Agonía, sudor y gloria de William Faulkner, el Nobel que dejó huella en los más grandes como Borges
Se conmemora el 60° aniversario de la la muerte del autor de “Las palmeras salvajes”, “El ruido y la furia”, “Santuario” y otros clásicos del siglo XX, que también fue guionista en Hollywood
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Se lo considera uno de los “santos patronos” del culto a la violencia en la narrativa de Estados Unidos, que potenciaron (cada uno a su modo) autores como Henry Miller, Don DeLillo, Chuck Palahniuk y Bret Easton Ellis. Pero William Faulkner (1897-1942) se circunscribió, sobre todo en sus novelas, a retratar el sur estadounidense desde múltiples puntos de vista. Para ello fundó Yoknapatawpha, un condado imaginario -como el Macondo de Gabriel García Márquez y la Santa María de Juan Carlos Onetti- donde los personajes (crueles, solitarios, marginales; racistas y antiesclavistas, corruptos y puros) protagonizan destinos de los que difícil escapar o redimirse. Faulkner dejó huella en grandes autores hispanoamericanos, de Juan Rulfo a Alejo Carpentier, y de Juan José Saer a Javier Marías, que afirmó que el estilo del hijo de Misisipi superaba al de James Joyce. En 1949, obtuvo el Nobel de Literatura “por su contribución poderosa y artísticamente única a la novela estadounidense moderna”. Hoy se cumplen sesenta años de su muerte.
El crítico y escritor estadounidense Alfred Kazin dijo que Faulkner había sido, al mismo tiempo, “un aristócrata caído y un hombre fantasioso, un crítico casi filosófico de la degradación del Sur, y un hijo fiel en quien los caprichos y las instituciones de su patria chica provocaban una repugnancia perezosamente humorística que a menudo sería indistinguible de una acepactión cínica”. Y que sus “monumentos verbales”, su virtuosismo y su pasión por la forma carecían de centro. Para Jorge Luis Borges, que recomendó con entusiasmo las novelas del autor y tradujo con acento rioplatense Las palmeras salvajes, esa intensidad retórica lo convirtió en el “primer novelista” del siglo pasado. “Desde que leí de él Las palmeras salvajes, en la traducción de Borges, me produjo un deslumbramiento que aún no ha cesado”, revela Mario Vargas Llosa en El pez en el agua.
“Nuestra tragedia actual es un miedo físico y universal, tan largamente padecido que hemos llegado incluso a soportarlo -dijo Faulkner en diciembre de 1950 ante la Academia Sueca-. Ya no existen problemas del espíritu. Tan solo una pregunta: ¿cuándo seré aniquilado? Por este motivo, el hombre o la mujer que escribe hoy ha olvidado los problemas del corazón humano en conflicto consigo mismo, que son lo único que puede cimentar la buena escritura porque son lo único sobre lo cual vale la pena escribir, aquello que justifica la agonía y el sudor”.
En la infancia, su madre y su abuela materna -aficionadas a la pintura y la fotografía- lo habían iniciado en el amor por la lectura. “Leer, leer, leer todo, clásicos, desconocidos, buenos, malos, ver cómo escriben, leer y absorberlo -aconsejó Faulkner en su madurez-. Luego escribes. Si es bueno lo conservas, sino lo tiras por la ventana”. En la juventud había trabajado como cartero (la leyenda dice que abría y leía cartas ajenas en la búsqueda de material novelesco) y pintor de casas. Antes de su primera novela, La paga de los soldados, de 1926, había escrito libros de poemas.
Entre mediados de los años 1920 y poco antes de su muerte, en 1962, publicó algunas de las novelas más importantes del siglo XX, como El ruido y la furia, Mientras agonizo, Luz de agosto y ¡Absalón, Absalón! Algunos críticos ironizaron que en la actualidad las obras de Faulkner -incluidos sus métodos para escribirlas- no pasarían por el tamiz del movimiento #MeToo. Por ejemplo, la truculenta Santuario, “la más horrible historia que pude imaginar”, según expresó el autor, y que tiene como protagonistas a la hija de un juez, un psicópata, proxenetas de ambos sexos, un asesino inocente y un débil mental, acosó por varios años al autor, que publicó en 1951 una continuación, la novela dialogada Réquiem para una mujer, donde intentaba restablecer algo de justicia en un universo maligno.
Para la licenciada en Letras y directora de Salón de las Palabras, Vivian Acuña, “la lectura de Faulkner es un gran encuentro con la literatura”. Su obra integra una tradición que tiene como pioneros a Ambrose Bierce, Mark Twain y Edgar Allan Poe. “En Gambito de caballo se reúnen sus cuentos policiales, que fueron publicados en el periodo de entreguerras en diversas revistas literarias -dice Acuña-. Partiendo de Poe, referente del género, para Faulkner el policial es una partida de ajedrez y la figura de Gavin Stevens retoma la búsqueda de la verdad desplazándose del método científico, porque indagar el mundo del crimen implica atravesar lo insondable de lo humano que no responde a la lógica de la razón. La literatura interroga la naturaleza humana, la pasión y la locura tanto como lo insondable del amor; la incomunicación como el límite del lenguaje que deriva en la violencia, y los propios conflictos de la modernidad, el campo y la tradición frente a la ciudad, lo anónimo; la ley y su trampa”. Cuentos y novelas de Faulkner fueron leídos como parábolas acerca de la descomposición moral en la atmósfera febril de Misisipi.
Los personajes femeninos ocupan un lugar especial en su obra. “Hay una mirada doble, e incoherente, si se quiere, de las mujeres -afirma la profesora, escritora y traductora Márgara Averbach-. Por un lado, las mujeres blancas y jóvenes, activas en lo sexual, son personajes de los que se desconfía con razón: son corruptoras (como en Las palmeras salvajes), indiferentes o no muy buenas madres (como la madre de los Compson en El ruido y la furia). En cambio, las mujeres mayores, que ya no son ‘peligrosas’ para los hombres en un sentido muy protestante, son las representantes del sur y su espíritu de nobleza. El ejemplo más evidente es la protagonista del relato ‘Una rosa para Emily’, y también la señora Habersham en Intruso en el polvo, que ayuda a un adolescente a reivindicar a un negro acusado de asesinato. Esas mujeres son feroces, capaces de enfrentarse a una multitud con intenciones de linchar a un inocente, de matar o de salirse con la suya contra las autoridades que quieren cobrar impuestos. De ese lado de la barrera de la edad, la mujer es objeto de homenaje del autor porque es el Sur que Faulkner defendía y amaba”. A este elenco se podría agregar a Lena Grove, la heroína de Luz de agosto, que sale en búsqueda del padre de su hijo por los caminos de Yoknapatawpha.
Como a muchos escritores (y lectores) de su generación, le gustaba beber: su trago favorito era whisky con azúcar, hielo y hojas de menta. Cuando Faulkner necesitó ganar dinero, el director cinematográfico Howard Hawks le consiguió trabajo de guionista. “La colaboración de Faulkner con Hawks fue un invento -dice a LA NACION el crítico y escritor Ángel Faretta-. Antes de ganar el Nobel, no tenía un peso, pero prácticamente no hizo nada para Tener y no tener [adaptación de la novela homónima de Ernest Hemingway] y El sueño eterno [novela de Raymond Chandler]. En Tierra de faraones, Hawks lo mantuvo por una cuestión de prestigio, aunque la película fue un fracaso”. Faulkner también trabajó con Jean Renoir para El hombre del sur, y novelas suyas fueron llevadas al cine por Tony Richardson, Martin Ritt y Mark Rydell. La favorita de Faulkner fue la versión cinematográfica de Pilón, su octava novela, titulada Ángeles sin brillo, de Douglas Sirk. Allí recrea el mundo de los pilotos de espectáculos de acrobacias aéreas y rinde tributo a otra de sus pasiones desde la juventud: la aviación.
Albert Camus según William Faulkner. Preciosas líneas, de Premio Nobel a Premio Nobel. Enormes ambos 👏👏#Faulkner2022 pic.twitter.com/iWp4qd0NLk
— Darko Miserda (@darkomiserda) June 26, 2022
En Twitter, desde el 5 de julio de 2021 se desarrolla la lectura colectiva de la obra de Faulkner, con el hashtag #Faulkner2022. Por ahora, se lee ¡Absalón Absalón! y el 25 de este mes comenzará la lectura de Mientras agonizo, en la que el autor hizo lugar nada menos que a quince narradores. “Actualmente es un grupo pequeño los que leemos y comentamos en #Faulkner2022 -dice a este diario el ingeniero chileno Darko Miserda, organizador de la lectura en la red social-. Pero nunca es tarde para leer y releer a Faulkner”.
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