
Casares, un testigo de la despedida de Borges
El librero recuerda su último acto público en Buenos Aires
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Se imponen dos impresiones al ingresar en la librería de Alberto Casares (Suipacha 521): la preferencia por cierta clase de literatura y la gran cantidad de retratos y fotografías de Jorge Luis Borges, junto con los de otros grandes escritores.
La mayoría de los volúmenes expuestos son obras originales y exclusivas para bibliófilos, primeras ediciones de autores nacionales, libros antiguos, agotados, raros o curiosos.
Tras haber trabajado ocho años en la editorial Carlos Lohlé, Casares puso su primer local, que entonces era únicamente "de nuevo" y orientado a literatura general, filosofía y psicología. La necesidad de responder a la demanda de libros agotados, dicen, lo llevó a descubrir el mundo del libro viejo. "O sea que me convertí en otro tipo de librero, con un universo diversificado", afirma.
Así, junto con la característica solemnidad del texto histórico, pueden encontrarse cartas, manuscritos, mapas y grabados. Y, ahí no más, también, para otro tipo de intereses, colecciones de revistas memorables, como Sur , Sol y Luna , Nosotros o Los cuadernos americanos .
La reiterada imagen de Borges se explica por la admiración que hacia él tiene Casares y porque el autor de El Aleph fue protagonista de un relevante acontecimiento, que ya integra la historia del local. La anterior sede, que estuvo ubicada en Arenales y Callao, fue escenario de la última aparición pública de Borges en Buenos Aires, menos de 24 horas antes de su partida a Europa, donde murió en 1986.
Un día, Borges
El acontecimiento ocurrió el 27 de noviembre de 1985. Imposible no incluirlo en el diálogo. "Salvo la desaparecida revista Somos , el acto no fue cubierto por el periodismo. Supongo que se debió a que no entraba en ninguno de los rubros habituales. No era una conferencia ni la presentación de un libro", acota Casares.
-¿Y qué fue, entonces?
-Una reunión de amigos. Y, por supuesto, de lectores, muchos frecuentadores de la librería.
-No debe haber sido fácil convencerlo. Al otro día viajaba...
-Fue una negociación larga. Empezó 20 días antes de la fecha fijada. Habíamos estado organizando exposiciones de primeras ediciones de grandes autores argentinos. La anterior había estado dedicada a Bioy, y yo quería cerrar con Borges.
-¿Cómo fue la negociación?
-Con exigencias y rarezas de su parte. En mi primer contacto telefónico me pidió que lo llamara todas las mañanas, pero a las 10 en punto. Un día exigió no incluir en la muestra Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos . Pero dos días después cambió: «Póngalos. Hay personas a las que le interesan esas cosas».
-Bueno, parecía una señal de que aceptaba.
-Sí. Aunque, el mismo día del acto, cuando lo llamé, me dijo: «Discúlpeme, Casares, pero no voy a poder ir porque viajo». Le hice notar que viajaba al otro día, pero no hubo caso. Me fui a la librería, desolado. Entró alguien que conocía bien a Borges. Le conté la situación y me sugirió que lo volviera a llamar. Lo hice y de entrada me preguntó: «¿Qué pasa que no me viene a buscar?». Inmediatamente fue Marta, mi mujer, y lo trajo.
-¿Cómo fue la reunión?
-Su encuentro con Bioy fue maravilloso. Entablaron un diálogo lleno de humor. A menudo hacía algún comentario. Mientras firmaba Historia universal de la infamia , dijo: «Cuando lo escribí no sabía qué era infamia. Lo supe más tarde, con el tiempo».
-¿Qué recuerda del final?
-Dos cosas. Que se me acercó y me preguntó, en voz baja: «Casares, son las siete menos cuarto. ¿No debería irme ya?». Y que, cuando se despidió de todos, anunció que al otro día se iba a Italia, que pasaría allí la Navidad, y que después iría a Ginebra, «donde seguramente voy a morir», dijo.
No preguntamos qué reacción produjo esto. Se tiende a no creer (o a no querer creer) los autopronósticos referidos a la muerte. Menos en el caso de Borges. Porque, ¿quién iba a admitir así no más, y aunque él mismo lo proclamara, que Borges no era inmortal?





