"Conocer es aún más importante que comer", dice Jorge Wagensberg
Reflexiones del físico y escritor español
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Intelectual: “Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras”, según la Real Academia Española. A Jorge Wagensberg, físico, conferencista, director del monumental Museo de la Ciencia de Barcelona –la “Cosmo Caixa”– y de la colección “Metatemas, libros para pensar la ciencia”, de Tusquets, columnista del diario español El País y de la revista francesa de divulgación científica La Recherche, la definición le viene como anillo al dedo. Si hay algo que lo cautiva es jugar con las ideas, crearlas, estirarlas, penetrarlas, comprimirlas, amasarlas y darlas vuelta del derecho y del revés; en fin, pensar el mundo sin preconceptos.
Español, autor de 14 libros y editor de los 90 títulos que figuran en el catálogo de Metatemas –firmados por algunos de los más audaces pensadores actuales–, Wagensberg es una personalidad multifacética capaz de pasearse intelectualmente de Picasso a Einstein y de Stephen Jay Gould a Leibniz con la misma punzante e inquisitiva lucidez.
Sin embargo, a lo largo del diálogo mantenido con LA NACION durante su reciente visita a Buenos Aires para hablar sobre los museos de ciencia y la escuela en las Jornadas Internacionales de Ciencia, hay algo que deja en claro: el conocimiento no es un juego ni un lujo, sino una necesidad de primer orden en la vida de las personas y los países. "Debe ir por delante de todo, incluso de comer", afirma.
-Usted da clases en la Universidad de Barcelona, dirige un importante museo de ciencias, escribe libros y columnas periodísticas, dicta conferencias... ¿Cómo hace para desplegar semejante actividad?
-Mi mujer me pregunta lo mismo, pero sin sonreír. Sin embargo, yo hago una cosa; por ejemplo, esto [su último libro: La rebelión de las formas , Tusquets editores, 2005] viene de una exposición. La reflexión sobre la exposición no cabía en la exposición misma. Entonces decidí escribirla, y cuando la escribí me di cuenta de que para que fuera legible había que hacer un esquema conceptual, y así salió el libro. El de los aforismos [ Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?, Tusquets editores, 2002] surgió porque de repente me di cuenta de que la gente repetía frases que yo decía. Me hizo mucha ilusión recuperar el aforismo como una idea en conserva, que puedes disolver y discutir, y que además es una regla mnemotécnica si está bien escrita. Bueno, valía la pena coleccionarlos. Llevo una libretita donde voy anotando las ideas, porque si no se evaporan. Durante el año voy apuntando las ideas y voy construyendo mentalmente, sin escribir nada. Después, cuando estoy en la playa, por ejemplo, todo sale muy rápido. Este libro está redactado en dos meses, pero construido durante siete años. El método es ir lo más lejos posible en la reflexión y, luego, discutirla con sparrings intelectuales. Una vez que la idea está definida la echo en la arena y la discuto mucho.
-¿Para qué sirve un museo de ciencia?
-Creo que es un instrumento de cambio social. Para mí, los museos van a ser los templos del futuro. Normalmente, en los templos suelen decirte lo que personas mucho más inteligentes que tú han pensado hace 2000 años. Pero aquí lo novedoso es que la gente pensará por sí misma. He venido aquí para hablar precisamente de eso.
-¿Cómo explica usted que muchos los imaginen simplemente como una colección de huesos viejos?
-Eso es lo que ocurría en los museos antiguos. Es uno de los vicios, efectivamente: la acumulación de objetos. Pero eso tiene una cosa buena: que el objeto es real. Luego se pasó al extremo opuesto: los museos sin objetos, en los que todo eran juguetes, en los que se tocaban botones, se mostraban fenómenos... La nueva museografía es la que hace entrar en diálogo al objeto y al fenómeno. Es decir, el objeto ilustra y el fenómeno demuestra. Lo que queremos es estimular la conversación con el visitante.
-¿Cómo se las arregla para hacerlo en el museo que usted dirige?
-Bueno, después de más de veinte años hemos tenido el privilegio de volver a comenzar. En todo. Nueva arquitectura, nuevo contenido, nuevas actividades? Pasamos de cinco mil a cincuenta y cinco mil metros cuadrados, y en los últimos tres meses hemos tenido un millón de visitantes. Es un privilegio, porque normalmente es muy difícil que se pueda hacer algo así. Cuando tienes dinero, no tienes ideas, y cuando tienes ideas, no tienes equipo? Volver a empezar tiene, además, algo bueno: que sobre todo sabes lo que no hay que hacer. No repites errores. Durante estos veintipico de años detectamos muchos vicios. Por ejemplo, comunicábamos una idea falsa de la ciencia, la idea de que es única, que no se equivoca nunca, cuando es todo lo contrario: funciona justamente sobre la base de errores.
-¿Qué lo llevó a la ciencia?
-La verdad es que mi vocación fue tardía. Yo no fui de los chavales que dicen "quiero ser científico", como los que dicen "quiero ser bombero". A diferencia de lo que ocurre con el conocimiento revelado o el artístico, que tienen que ver con la realidad, pero no se dejan negar por la realidad, lo que me fascinó del método de la ciencia fue la restricción, el sacrificio que hacemos los científicos en cuanto a que la confirmación no es tan importante como la negación. Si mi verdad dice "A" y el experimento dice "no A", o cambio el experimento o cambio la teoría. El premio [de esta manera de enfrentar la realidad] es poder anticipar la incertidumbre.
-En "La rebelión de las formas" usted analiza la inteligibilidad científica. ¿Todas las ciencias "comprenden" de la misma manera?
-Para un físico, comprender es hacer grandes ecuaciones elegantes. El químico busca estructuras, el biólogo busca mecanismos, el sociólogo, líneas de pensamiento. Pero hay algo en común, y es que todos buscan qué es lo que hay de similar entre cosas diferentes. Esa es la inteligibilidad científica. La gran emoción para un científico es que una fórmula f igual m por a explica tanto el movimiento de una bola de billar como el de una galaxia. Esa reducción de la que se burlan a veces los filósofos -y a los que yo respondo: "Si ésa es la reducción, viva la reducción"-, eso es lo que permite anticipar. Es decir, que aunque parezca que comprender es diferente en cada disciplina científica, hay algo común que es eso. Comprender es la mínima expresión de lo máximo compartido.
-¿Cómo se zanja la distancia entre la ciencia y el resto de la sociedad?
-Creando lenguaje. Fíjate que todos los términos científicos que hoy están asentados, en su tiempo fueron palabras del lenguaje común. "Energía", hasta que llegó Newton, era una palabra que no estaba definida. Lo que es interesante es que después de que la mecánica newtoniana y la termodinámica definen la energía con rigor científico, el vocablo vuelve enriquecido. Lo mismo ha ocurrido con la palabra "información". Hasta la Segunda Guerra Mundial, información era una sensación, a partir de entonces aparecen teorías matemáticas sobre la "información" y ahora sabemos muy bien lo que es: la pesamos, la medimos en bits, eso no ocurría antes. Y sabemos más: sabemos que por publicar una información que es falsa se puede volver verdadera. Como decir que a un banco le va mal: aunque no sea verdad, si lo dices, acaba yéndole mal. O, al revés, dices que una autopista está embotellada, lo cual es verdad, y por decirlo se desembotella. Es decir que la ciencia construye lenguaje. No sólo se acuñan nuevos términos, sino que los antiguos se enriquecen.
-Suele repetirse que la ciencia es indispensable para el desarrollo. Se trata de un tema crucial para un país como la Argentina. ¿Cómo "se fabrican" científicos? ¿Cómo se inspira el interés por la ciencia?
-Hay falta de vocaciones científicas, pero ése es un problema planetario, no sólo de la Argentina. Los alumnos de la Facultad de Física de Barcelona han bajado a la mitad. Los japoneses están aterrorizados porque la juventud sólo quiere hacer negocios. Es un problema muy grave, porque la ciencia es la forma de conocimiento que más influye en el ciudadano. Yo creo que, como cualquier tipo de pedagogía, se trata de proveer estímulos, porque aprender se aprende solo. Cuando a uno "le cae la pizza" está solo, pero está solo al final de una forma de conversación que es la docencia. La buena docencia es cuando el estudiante, el alumno o el ciudadano tiene la posibilidad de conversar. ¿Con quién? Con la naturaleza. Eso es lo que el museo pone a disposición del visitante. Puede conversar directamente con la naturaleza, con la vida, no con libros. En las escuelas y universidades debería conversar con el profesor. Parece una trivialidad, pero en la mayor parte de las escuelas no se conversa. Yo recuerdo que me castigaban por intentar conversar. En las buenas universidades hay un profesor para 14 alumnos; es que no puedes conversar con 40 personas a la vez.
-Usted pone en pie de igualdad la capacidad de comprender con la de percibir belleza, que llama "beldar"?
-Yo creo que existió antes el gozo estético que el gozo por comprender...
-Desde ese punto de vista, tal vez, en lugar de promover la ciencia habría que trabajar para que se multipliquen los poetas, los pintores...
-Claro, ¿por qué no? Pero de una forma natural la gente acepta mucho más a los artistas que a la ciencia. Aunque son igualmente importantes, en estos momentos los que necesitan una seducción especial son los que pueden trabajar a favor de la ciencia. Es muy importante que el conocimiento vaya por delante en los ciudadanos. Porque hay algo que todavía no ha dicho ningún partido político y es que el conocimiento debe ir por delante de todo. Incluso de comer, aunque suene provocativo. El progreso es independencia, y lo único que da independencia es el conocimiento. Mejor pasar por un poco de hipoglucemia, pero no sacrificar nunca el conocimiento.
-¿Cómo resolvería esa disyuntiva en un país que se debate contra la pobreza, como la Argentina?
-Una cosa no debe ser la excusa de la otra. Es que no se trata de dar la caña de pescar en lugar del pescado, sino que a lo mejor en un país no se trata de pescar. ¿Y de qué se trata? Es que no se puede saber si no hay investigación. La máxima riqueza del mundo viene de la investigación. La verdadera solución está en crear conocimiento y crear riqueza. La dependencia es la pobreza. Entonces la trampa es pensar que hay que dejar de conocer para otra cosa. Para mí, el conocimiento es inaplazable. El conocimiento y la democracia son inaplazables.
-¿Qué papel juega el razonamiento y cuál la creatividad en el conocimiento científico?
-El método científico sirve para tratar ideas, y las ideas no son racionales. Sirve para tratar ideas, pero no para capturar ideas. La parte de creatividad está, sobre todo, en los mecanismos de que se sirve el científico para capturar ideas. Y ahí vale todo. Vale ir al cine, vale soñar, vale cualquier cosa. La gran diferencia con cualquier otra forma de conocimiento es que esa nueva idea pasa por la razón. A veces incluso una idea sirve para romper la razón. El plan, en ciencia, sirve también para saltárselo. Es una referencia.
-Hace pocos días se cumplió un nuevo aniversario de la explosión de Hiroshima. ¿Le parece que los científicos serían mejores gobernantes que los políticos?
-No, en absoluto. El científico es un ciudadano como cualquier otro. Lo que sí es importante es que todos los votos valen lo mismo: el de un científico y el de un no científico, incluso cuando se vota sobre cuestiones científicas. Si votamos sobre las células madre, el voto de un físico vale lo mismo que el de un biólogo. La bomba atómica no es un momento cualquiera de la ciencia. Estoy de acuerdo en que perdimos la inocencia, pero creo que sirvió para que hoy se haya llegado al consenso de que no se puede investigar en secreto. Puedes investigar en secreto las ideas, pero desde el momento en que haces un experimento, estás interviniendo en la realidad, y en esa realidad viven los demás. Antes de Los Alamos la idea del científico era: "Que no me molesten, que yo sé lo que hago". De allí en más, son los científicos los que piden los comités de ética. No quieren esa responsabilidad, no quieren ese peso.
-¿Es decir que la inteligencia no garantiza la sabiduría?
-No, la inteligencia no asegura la sabiduría, en absoluto. La inteligencia es una condición necesaria, pero no suficiente.