El "caminador" del teatro
Conoce los pasillos del Colón, que ahora dirige, desde muy chico, así como los obstáculos por sortear en una obra
Desde enero próximo, cuando asuma la Dirección General y Artística del Colón, Emilio Basaldúa promete que no dejará de lado la costumbre que aprendió de la mano de su papá, Héctor, cuando era chico: "Caminar el teatro".
"Me pasé mi niñez recorriendo los pasillos y talleres del Teatro porque mi padre fue director escenográfico durante tres décadas", suele recordar este porteño de 59 años, devenido uno de los más prestigiosos escenógrafos del país gracias a una vasta trayectoria que abarca el cine, el teatro y la ópera.
Héctor Basaldúa fue el artífice de la renovación estética de las puestas líricas del coliseo porteño durante su gestión, algo que Emilio conoció de cerca, casi como un juego al que, sin embargo, veía como un mundo inalcanzable.
De hecho, a pesar de ser el hijo de un artista plástico que se formó en la París bohemia de los años 20, cumplió con el mandato de la época: tener un título universitario. Fue así como se recibió de arquitecto en la UBA.
A mediados de los 60, y gracias a una beca, se radicó en Londres, donde participó de diseños experimentales sobre las ciudades del año 2000.
Pero de regreso a Buenos Aires, en 1970, ingresó de lleno en la "arquitectura construida ultrarrápidamente. Algo se levanta en diez días, y después desaparece"; así define su profesión de escenógrafo.
Los primeros y exitosos pasos los dio dentro del cine. Mientras trabajaba como dibujante en el equipo de escenografía del Colón, fue ayudante de la puesta de "Los siete Locos", el film de Torre Nilsson.
En 1974 asumió la responsabilidad de hacer la escenografía para "Triángulo de cuatro", de Fernando Ayala, que le abrió las puertas para participar en una serie de películas notables y multipremiadas: "Los viernes de la eternidad", en 1980; "Plata Dulce", en 1982; "No habrá más penas ni olvido", en 1984; "Una sombra ya pronto serás", en 1991, y luego "Tango", de Carlos Saura.
Desde el mundo del teatro fue convocado, aunque más esporádicamente, pero su oficio fue premiado, como ocurrió precisamente este año, con "Variaciones enigmáticas", dirigida por el renunciante director general del Colón, Sergio Renán, que recibió el galardón ACE 2001.
Fue precisamente el actor y cineasta quien le dio la primera oportunidad de llegar a la sala grande del Colón, en 1993. Renán lo convocó para hacerse cargo de la puesta de la "Vida breve".
Luego llegaron "La ciudad ausente", de Gandini (1995); Macbeth, de Verdi (1998); "El cónsul", de Menotti (1999), y este año, "Falstaff".
Estos trabajos le permitieron conocer de cerca las peripecias por las que se debe pasar en el Colón para poder llevar a buen puerto una producción. De hecho, por problemas económicos, burocráticos y de infraestructura se las tuvo que ingeniar para que las dos óperas de Verdi en las que trabajó pudieran presentarse a término.
Esto es lo que lo llevó a señalar que, para que un teatro de ópera funcione del mejor modo posible, la cuenta única es incompatible. "Un teatro de ópera no funciona del mismo modo que una repartición pública cualquiera", suele machacar por estos días, en los que pidió que le permitan contar con autonomía como para poder resolver con rapidez los imponderables que se suceden durante la preparación de una ópera.
Basaldúa volvió a caminar por los pasillos del Colón, primero para dar forma a sus puestas y, desde este año, para supervisar el área en calidad de director escenotécnico.
Desde enero, la responsabilidad será mayor, pero lo vive como un "orgullo porque -señala- obviamente quiero mucho al teatro por razones personales". Y por eso promete: "Soy de hablar con la gente, y de ir a los talleres donde todos los días veo a técnicos y artesanos que se las ingenian para sacar soluciones de la galera. Y no quisiera perder esa costumbre".
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