Cambiar de entorno para el trabajo creativo
Las residencias artísticas demostraron ser pioneras de la tendencia hacia una rutina laboral más flexible
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Tomar clases de yoga, hacer excursiones, visitar museos y galerías, conocer personas y lugares nuevos. Sí, todo eso puede ser parte del trabajo cotidiano. Lo es para los artistas que realizan residencias, una forma cada vez más extendida de alimentar el proceso creativo, que logró sobrevivir a los grandes desafíos impuestos por la pandemia e incluso aprovecharlos a su favor. Y no solo eso: demostró también ser pionera de la tendencia a una rutina laboral cada vez más flexible.
A tal punto que el año pasado Amalia Amoedo inauguró en Uruguay Casa Neptuna, un espacio de 139 m2 ubicado en medio del bosque y cerca del mar, diseñado a distancia por Edgardo Giménez en plena cuarentena. La flamante Fundación Ama Amoedo Residencia Artística (Faara) ya invitó allí a fines de 2021 a dos artistas latinoamericanas, seleccionadas por tres curadores de la región, para compartir “un espacio de investigación, trabajo y reflexión creativa, bajo la forma de un retiro en la naturaleza” durante seis semanas.
“La residencia fue para mí un retiro en un ambiente natural, donde pude reflexionar sobre mi obra y mi práctica, y estar fuera del ritmo habitual de la vida y de otras preocupaciones para permitir que despunten ideas nuevas, o que se asentaran otras que estaban en proceso. Un cambio de ritmo y de entorno que siempre me resulta favorecedor del proceso artístico”, señala la argentina Marcela Sinclair, que trabajó en composiciones geométricas con acuarelas y acrílicos y en la edición de un video mientras convivía en José Ignacio con su colega portorriqueña Sofía Gallisá Muriente. Dentro de dos semanas, Adriana Bustos y Liliana Angulo Cortés tomarán la posta.
La “economía azarosa” de los artistas, señala Sinclair, es un factor clave a la hora de tejer esta creciente red internacional que incluye residencias impulsadas por Bienalsur y la Bienal de Arte Joven; el galerista Ricardo Ocampo, en Pueblo Garzón, o los argentinos radicados en Miami Alan Faena y Jorge Pérez. “No siempre podemos permitirnos este tipo de dislocaciones espaciales si no es por medio de estas iniciativas”, agrega, tras haber participado de residencias en El Basilisco (Buenos Aires); Lugar a dudas (Cali) y Fountainhead (Miami). Aunque reconoce que todas las experiencias suman al permitir “estar en otro lugar, con artistas de otros países, trabajando en otros contextos”, ella prefiere las que continúan la idea original: sin presiones para producir y mostrar obra dentro de un límite acotado de tiempo.
Salir de la zona de confort
“Hay muchos tipos de residencias –coincide Matías Duville, que ya realizó más de una decena–. Para mí, residencia es salir de tu zona de confort. Buscar destrabar un proceso creativo cambiando de ciudad, de país, de taller. Y también de personas, que te hacen pensar el trabajo de otra manera y te impulsan a salir del molde. Residencia es experimentar, cambiar las leyes de lo esperable”.
En la Argentina hay para todos los gustos. Eso demuestra la Red Quincho, proyecto nacido en pandemia que nuclea a más de treinta residencias de una decena de provincias. Unidas por “un interés común inclusivo, diverso y federal, que se propone como un tejido de colaboración y cooperación”, eligieron ese nombre por su asociación con “un cobertizo que protege, pero que a su vez no tiene paredes, permitiendo el flujo de entrada y salida de la gente”. Según explican en el sitio redquincho.ar, donde se puede conocer cada una, para los argentinos el quincho “es un lugar de reunión fraterno, con la comida como excusa, algo que sucede frecuentemente en las residencias”, definidas como “infraestructuras invaluables para la reflexión crítica, la colaboración intercultural y la producción de conocimiento interdisciplinario”.
Entre otros logros de este trabajo en equipo se cuenta el de haber logrado que Migraciones autorizara la entrada de artistas al país durante la cuarentena. Y ahora van por más: “Queremos activar un programa de circulación nacional, para que cada artista participe de tres residencias”, dice Pablo Caligaris, uno de sus impulsores.
Estos nuevos vínculos, favorecidos por las herramientas digitales que muchos aprendimos a usar durante la pandemia, no alcanzaron sin embargo para que algunas residencias pudieran mantener su estructura física. El propio Caligaris busca nueva casa para su proyecto La Ira de Dios, que funcionó en un galpón de Villa Crespo y luego se alojó en el centro de experimentación cheLA, en Parque Patricios.
También URRA, una de las pioneras en el país, retomó la flexibilidad de los proyectos colaborativos tras perder su sede de Tigre. Eso sí: no abandonó sus intercambios con residencias internacionales como Gasworks y AIR-M Munich, y esta semana inauguró en la galería Quimera una muestra con obras de residentes de Noruega, Estonia y la Argentina. Porque los artistas saben que las fronteras están para cruzarlas.
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