A los 80 años, murió la artista alemana Rebecca Horn, una de las matriarcas del arte contemporáneo
A partir de la década de 1990, se destacó como una de las artistas contemporáneas más innovadoras y multidisciplinarias; se había retirado de la vida pública tras sufrir un derrame cerebral, en 2015
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Este viernes, a los ochenta años, falleció en Bad König, en el oeste de Alemania, la artista Rebecca Horn. Había nacido el 24 de marzo de 1944 en Michelstadt, en la región de Odenwald. Hija de padres judíos, debió vivir refugiada en la región de la Selva Negra durante los últimos años del nazismo (por esta experiencia, privilegió otros idiomas, en especial el francés, en lugar de su lengua materna). En su juventud, estudió en la Academia de Bellas Artes de Hamburgo. A partir de la década de 1990, se destacó como una de las artistas contemporáneas más innovadoras y multidisciplinarias: realizó esculturas, dibujos, vestuarios, performances e instalaciones; escribió poemas, dirigió películas (una de ellas protagonizada por Donald Sutherland y Geraldine Chaplin) y también óperas. Se había retirado de la vida pública, tras sufrir un derrame cerebral, en 2015.
En 1964, a los veinte años, mientras vivía en Barcelona, tuvo una dolencia pulmonar por trabajar con fibra de vidrio sin usar protección. Pasó una larga temporada en un sanatorio y, en ese periodo, sus padres fallecieron. “Estaba totalmente aislada”, recordó. Como podía dibujar y coser, comenzó a diseñar sus primeras “esculturas corporales” que luego realizaría con prótesis de madera, telas acolchadas, aros de metal, cueros, plumas y vendajes. En esa ciudad española, en ocasión de los Juegos Olímpicos de 1992, construiría por encargo la escultura La estrella herida.
A finales de la década de 1960 utilizó estas piezas en performances; la más reconocida es Unicornio, donde una joven semidesnuda camina durante horas por un campo de trigo y un bosque, en un solitario desfile nupcial, luciendo un cuerno blanco ajustado por correas (la obra está inspirada en La columna rota, pintura de la mexicana Frida Kahlo). La serie Arte personal incluye dibujos, fotografías y performances con misteriosas resonancias eróticas, sadomasoquistas y, por ende, “punitivas”. Con La prometida china, de 1977, convirtió la obra en una celda en la que los espectadores quedaban encerrados; en el interior, podían escuchar el diálogo de dos jóvenes chinas.
Rebecca Horn (1944-2024) pic.twitter.com/DnMw37F5dI
— Emma (@Em_Trinidad) September 8, 2024
Desde la década de 1980, comenzó a trabajar en instalaciones monumentales; con gran destreza técnica, Horn acopló pianos, violines y guitarras; valijas, pupitres y armas de fuego en sus obras. En 1987, en Münster, presentó una instalación con embudos que goteaban agua, martillos, instrumentos y dos serpientes vivas alimentadas con ratones en lo que había sido un centro de detención y exterminio de la Gestapo, durante la Segunda Guerra Mundial. Concierto para la anarquía, de 1990, muestra un piano invertido, con la tapa levantada, del que las teclas sobresalen como una artillería. En la mirada de Horn, cuerpos, objetos e instituciones sociales y políticas tenían en común una rigurosa imperfección.
“Fue un excelente ejemplo de la interdisciplina en los años 1970, la heredera de esas aproximaciones a la performance de la década anterior -dice a LA NACION la historiadora de arte y curadora María José Herrera-. Espíritu crítico de las convenciones de representación y de la autopercepción del cuerpo, investigó la imagen en acción en la performance, el objeto creado para esa acción y el registro fotográfico o fílmico. El concepto de experiencia está íntimamente ligado a su práctica: qué experimento, qué siento o creo que siento. Una tendencia, la de repensar el cuerpo que se extendió fructíferamente en los años 1980″.
Para el curador Rodrigo Alonso, Horn fue un artista que marcó a toda una generación. “Desarrolló un tipo de escultura de carácter performativo muy personal y organizó su producción alrededor del cuerpo y lo femenino en el momento en que triunfaba el neoexpresionismo alemán -sostiene-. Creo que fue muy importante también para todo un grupo de artistas argentinas en formación durante los ochenta y noventa, cuando se reabrió la información sobre el panorama internacional del arte contemporáneo”.
Dirigió las películas La bailarina (1978, donde utilizó varias esculturas con plumas y vendas), La Ferdinanda: sonata para una Villa Médicis (1982) y El dormitorio de Buster (1990), homenaje al actor estadounidense Buster Keaton protagonizado por Donald Sutherland y Geraldine Chaplin. Las tres integran la colección del Museo Reina Sofía, que posee además otras obras de Horn, al igual que la Tate Modern, el Guggenheim y el Museo de Arte Moderno de Nueva York, que tiene una gran colección de dibujos y bocetos de la artista alemana.
Obtuvo los premios más importantes de la Documenta de Kassel, el Carnegie International y el Praemium Imperiale, otorgado en Japón, y participó en tres ediciones de la Bienal de Venecia. En 2012, creó la Fundación Moontower, con sede en Bad König, con el objetivo de preservar su legado y auspiciar el trabajo de jóvenes artistas y músicos. La Fundación dio a conocer la noticia de la muerte de Horn este fin de semana. “El miedo a la muerte es como un velo -había declarado la artista al cumplir setenta años-. Uno está inmerso en un proceso en constante marcha”.
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