La estupidez es humana y tiene sus leyes
Numerosos autores demuestran que tendemos a subestimar el poder de daño de la ignorancia, los prejuicios, la falta de reflexión y la pereza mental
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En enero de 2013 el programador informático italiano Alberto Brandolini veía un programa de televisión en el que el periodista político Marco Travaglio y el entonces ex primer ministro Silvio Berlusconi se atacaban uno al otro de manera burda y a los gritos. Recordó el libro Pensar rápido, pensar despacio, del psicólogo y premio Nobel israelí Daniel Kahneman (obra indispensable a la hora de estudiar la toma de decisiones en los seres humanos) y concluyó formulando lo que se conoce como Ley de Brandolini o Principio de asimetría de la estupidez. Su formulación es sencilla e inapelable: “La cantidad de energía necesaria para refutar una estupidez, falsedad o engaño es de magnitud superior a la que se requirió para producirla”.

Este principio tan cierto como obvio entonces, lo es mucho más hoy, doce años después, tiempo en el que las redes sociales, las noticias falsas y el uso manipulador, tendencioso y tramposo de la inteligencia artificial generaron una devastadora pandemia de estupideces, falsedades y engaños que se consumen con avidez insaciable. Para que esto sea posible la estupidez debe funcionar como una avenida de dos manos. De un lado marchan quienes producen este material y del otro los que lo tragan y diseminan sin pensar, sin reflexionar, sin chequear origen y verosimilitud, sin advertir las posibles y graves consecuencias, demostrando no sólo estupidez sino también ignorancia.
Su formulación es sencilla e inapelable: “La cantidad de energía necesaria para refutar una estupidez, falsedad o engaño es de magnitud superior a la que se requirió para producirla”
De todas maneras, mucho antes que Brandolini el pastor luterano alemán Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), uno de los fundadores de la Iglesia de la Confesión y empedernido luchador contra el régimen nazi, había dado a conocer su propia Teoría de la Estupidez Humana, que forma parte de sus reflexiones sobre los peligros del totalitarismo. Bonhoeffer, acusado de atentar contra Hitler y de ayudar a judíos a escapar hacia Suiza, fue llevado al campo de concentración de Flossenbürg, en donde lo ahorcaron el 9 de abril de 1945. En su teoría afirma que “la estupidez es el enemigo más peligroso del bien”. La incapacidad de reflexionar sobre uno mismo, la carencia de lógica y de pensamiento crítico son más peligrosos que la maldad, porque “el poder de la maldad necesita de la estupidez ajena para triunfar”. Y remata así su idea: “Contra la estupidez no tenemos defensa. Ni las protestas ni la fuerza pueden tocarla. Razonar no sirve de nada. Las pruebas que contradicen los prejuicios pueden simplemente no creerse y, si son innegables, pueden simplemente considerarse como excepciones triviales”. Ochenta años más tarde de la inmolación de Dietrich Bonhoeffer resulta estremecedora la vigencia de sus observaciones y la comprobación de que, a pesar de las tragedias y los altos precios en vidas y futuros pagados por la Humanidad, única especie capaz de ejercer la estupidez, esta no sólo se ha expandido sino que se naturalizó, al punto en que demasiados estúpidos se creen inteligentes y masas irreflexivas se alinean con fanatismo detrás de estúpidos con poder en áreas determinantes de la vida colectiva.
La incapacidad de reflexionar sobre uno mismo, la carencia de lógica y de pensamiento crítico son más peligrosos que la maldad, porque “el poder de la maldad necesita de la estupidez ajena para triunfar”
Otro agudo estudioso de la estupidez, el historiador y economista italiano Carlo Cipolla (1922-2000), formuló las cinco leyes que la determinan y alertó sobre que hay más estúpidos de los que se cree, que estos dañan a otros mientras se dañan a sí, que la estupidez puede convivir con otras características en una persona, que los no estúpidos suelen subestimar la capacidad de daño de los estúpidos y que los estúpidos son, al final del día, los seres más dañinos que existen. Hay antídotos contra este mal tan extendido. Son el pensamiento crítico, el abandono de la pereza mental, la capacidad de dudar, de hacerse preguntas y de investigar la vida en busca de respuestas propias. Martin Luther King, el gran luchador por los derechos civiles, advertía: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez consciente”. Así es.

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