La esposa del zapatero. La historia de Wanda Miletti de Ferragamo, una reina de la moda que nunca olvidó Buenos Aires
La mujer que convirtió la marca de su marido, Salvatore Ferragamo, en un imperio del estilo
MILÁN.– Cuando la abuela de una antigua compañera en LA NACION se maquilló a los 16 años, fue un escándalo familiar. Su padre, que era el respetado médico de Bonito, un pueblo en el sur de Italia, la obligó a lavarse la cara y amenazó con casarla “con el primer zapatero que pidiera su mano”. Zapatero, claro, era el más despreciado de los oficios porque lidiaba con el pie, la parte menos noble del cuerpo.
La abuela se llamaba Wanda Miletti y, huérfana de madre, había sido criada para llevar una vida silenciosa y tradicional. Durante el gobierno de Mussolini, el doctor Miletti incluso había sido nombrado podestà, la autoridad local. De ese mismo pueblo era Salvatore Ferragamo, que lo había abandonado para hacer la América, y que, en la década del 40, ya era un multimillonario empresario famoso por ser quien calzaba a las estrellas de Hollywood.
Mucho Greta Garbo, Sophia Loren y Ava Gardner, pero a la hora de casarse, había que volver a las raíces. Ferragamo enviaba regularmente dinero para caridad, pero como no todo llegaba a manos necesitadas, Miletti lo invitó a su casa para elaborar una forma más efectiva de donación.
Según la biografía oficial de Ferragamo, quiso el azar que Wanda le abriera la puerta. Ella cumplió poco más que un rol decorativo en el encuentro, pero al día siguiente Salvatore le envió tal cantidad de rosas que no alcanzaron los floreros de la casa. A pesar de la oposición del padre –un zapatero en Bonito no sería considerado más que zapatero toda su vida– Ferragamo la siguió cortejando en secreto, y se casaron tres meses después, en 1940.
Cuando Salvatore falleció de un cáncer fulminante en 1960, Wanda, ama de casa que solo se había ocupado de criar seis hijos, decidió no vender la empresa sino manejarla ella, y concretó el sueño de su marido de convertirla en un imperio de la moda.
"Ella sentía que haber sido madre de seis hijos, y uno tras otro, había sido un entrenamiento para enfrentar lo que fuera"
La historia extraoficial de los comienzos es un poco distinta. Resulta que Wanda era fanática del cine y consumía todas las revistas del corazón que podía. Sabía quién era Ferragamo y tomó la iniciativa en la conversación con él. Luego del encuentro, le envió una postal en la que solo decía “pensando en ti”. Fue Wanda también quien se ocupó de que la empleada de la casa que la había criado le organizara encuentros secretos con el pretendiente. Ella ya estaba muy a cargo.
Toda esta fábula sobre la capacidad de las mujeres de tomar las riendas del destino surge de la biografía que su nieta, Ginevra Visconti, publicó en Italia. “Gini”, como era conocida en el diario, se ocupó de hilvanar la biografía de su abuelo con las cartas que Wanda enviaba a sus nietos y su propia historia entre la Argentina e Italia. El resultado es Nel libro rosso di Tà. La vita di Wanda Ferragamo, que la RAI llevó a la pantalla chica.
“De mi abuela me quedó grabado que no hay que desmerecer ninguna experiencia de vida. Todos se sorprendieron de que al enviudar decidiera quedarse con la empresa y dedicarle su vida con un éxito inesperado. Pero ella sentía que haber sido madre de seis hijos, y uno tras otro, había sido un entrenamiento para enfrentar lo que fuera”, resumió Visconti, en un encuentro de argentinos en Milán.
De sus años porteños también quedó marcada. “No me pude readaptar por completo a Milán. En Buenos Aires trabajaba en la redacción en el microcentro, pero siempre que podía me escapaba al campo, ese aire, esa luz única, y el tema de los caballos que nunca más pude dejar”. De hecho, ahora, más lejos de las letras pero cerca del espíritu emprendedor de su abuela, se reinventó en la Toscana como criadora de “los primeros caballos que pueden llamarse orgánicos porque usamos el mismo protocolo desarrollado para el ganado así denominado”, se enorgullece. Además, forma parte del equipo italiano de polo, y pasa, siempre que puede, por Buenos Aires: “Una parte mía siempre quedó allá”, sintetiza.
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