Crónica íntima de un best seller
El autor de la trilogía Millennium (cuya última entrega acaba de llegar a la Argentina) no vivió para conocer su éxito, pero confiaba en su obra
lanacionarStieg Larsson llegó sobre la una y media de la tarde al vestíbulo de la revista Expo . Era el 9 de noviembre de 2004. Larsson se acercó al ascensor y apretó insistentemente el botón. Pero estaba roto. No funcionaba. Tuvo que subir a pie los siete pisos que lo separaban hasta su oficina. Llegó exhausto. Media hora más tarde sufrió un ataque al corazón. En la ambulancia, camino del hospital, su corazón dejó de latir. Tenía 50 años.
Antes de que Stieg Larsson tuviera que hacer frente a este ascensor estropeado, el periodista sueco llevaba ya ocho meses sumergido en una actividad frenética con la editorial Norstedts para terminar de pulir la trilogía Millennium . Durante esos meses, escribió y revisó los manuscritos cada noche sin descanso, acompañado de una cafetera y un paquete de cigarrillos. Y mantuvo mientras tanto una vertiginosa correspondencia vía e-mail con su editora, Eva Gedin.
Los e-mails descubren a un Larsson minucioso, obstinado ("me encerraré día y noche para que el libro pueda estar impreso pronto") y bromista. El escritor falleció meses antes de que los libros salieran a la venta y no pudo conocer el éxito mundial de su trilogía ( Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire , éste último de reciente aparición en la Argentina) que ha vendido hasta ahora cerca de doce millones de ejemplares en más de cuarenta países.
Al principio, en la editorial Norstedts desconfiaban del título que el escritor pretendía para el primer tomo. Eva Gedin le envió un correo en el que pregunta al escritor si debía darse por vencida con el título. "Le he dado vueltas todo el verano. ¿Intentamos contraatacar con otra alternativa? Aunque me parece que acabará siendo tu elección la que gane", escribe la editora. Larsson no cedió, y desde su e-mail , stieg.larsson@expo.es, le contesta: "Creo que ése está muy bien. He preguntado qué opinan algunos conocidos y dicen que es un título que da que pensar".
Stieg Larsson, a fines de abril, estaba terminando de escribir la tercera parte de la serie y a la vez trabajaba en la edición de las dos primeras. Quienes lo conocen aseguran que por esas fechas no dormía más de tres horas, fumaba tres paquetes al día y se bebía unos veinte cafés diarios. Al igual que sus personajes, se alimentaba de comida basura. Mientras, le explicaba a la editora cómo había construido a los dos protagonistas, el periodista Mickael Blomkvist y la hacker Lisbeth Salander:
He creado personajes principales que se distinguen de los arquetipos policiales al uso. Así, Blomkvist no tiene úlcera de estómago, ni problemas con el alcohol ni ansiedad. Su cualidad más destacable es que se comporta como una fulana estereotipada [...]. Lisbeth, en cambio, aporta las típicas valoraciones y cualidades masculinas.
Casi desde el principio, Larsson recibió los elogios de los editores, que consideraban que los libros estaban "excepcionalmente bien escritos". El 30 de abril de 2004, después de firmar el contrato, el escritor cuenta que durante el proceso de creación ha seguido una regla muy sencilla:
No he idealizado nunca delitos ni criminales, ni he tipificado a las víctimas. En el primer libro, construyo una serie de asesinatos a partir de la reconstrucción de investigaciones policiales reales. La descripción de la violación de Lisbeth Salander está basada en un caso que ocurrió en Östermanlm. Y así con todo. He intentado crear víctimas de crímenes basándome en personas anónimas.
Trotskista, periodista que se dedicó durante treinta años a investigar la extrema derecha y las conexiones de los nazis con las empresas, Stieg Larsson dejaba muy claro que aborrecía las injusticias. Y no estaba dispuesto a tolerarlas en sus libros. Odiaba las novelas policíacas en las que los personajes pueden comportarse de cualquier manera sin consecuencias. "Si Mickael dispara a alguien con una pistola, incluso si lo hace en defensa propia, irá a parar al Juzgado de Primera Instancia", escribe. Aunque exculpa a Lisbeth: "Ella es una excepción porque sencillamente es una sociópata con rasgos psicopáticos y no funciona como la gente normal. Ni siquiera tiene la más mínima consideración sobre lo que está bien o está mal".
Eva Gedin le contó a finales de agosto que había empezado a correr el rumor de su inminente debut literario y que las editoriales extranjeras tenían mucho interés en comprar los derechos. La editora creía que sería muy divertido presumir de Millennium en las ferias de Gotemburgo y Fráncfort. Le contó además que había puesto en marcha a varios diseñadores para que trabajaran en las tapas de los libros.
En este aspecto, Larsson fue tajante: "Con las tapas me pasa que las amo o las odio nada más verlas, para mí no hay posturas intermedias. Las cubiertas de la serie de Hamilton, de Guillou [autor sueco de diez novelas de espías], pertenecen al tipo que no me gusta, y lo mismo me pasa con las que se basan en figuras planas. Las portadas tienen que ser sugerentes, un poco difíciles de interpretar, quizás un detalle de una imagen mayor. Las cubiertas sexistas, por supuesto están proscritas". El escritor explica más tarde que él tiene la idea de utilizar en portada el detalle de un tatuaje o un piercing .
En la única entrevista que Larsson hizo, refiriéndose a sus libros, explicó que el personaje de Lisbeth Salander, la antiheroína favorita de los lectores, la creó después de preguntarse qué habría ocurrido con Pipi Calzaslargas, el personaje de Astrid Lindgren, si se hubiese hecho mayor. El peso de esta chica menuda, de aspecto frágil, tuvo que debatirlo con la editorial. Eva Gedin, el 31 de agosto, escribe: "Hemos valorado el peso de Salander y creemos que debería estar en torno a los 42 kilos. Es una mujer obviamente delgada, pero no enfermiza. Aunque seguiré preguntando un poco más aquí y allá. Voy a ser discreta y preguntaré a las chicas bajas y delgadas", bromea la editora. Larsson, divertido, le contesta dos días después: "He estado a punto de preguntar a chicas jóvenes en el subte cuánto pesan, pero al final siempre me echo atrás. Pueden malinterpretarlo. Pero 42 kilos suena razonable".
La Feria del Libro de Fráncfort, la más importante del sector, se iba a celebrar ese año a fines de octubre, y Larsson preguntó si para esas fechas se habría traducido algún "pedacito de prueba" de los libros. La editorial lo tranquilizó: "Ningún agente-editor extranjero lo habrá podido leer antes de octubre". Gedin le pidió también que reservara un par de días para revisar todo el manuscrito del primer libro. Y el novelista vuelve con humor al tema de la feria de Fráncfort:
Había oído que la feria es como un pequeño manicomio que dura un par de días. No tengo ni idea de cómo es eso de la venta de derechos en el extranjero y no pienso inmiscuirme, pero supongo que es igual de divertido que celebrar un congreso antifascista con ciento veinte grupos de activistas en Berlín, e intentar alcanzar algún tipo de acuerdo ideológico.
En septiembre, un tornado de grado 5 arrasó la isla de Granada, en el mar Caribe, el peor desde 1954. Dejó treinta y cinco muertos y cientos de heridos. Ocurrió justo en la isla donde arranca la segunda novela de Larsson y que por esos días andaba revisando. "He tenido que pensar qué hago con este capítulo", escribe Larsson, e inmediatamente cuenta que trabajará en el comité de solidaridad que se abra en Suecia para ayudar a la reconstrucción de la isla. En ese e-mail explica que estuvo involucrado en la revolución socialista que se llevó a cabo en los años ochenta. Incluso se declara "un buen amigo" del asesinado primer ministro Maurice Bishop. "Pero eso ya es otra historia."
En el último e-mail enviado desde la editorial (28 de octubre), Eva Gedin le dice que le gustaría hablar con él sobre el comienzo, donde cree que es necesario revisar algunos detalles. "Así son las cosas, nosotros los editores y redactores siempre poniendo algún pero." El mismo día, Larsson le responde: "No dudo de que haya que ajustar alguna cosa. Así que permíteme oír tus ?peros´, redactora. Besos y abrazos, Stieg". Allí acaba la correspondencia. Nunca pudieron revisar el capítulo. El 9 de noviembre el corazón de Larsson reventó en la redacción de la revista Expo y dejó de latir más tarde en las calles de Estocolmo, en una ambulancia rumbo al hospital.
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