
El Suplemento Literario, la otra casa
Durante veinticuatro años, de 1931 a 1955, el autor de La bahía de silencio dirigió las páginas literarias de LA NACION. Con espíritu amplio y profundo sentido ético, publicó a autores de todas las tendencias, guiado tan sólo por la calidad
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Durante casi un cuarto de siglo, de 1931 a 1955, Eduardo Mallea estuvo al frente del Suplemento Literario de LA NACION. Cuando se hizo cargo de esas páginas tenía veintiocho años y había publicado un solo libro Cuentos para una inglesa desesperada . Por otra parte, formaba parte del grupo fundador de la revista Sur , cuyo primer número apareció precisamente en el verano de 1931. Esa coincidencia de circunstancias hizo que se estableciera entre el Suplemento y Sur una comunicación fluida en uno de los momentos más felices de la literatura argentina. Mallea y Victoria Ocampo moldearon en cierto modo el gusto literario de varias generaciones y tuvieron mucho que ver con la evolución posterior de la cultura nacional.
En "Intimo intermedio", una nota publicada por Mallea en 1962 en este diario, decía el escritor: "En esa casa [se refiere a LA NACION] donde he trabajado tantos años, he pasado antes muchos más. De niño he pasado muchos años no en LA NACION, sino en el aura de ese diario: primero leía los largos artículos verticales en el centro de la primera página, las crónicas de Edmundo D´Amicis -a quien Papini no había llamado aún `l´idiota gentile´- y los artículos de Lombroso. Lo recuerdo así, pero no estoy seguro de que fuera así. Después leía La página del 43 , donde estaban los cuentos de Max y Alex Fischer. Y entretanto empezaba a instruirme literariamente en los libros de la Biblioteca de LA NACION, que pocos recuerdan ya, pero que fueron el antecedente inigualado de la actual revolución universal de los pocket-books ".
Como señala Jorge Cruz en un artículo publicado en ocasión del fallecimiento del autor de Chaves , Mallea debió sortear en los veinticuatro años de su gestión en el Suplemento situaciones difíciles, como la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, que enfrentaron ideológicamente a los escritores y los arrastraron en muchos casos a tomar posiciones extremas, a menudo en abierta contradicción con las ideas de este diario. Mallea superó esos obstáculos con tacto, elegancia y un profundo sentido ético.
Con espíritu amplio y generoso, abrió las puertas del Suplemento a los grandes escritores extranjeros de todas las tendencias, como André Gide, Paul Claudel, Pierre Drieu La Rochelle, Paul Morand, Benjamin Crémieux, Jean Cocteau, Jules Supervielle, Georges Duhamel, Julien Benda, François Mauriac, Léon-Paul Fargue, Aldous Huxley, Ernest Hemingway, Theodore Dreiser, Waldo Frank, Hermann de Keyserling y Stefan Zweig, entre otros. En cuanto a los autores de América latina, colaboraron en estas páginas firmas eminentes como Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Juana de Ibarbourou, Carlos Reyles y Juan Carlos Onetti. Los autores españoles estaban representados por José Ortega y Gasset, Julián Marías, Salvador de Madariaga, Pío Baroja, Ramón Gómez de la Serna, Gregorio Marañón y Amado Alonso.
La lista de los nombres argentinos abarcaría a todas las figuras de valor del período. Baste citar tan sólo a algunos de los que integraban el cuadro de honor de ese elenco: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Victoria y Silvina Ocampo, Ezequiel Martínez Estrada, Manuel Mujica Lainez, José Bianco, Carmen Gándara y María Rosa Oliver.
La generosidad y el espíritu curioso se conjugaban de un modo feliz en la actividad de Mallea. El poeta Horacio Armani recuerda, por ejemplo, que, en su juventud, siendo un desconocido, le envió al ilustre director del Suplemento un poema. Mallea, que tenía un olfato literario de primer nivel, se dio cuenta de que estaba ante la obra de un poeta de notables condiciones. No sólo publicó los versos de Armani, además lo citó para charlar con él. No fue una conversación fácil porque Mallea era un hombre más bien reconcentrado, al que le gustaba más escuchar que hablar. Armani, por su parte, se sentía intimidado. Enfrentarse a un hombre de la importancia literaria del autor de Chaves lo paralizaba. Los dos entablaron, como pudieron, un diálogo en el que abundaron los silencios. Aquella actitud de abierta predisposición hacia la juventud fue una de las características sobresalientes de la gestión de Mallea como director del Suplemento.
En 1955, el escritor dejó el diario para desempeñarse en París como embajador argentino ante la Unesco. Pero sus vínculos con LA NACION siguieron siendo muy estrechos. Durante varios años formó parte del jurado del concurso literario anual LA NACION, que también integraban Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Carmen Gándara y Leonidas de Vedia.
En la comida con que sus compañeros lo despidieron en ocasión de su viaje a Francia como embajador, Mallea pronunció unas palabras que sintetizan la calidad de la relación que lo unía a este diario: "No necesito decirles que, en espíritu, los llevo a todos presentes, uno a uno, cada inteligencia, cada carácter. Y que esté donde esté, estaré siempre viéndolos, siempre esperando las noticias de sus trabajos, de sus venturas, con una emoción parecida a aquella con que esperaba, en la casa de mi infancia, la vuelta de mi padre que en la noche austral regresaba de curar enfermos o de llevar a alguna casa lejana ayuda y confortación".



