El sabor de la nostalgia
Ameno e íntimo, el nuevo libro de Isabel Allende se lee con el agrado que produce el encuentro con un texto en que la evocación de los propios recuerdos alcanza el equilibrio necesario para permitirnos paladear los sabores sutiles de la nostalgia, sin exponernos a las trampas fáciles del sentimentalismo.
Para el logro de este equilibrio se han conjugado dos factores. Por un lado, la capacidad de la autora para asomarse a su propia historia -e ineludiblemente, a la de su país de origen- con la dosis de humor necesaria para que la risa encuentre un sano lugar en el relato de las anécdotas familiares. ("Aquella centenaria tía demente, disfrazada de monja, quien intentaba regenerar a las prostitutas de la calle Maipú, no le llegaba a los talones en materia de santidad a una hermana de mi abuela a la que le salieron alas"). Por otro, la agudeza de una mirada que le permite observar críticamente la sociedad chilena de la que proviene, sin caer en la aridez de la queja insustancial, pero con plena conciencia de las fracturas y cicatrices de un pasado aún cercano. ("Desde 1973, año del golpe militar que cambió muchas cosas en el país, el `ubicarse´ se complicó un poco porque también hay que adivinar en los primeros tres minutos de conversación si el interlocutor estuvo a favor o en contra de la dictadura".)
No tiene Isabel Allende (Lima, 1942) la creatividad desmesurada de un García Márquez pero leerla nos pone en contacto con alguien que vivió y escuchó a su gente, según reflejó también en volúmenes anteriores como Eva Luna , Cuentos de Eva Luna , De amor y de sombra , Paula , Hija de la fortuna y Retrato en sepia -por citar algunos-, en los cuales deseó ser veraz y fue de esa manera como logró conmover.
Al lector argentino, el libro le ofrecerá además un plus de significado, pues no parece difícil hallar similitudes entre la pintura que hace Allende de sus connacionales y nosotros mismos. Mi país inventado es la posible patria de muchos argentinos.