Carlos Arcidiácono
Como un prisma que girase velozmente sobre su eje, Carlos Arcidiácono, fallecido ayer, a los 72 años, era capaz de exhibir muchas facetas de un brillante talento.
Actor de teatro independiente en su primera juventud, deportista poseedor de un físico privilegiado, dibujante eximio, pintor, escultor en plexiglás y otros materiales sintéticos, ceramista, cuentista ("La gallina loca") y novelista ("Ay de mí, Jonatan"), poeta, periodista y crítico riguroso: fue un artista, en fin, de múltiples destrezas.
Hombre de la cultura, tenía el raro don de poder también valerse de sus manos para los menesteres prácticos: era carpintero, electricista, albañil, tornero, mecánico ducho en torcer la aviesa voluntad de las máquinas, ya fueren automóviles o computadoras.
Todo esto lo hacía con una indeclinable alegría -pródiga en ocurrencias y juegos de palabras- que no ocultaba su escepticismo esencial, su noción de que en el destino humano no hay luz sin la correspondiente sombra.
En su tarea periodística, pasó por las redacciones de La Prensa, donde llegó a dirigir las páginas de arte y espectáculos. Colaboró como crítico teatral en la revista Gente, y de arte, en Mercado. También fue colaborador especial de El Cronista. Como profesor de Bellas Artes ejerció la docencia y ofreció conferencias en distintas cátedras sobre la teoría pictórica.
Sus compañeros lo recuerdan como un hombre de honestidad intelectual e integridad moral. Sus restos serán inhumados hoy, a las 9.45, en la Chacarita.
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