El hidalgo de la Puna
"El muerto más tranquilo es el que se va escuchando unas palabras, y mejor si riman", dice el ciego, personaje de una de las novelas de Héctor Tizón. Hace unas semanas, estuvimos en su casa de Los Perales y, junto con Flora, su mujer, pasamos la tarde hablando de poesía y recordando fragmentos de memoria. Cuando llegamos, tenía a su lado un ejemplar de Memorial de la Puna , su último libro, que acababa de recibir por correo, dedicado a Flora, "el amor de mi vida". Y al despedirnos, con la sospecha de que ésa era la última vez, tan parco y afectuoso como siempre, me retuvo y me palmeó la mano. También él lo estaba sabiendo. Con su obra cumplida y rodeado de sus afectos más íntimos, como don Quijote, murió el hidalgo de la Puna. Se fue el querido amigo, queda el recuerdo de una vida digna y la obra de un gran escritor.
***
Jujeño nacido en Salta, en Rosario de la Frontera, el 21 de octubre de 1929, Héctor Tizón vino a este mundo predestinado a la frontera. El azar de su nacimiento y una vida con transtierros no alteraron su condición de creador, junto a la Providencia, de la Puna de Jujuy. Viajero y exiliado, ha vivido en México, Milán y Madrid. Pero su lugar propio, y la cantera de su narrativa, fueron Yala y su comarca. Allí plantó su casa, en sentido literal y metafórico: "La vida no es sino un deambular alrededor de la casa". De allí, de esa casa de palabras y silencios, iba y venía por el mundo acarreando experiencias y lecturas, para contar la epopeya cotidiana "de gente pobre y sin envidias", y las curiosas historias de un mundo de frontera.
Él mismo lo dice en uno de sus ensayos: "La Puna, el gran desierto lunar, cálido y frío, más que un lugar geográfico es una experiencia". El espacio literario puede basarse en la geografía, incluir sus topónimos, sus paisajes y su gente, pero es más amplio y ubicuo. Leyendo a Tizón, podemos conocer la Puna sin haber pisado nunca Jujuy. Y conocemos algo más: conocemos que arraigo y destierro son dos caras de lo mismo, y son quizá la condición humana.
Desde su primer libro de cuentos, A un costado de los rieles , Tizón elige la provincia postergada y el páramo de la alta meseta andina casi despoblada, "con más casas que gente". Allí sitúa a sus personajes: hidalgos precarios y abúlicos o campesinos pobres que, arraigados a su terruño y a sus valores austeros, prefieren la honra a la prosperidad y deambulan en otro tiempo, al margen de la vida actual. Fiel a sus orígenes, un narrador implicado da testimonio de un mundo que se apaga, con un discurso parco, lejos de todo localismo, que incorpora los silencios de esos seres habituados al "sin remedio" y "la forzosidad".
A esta primera etapa pertenecen libros fundamentales como Fuego en Casabindo , El cantar del profeta y el bandido o El traidor venerado . Pero el exilio del autor y su familia en España, entre 1976 y 1982, es el dato visible de un cambio fundamental que conmueve su escritura, porque "la vida ha mojado el discurso", en palabras de La casa y el viento , una gran novela que abre y desordena su mundo narrativo.
En un escritor obsesionado por el arraigo, la vivencia del exiliado modifica la mirada y el sentido de la búsqueda. El narrador testigo ya no está inmerso en el mundo que narra; mira desde la ambigüedad del que se siente a la vez propio y ajeno, exigido por una perspectiva contradictoria, por la duda y la incerteza. Mientras que las primeras novelas privilegiaban lo mítico, con esa mirada piadosa por un mundo en retirada, las que vienen después incorporan conflictos y personajes foráneos que contaminan ese rincón ensimismado. Novelas como Luz de las crueles provincias , El viejo soldado , La belleza del mundo , así como los cuentos de El gallo blanco , dan testimonio de esas mudanzas.
Hay un original cambio de actitud del que mira y cuenta los hechos. El cronista deja su sitio a un narrador implicado, confundido y en algún caso incriminado. Nuevos imaginarios y temas como la inmigración y el erotismo, casi ausentes de sus primeros libros, dan complejidad a una obra que sigue plantada sólidamente en la Puna y sus valores.
Pero el aporte más significativo de Tizón es la creación de una lengua. En la base de su discurso están la lengua sabrosa de sus vecinos y ese español mestizo de las mujeres de su infancia, forzado por el quechua, junto a las herramientas de su oficio de escritor en el que siempre hay un lector con su ojo astuto. Los clásicos y también la "nueva novela latinoamericana" con Rulfo; los rusos, sobre todo Gogol y ese universal que es la provincia; la literatura norteamericana con Faulkner; los libros sagrados ortodoxos o apócrifos, su forma versicular y sus parábolas; los textos jurídicos con sus hallazgos verbales y matices arcaizantes; Cervantes con su ingenio en la destreza coloquial; todos aportan su particularidad, que el escritor suma a su talento para la formación del estilo propio.
La Puna impone no sólo asuntos y personajes sino, sobre todo, unas maneras de decir que ese paisaje lleva puestas y que implican una mentalidad. El escritor busca la voz del páramo, parca y a la vez intensa, mojada de silencio; un discurrir austero, pegado al nervio de la prosa. Ejercita la economía indígena, su reparo a hablar sin necesidad, atento a la lengua sabia de su gente, lacónica no por falta de asuntos sino por rechazo de lo accesorio; escueta pero sustanciosa, enemiga del despilfarro y del exceso.
Héctor Tizón consiguió instalar en sus textos esa forma de ser, y sobre todo el silencio, el gran aporte de la cultura andina. Un silencio elocuente, que tiene algo intenso que decir desde esa frontera adormecida y casi muda, que no obstante nos habla, en voz baja, de la condición humana.
Leonor Fleming