La diseñadora Luján Haeder pone en valor la sastrería personalizada con impronta social y ambiental
Es abogada, con maestrías en Europa y posgrados; como diseñadora de indumentaria reedita y transforma sacos, pantalones y camisas en ropa que cuenta historias
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Un traje, una persona. Este es el manifiesto de Luján Haeder, la diseñadora que pone en valor la sastrería personalizada, con impronta social y ambiental. La recirculación de trajes y remanentes textiles es la base de la flamante firma que está dando que hablar entre los referentes del diseño de indumentaria con propósito. Desde que se presentó en el Bafweek, Luján, “Lulú” , 36 años, nacida y criada en Caleta Olivia ya no esconde más su origen humilde ni sus ganas de cambiar el mundo. Por lo menos, el universo injusto, despiadado y depredador de la moda.
Trepadoras se llamó la colección que causó impacto en las pasarelas, donde las modelos –mujeres involucradas con el cambio—se calzaron las piezas únicas que Haeder cose a mano, puntada a puntada, para reeditarlas y transformarlas en ropa que cuenta historias. Trepar y escalar fueron los puntos de partida que visibilizan el prejuicio sobre las mujeres exitosas que quieren llegar al mismo lugar que generalmente llega un hombre.
“A la cima no se llega sola”, remata la diseñadora que se emociona hasta las lágrimas al repasar su propia trama, la historia de una nena que ganaba concursos de carnaval y belleza gracias a la destreza de su mamá que cosía “unos trajes increíbles reciclando lo que teníamos a mano. Vivíamos para ganar esos concursos, que nos permitieron viajar por el país y subsistir”, subraya y toma de su biblioteca una estrella navideña, realizada con los tubitos del papel higiénico.

“Mi mamá hace magia con nada. Éramos seis hermanos, nos crió sola y fue la única fuente de ingresos familiar. A nosotros nos tirás en el medio de una isla y te armamos una empresa”, dice sobre el saber hacer con las manos que heredó de su madre, de quien también toma su apellido danés cuyo significado es “honor”. Al punto de costura, entonces, lo lleva en el adn aunque cuente con títulos de abogada, maestrías en Europa y posgrados, con un CV atiborrado de trabajos en estudios importantes, corporaciones y empresas.
La otra parte, la del reverso de la tela, habla de empleos temporarios en comercios, lavaderos de autos y changas de todo tipo para pagar el alquiler de un departamento ocupado en San Nicolás. “Si, fui okupa y nunca lo pude contar, como a buena parte de mi recorrido”, confiesa Haeder hoy, desde su departamento de casada frente al Botánico. En este refugio amplio y luminoso que comparte con su marido y su perrito Octavio, armó su estudio, un búnker textil donde Haeder transforma los sacos y pantalones, las camisas y las telas adquiridas en remates a partir de ciertas premisas. “Combino la inteligencia emocional y la sostenibilidad para reducir la huella de carbono en cada proceso. Trabajo con la red de descartes y remanentes Segundas Oportunidades, la más importante del país”, dice.
"Coser es sanador, me calma, se apaga el ruido"
En el perchero se suceden las prendas únicas que le acercan sus clientes para resignificarlas. “Funciona como una sesión de terapia o de autoconocimiento”, comenta Lulú sobre los intercambios, las charlas y la puesta en común con sus clientes. “Llegan mujeres empresarias con cargos altos que quieren sentirse seguras en mesas de decisiones donde generalmente hay más hombres. Se van contentas, empoderadas. Es que mi diseño apunta a cubrir otras necesidades de las que propone la moda de tendencias, que no contempla las transiciones del cuerpo ni las acompaña. Y eso es injusto, porque el concepto apunta al punto de dolor femenino: para pertenecer hay que adelgazar. ¿Quién no se compra una prenda una talla menos con la ilusión de poder usarla? ¿Quién no guarda por las dudas un pantalón que ya no le cierra?”, se pregunta Haeder con enojo.
Hace más de un año que trabaja en la confección de una camisa de un naranja intenso que lleva dos metros de tela. La bautizó 8, por el símbolo del infinito, y admite distintos usos, es reversible, sus terminaciones cuentan con costura francesa y los ojales no están cosidos, sino ocultos, para reducir el consumo energético. Con cuello y hombros desmontables y giratorios, la prenda asume un rol lúdico y atemporal, y desconoce mandatos del fast fashion.

“Me inspiro en el concepto del arquitecto finlandés Eero Saarinen que decía que cada objeto debe diseñarse en su contexto próximo más amplio”, añade la diseñadora que personaliza las prendas con distintos materiales reciclados. Desde manteles e individuales antiguos hasta remanentes de marcas deportivas y descartes. “Las firmas de indumentaria compran tela sin mesura para stockearse. Y después queda arrumbada en los depósitos por años y años”.
Buena parte de esos géneros archivados llega al estudio para revertir su destino. O torcerlo al menos, tras la intervención minuciosa de Haeder que destaca en cada terminación una manera de concebir la ropa que llevamos puesta. Con honestidad y trazabilidad cada prenda atesora hilos recuperados al servicio de bordados artesanales que llevan días y semanas de trabajo. Entre las últimas entrevistas hubo una que la marcó en especial: “Una mujer trajo sacos de su marido que murió este año, por un cáncer. Y los reformulé para que cada vez que los use sintiera su abrazo”, señala.
En el reverso del éxito que en menos de un año la llevó a la vidriera más importante del sector y a dar una charla en el formato TEDxRíodelaPlata Sofá Sessions está su salud mental. “Bipolaridad y trastorno de la ansiedad que me llevan a pensamientos intrusivos y diálogos negativos. Ahí es cuando la transformación de una prenda funciona como acción terapéutica. Coser es sanador, me calma, se apaga el ruido”, revela.

La ex reina provincial coronada por Roberto Giordano en su Caleta Olivia natal no se animaba a contar detalles del pasado ajustado y con limitaciones que compartió con sus hermanos. “Esconder quién era me costó salud mental, siempre traté de ser lo que otros querían que fuera. Era la más rara, la que cuestionaba, la rebelde y combativa. Recién ahora puedo reconciliarme con mi historia”, admite Haeder que durante la pandemia conoció al amor de su vida. “Me iba a ir a de viaje justo cuando declararon el aislamiento. Se canceló el pasaje. Combiné un encuentro por una app de citas y lo conocí. Me atajó en el peor momento de mi vida, me apoyó”, dice con felicidad Lulú, que bordó su propio traje de casamiento.
En su caja de resonancia se amplifican gestos y actitudes que la ayudan a transformar ese pasado con dificultades en un presente de crecimiento sostenido. Cada collar con fideos pintados cobra otra dimensión en la memoria de Haeder, que hoy diseña su propia vida con un mantra: “Solo necesitaba recuperar mi esencia”, dice y traza una costura paralela con el emprendimiento donde trama futuro en cada puntada.
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