El juego del cheque en blanco: las diez obras que compraría Marta Minujín
Aunque cree que el arte que más le gusta no está en venta, la reina del pop sucumbe a la tentación y estaría dispuesta a gastar US$ 1.061.000 por una decena de piezas... incluyendo una de su autoría
"Artista es aquel que discute su entorno y el que, de entrada, se opone a todo; de ahí nace la vanguardia. Pero si hay algo que sigo rechazando es la posesión del arte. Porque, además, el arte que me gusta y el que yo compraría es el que no está a la venta", dispara, siempre iconoclasta, Marta Minujín. Su sinceridad muta en provocación en un ámbito como arteBA.
Con ese axioma, podría ser una torpeza, casi un acto de corrupción, extenderle un "cheque en blanco" a esta artista universal, que el 10 de junio estrenará su Partenón de libros prohibidos en la Documenta 14 de Kassel, para incitarla a traicionar sus principios. Pero Minujín, fiel a la ambigüedad humana, finalmente sucumbe a la posesión. Y lejos de la mesura se perfila como una gran dinamizadora del mercado de arte: en tres horas de recorrida con LA NACION, su libre albedrío estético sumó la friolera de US$ 1.061.000. "Una fortuna por una buena causa -se justificó-, nutrir a los museos, anémicos de obras."
Minujín es un imán para la gente. Imposible caminar diez metros sin que público o entendidos la intercepten o le pregunten si ya consiguió los 18 mil ejemplares que le faltan para que su "ágora" impresa pueda materializarse a través de una puesta de la que ya habla el mundo. A propósito, en la feria se reciben donaciones de libros prohibidos hasta el sábado.
Rigurosa, se impone eliminar distracciones y enfocarse sólo en el arte. El que pasa frente a sus retinas con vértigo de videoclip y el que registra su memoria, entre lúdica y plástica: "Ves, la oveja partida en dos y conservada en formol, de Damien Hirst, la obra que llevó a la Bienal de Venecia, Treasures from the Wreck of the Unbelievable, y todo lo que ha hecho el chino Ai Weiwei, es arte que compraría sin traicionarme", enumera cuando una primera obra llama su atención. Es una composición de pincelada apabullante que "logra quebrar el ojo": el gran lienzo de Macció, Inundado (1983), en Vasari. El hombre a punto de ser devorado por el agua y por las criaturas marinas que se insinúan a su alrededor. "Acá hay angustia auténtica -dice-, y la angustia es lo que mueve la creación."
Su segunda compra es uno de los prototipos flotantes que el creador de los móviles y precursor de la escultura cinética, Alexander Calder, realizó como ensayo en miniatura y acero pintado. La pieza, de 1969, en la galería madrileña Cayón, es una reliquia de la vanguardia estadounidense. "Un clásico de la historia del arte", apunta Minujín. Al igual que la esponja de resina embebida en el icónico azul intenso del francés Yves Klein, a quien Minujín conoció en París cuando descollaba como abanderado del nuevo realismo en los 60. "Todo lo que se hace hoy es un arte derivado de esa década, cuando irrumpió el action painting, el arte minimalista, conceptual, el pop y las obras site specific", evoca. De allí su preferencia por las obras de esa época, de la que fue protagonista.
Más expeditiva que Eduardo Costantini, en el Espacio Chandon le puso el punto rojo a Freelancer, la obra conceptual de Eduardo Basualdo: el helicóptero con sus aspas en movimiento, rehén de una arquitectura que, a pesar de su apertura cenital, le impide despegar. "Me gusta esa tensión entre la naturaleza cinética del objeto, la imposibilidad y rigidez espacial, y la incógnita de ver si finalmente logra vencer su limitación", justifica.
En Van Riel eligió la pintura metafísica, solapada detrás del ascetismo geométrico del maestro Roberto Aizenberg. "Ese círculo te lleva a cualquier lugar; tiene un efecto mental logrado con muy poco", dijo sobre el óleo en tonos verdes brillantes, de 1968, del maestro del surrealismo argentino.
Entre una aglomeración de espectadores que observaba una misma obra en Del Infinito, Minujín se abrió paso y dio cátedra: "Este es el primer Polesello que sale del cuadro para descubrir la informalidad del acrílico", enseña sobre la escultura que se asemeja a un bloque de hielo, el elemento que inspiró su obra óptica y geométrica, cuando "Pole", de niño, lo repartía desde un carro junto a su padre. La pieza encierra una profusión de burbujas, logradas con diluyentes, que juegan con la percepción. "Esta obra es icónica, pertenece a la colección de su pareja, Naná, y ahora yo se la dono al Bellas Artes", se gratificó Minujín. En ese mismo espacio, un ensamble geométrico, obra tridimensional de Abel Ventoso, llamó su atención. Con relieves irregulares, la superficie repite una misma secuencia ondulante de cuadrados en negro y blanco, como si se trataran de las teclas de un piano deformadas como un acordeón. "Me interesa por el efecto visual a fuerza de repetición de formas".
Entre los pocos registros contemporáneos, y a tono con su atuendo de mameluco peruano bordado con canutillos, eligió una "obra para usar" del artista boliviano Andrés Bedoya, en la galería peruana Ginsberg. La pieza escultórica y refulgente, a partir de un sinnúmero de botones huecos de chapa dorados, alude a la vestimenta ritual incaica. La forma irregular insinúa una capa colgada cuyo relieve invade el espacio. "La descuelgo y me la pongo para poder vestir arte", le dijo Minujín al propio artista, halagado por la adquisición.
En Sur, un colorido lienzo entre truculento y satírico de Berni, La obsesión de la belleza (1971), le produjo cierta incomodidad en la contemplación. "Antonio tiene eso, es ácido y un crítico feroz, adelantado a tu tiempo, ya que lo que señala es atemporal", sentenció, sobre las seis mujeres sometidas a rudimentarias máquinas como de liposucción.
En la última escala, abrió el juego a la autocomplacencia. "Como en la Argentina mi obra no tiene más de dos o tres coleccionistas, no me queda otra que apoyarme yo misma", se rearfirmó, y en Henrique Faría, indemne al qué dirán, compró su escultura La libertad acostada (1968). "La elijo porque todo cambia según el punto de vista desde donde se mire. Hoy la obra funciona como metáfora de la era Trump. En los barcos, los inmigrantes llegaban a la estatua de la Libertad y con esa diversidad EE.UU. creó un país poderoso. Ahora con esa libertad restringida, hundida en el agua, con el freno a la inmigración y la ausencia de libertad, se produce el efecto contrario".
Con criterio sesentista
Los girasoles, de Van Gogh, el David de Miguel Ángel o la obra del contemporáneo Damien Hirst que ahora mismo se expone en la Bienal de Venecia son el tipo de creaciones que Marta Minujín compraría si se pudiera. Pero no. Minujín está aquí y ahora recorre los pasillos de arteBA, donde lo que elige también habla de sus preferencias (y posibilidades). En el juego, sus compras delatan la predilección por piezas históricas de grandes maestros (argentinos e internacionales), en especial de los años 60. Privilegia el juego con el espacio en gramáticas diversas, de la escultura al ensamble y el objeto. Y se anima a adquirir una escultura propia.
- La obsesión de la belleza (1976)
ANTONIO BERNI Sur
US$ 390.000
- Inundado (1983)
RÓMULO MACCIÓ
Vasari
US$ 120.000
- La Libertad acostada
(1986 - fundición reciente)
MARTA MINUJÍN
Henrique Faría
US$ 75.000
- Sin título (1961)
YVES KLEIN
Cayon
US$ 100.000
- Sin título (2017)
ABEL VENTOSO
Del Infinito
US$ 40.000
- Sin título (1969)
ALEXANDER CALDER
Cayon
US$ 40.000
- Vestimenta N° 2 (2016)
ANDRÉS BEDOYA
Ginsberg
US$ 16.000
- Sin título (1968)
ROBERTO AIZENBERG
Van Riel
US$ 60.000
- Freelancer (2017)
EDUARDO BASUALDO
Espacio Chandon
US$ 70.000
- Sin título (1960)
ROGELIO POLESELLO
Del Infinito
US$ 150.000
1.061.000
Total en dólares
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