Doblar la apuesta
En una fugaz visita a Buenos Aires dos años atrás, Glenn Lowry, el apuesto director del MoMA, anunció que era un hecho la expansión del museo. Joven y ejecutivo, Lowry había sido seleccionado por una agencia de head hunters para liderar el cambio; para convertir una institución modelo siglo XX en el gran museo del siglo XXI.
Creado en un departamento de Manhattan por un grupo de filántropos, el MoMA fue determinante en la definición de Nueva York como capital del arte; cetro que le arrebató a París después de la Segunda Guerra Mundial. El proyecto Tanigushi-Lowry dobla la apuesta y hará posible la expansión de las colecciones hacia el arte contemporáneo. El museo debía crecer sin perder su razón de ser; su capacidad de sintonizar con lo último; de oficiar de caja de resonancia en una urbe prodigiosa para la creación.
Curiosamente, Lowry no es un experto en arte moderno, ni maneja la jerga de los curadores de arte contemporáneo. Estudió arte medieval y se desempeñaba en un museo de provincia, cuando los asesores del board del MoMA fijaron su mirada en él. Tenía el perfil justo. Sensibilidad, entusiasmo y la energía suficiente para remar con los benefactores privados y públicos para conseguir los 800 millones de dólares que exigía la ampliación proyectada por Tanigushi. La primera batalla ganada por el nuevo director se libró en el terreno público, el día que logró contagiar al alcalde Rudolph Giuliani su enstusiasmo por el megaproyecto. Giuliani entendió que el museo era una atracción turística para Nueva York. Está emplazado en el corazón del consumo, es la pausa necesaria y la catedral legitimadora de lo nuevo. Por eso la mudanza a Queens ha sido una peregrinación de fieles.
El mayor desafío de acá en más, resuelto el problema financiero, el traslado a la sede transitoria de Queens y la compra de los edificios vecinos para conquistar metros en la zona más cara de una ciudad carísima, es definir con qué criterio se expandirán las colecciones. Cuando los Rockefeller y sus amigos idearon el MoMA, las fronteras del arte eran claras, previsibles. Era bastante lógico imaginar cuáles eran las obras que un curador del siglo XX debía tener en la mira para armar una gran colección: los paisajes cubistas de Cézanne; el Estudio Rojo , de Matisse, o las señoritas de Aviñón , de Picasso. ¿Cuáles serán las obras que establezcan un canon del siglo XXI?
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