al filo, con la ligereza y brutalidad de un gentleman que hace de la política su zona de juegos, la otra posibilidad es que Macri haya jugado muy bien, si su plan era acrecentar su poderío en soledad. Macri imaginó que Milei terminaría imponiéndose sobre Patricia y por eso quiso ser un nuevo padre adoptivo para él; en eso no se equivocó. Aunque Macri es un digno hijo de Franco, celoso del poder como él, Mauricio siempre fue muy generoso con su primo Jorge; cuando eran niños le regalaba la ropa que le quedaba chica, y ahora fue el turno de la alcaldía porteña. Sobrio y aplomado, el Macri tostado cumplió la misión: ahora es el puntal de la reconstrucción.
¿Qué podía hacer Patricia en esta danza del padre y el hijo, del Pygmalion Sergio acariciando a lo lejos a su monstruito Javier, del Gato maullando al oído del León adoptivo? Patricia tuvo muchos errores no forzados: su campaña fue deslucida, con un comando errático que la dejó como una combatiente solitaria en el desierto. ¿Quiénes eran sus alfiles, sus lugartenientes? La lista de diputados estaba encabezada por Maximiliano Guerra, que se la habrá pasado bailando en la oscuridad porque no se lo vio en toda la campaña. Patricia declaró el advenimiento de una filosofía muy interesante junto al excelente Santiago Kovadloff, un humanismo que se realizó menos en la acción proselitista que en la prosa serena del filósofo.
Hubo pocas piezas de comunicación, y pocas figuras: los más brillantes fueron la joven economista Daiana Fernández Molero y Alejandro Bongiovanni, que aportó barba, musculatura y una verba liberal atemperada por el encanto de la tonada santafesina. Por lo demás, nos enteramos que al señor Melconian le gustan los portaligas, algo que de todas formas hubiéramos podido inferir con sólo observar su coloratura capilar. Otro error estratégico fue dejar solo al solipsista Schiaretti, el rey del cuarteto después de Rodrigo y La Mona Jiménez; de haber tenido otra dinámica la discusión, Patricia hubiera percibido la propuesta de Horacio como un consejo, y no una afrenta. Milei hizo una campaña acerca de la edad y la debilidad (cfr. los viejos meados) para atacarla a ella, y que su show de testoterona en llamas hiciera el resto. Su pacto con Massa era que ella quedara tercera.
Ahora Sergio Massa se eleva como el nuevo producto estrella del peronismo: la síntesis que mejor lo representa. Un leviatán camaleónico y criminal, que puede tomar la forma de izquierda, de derecha, indultar militares o perseguirlos, estar contra la CONADEP, ser pro mercado o anti mercado: sólo importa la retención del poder a toda costa, cambiando sus valores según le convenga. En apariencia, los escándalos de corrupción de Insaurralde y “Chocolate” no sólo no lo afectaron: Massa quiere demostrar que la corrupción es una preocupación de clases medias, y allí adonde vamos ya no hay clases medias. Quiere demostrar que el pueblo le pertenece de la manera más basta: porque al pueblo se lo compra. ¿Te hablaron mal del Estado? ¿Pero quién es el papi que te cuida? El que te reparte la platita. Aunque lo de Massa fue más bien Plan Platota: invirtió en la campaña unos 3 puntos de PBI según los especialistas, un récord Guinness para una elección donde se juega la continuidad del régimen peronista. No salió primero a pesar de ser el ministro de Economía de la inflación de 130% y el dólar a 1000, si no precisamente porque lo es, porque puede imprimir dinero ad nauseam, porque cada vez vale menos. Y así y todo, apenas logró elevar algunos puntos su tercio, una elección mediocre para el peronismo.
Con orgullo, Milei presentó su meme nuevo: un leoncito de Disney que abraza a un patito, su foto de reconciliación con Patricia. El Gato Macri está fuera del plano, pero su garrita felina sería decisora en esta etapa de la contienda. En esta nueva fase, Massa querrá demostrar no sólo que es loco, también es débil. Buscará construir una nueva superioridad moral, en defensa de la democracia y la mesura; por debajo, buscará foguear el placer colectivo de ir contra el débil (especialidad peronista). Milei lo sabe, por eso no puede relajarse. Aunque nada le impide retozar entre florecillas con la rozagante Fátima; desde el fin de semana circulan rumores de que hay un bebé en camino.
Quizás lo más llamativo y veraz de Milei haya sido la forma en la que asocia Estado argentino y perversión. Su blanco conceptual fue siempre el paternalismo estatal, donde el Estado es casi como un padre abusador que te da para someterte, o te quita para darle a otros, sometiéndolos; en uno de sus exabruptos más sórdidos, Milei comparó al Estado con un pedófilo. Ahora llama a Massa “la perversión política”. Es interesante que, por estos días, circule un spot muy pegadizo: una reversión del videoclip de “Blanco y Negro” de Michael Jackson. En el spot, las caras de Baby Etchecopar, Viviana Canosa, Cristina Kirchner, Mariu Vidal y Myriam Bregman, entre otros, se transforman unas en otras al ritmo de la música. El único que conserva su rostro es Michael Jackson, conocido pederasta: tiene la cara de Massa.
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