
Entre el ensueño y la geometría
Después de 1925, el paisaje urbano se vio alterado por la aparición de dos estilos que cambiarían la vida diaria de los ciudadanos en todo el mundo. Buenos Aires, Art Déco y Racionalismo (Verstraeten), producción de Mimi Böhm, textos de Fabio Grementieri y fotografías de Xavier Verstraeten, muestra cómo esos movimientos enriquecieron el tesoro artístico porteño
1 minuto de lectura'

Aldous Huxley opinaba, en sus "Notas sobre decoración", publicadas en la revista Studio , en 1930, que era "como vivir en una mezcla de invernadero y sala de hospital, amueblada en el estilo del consultorio de un dentista". Hacia la misma época, el historiador de arte Derek Clifford sostenía que su entorno le recordaba "un aeropuerto azteca". Esas ironías y muchas otras eran debidas a la difusión mundial del estilo de diseño propiciado por la memorable Exposición Internacional de las Artes Decorativas e Industriales Modernas, inaugurada en París en 1925, cuya designación terminó por abreviarse como art déco . Opulenta y copiona, Buenos Aires -entonces la mayor y más avanzada ciudad de habla hispana en el mundo- no tardó en asimilar la novedad, tal como lo refleja un libro que aparece en estos días, Buenos Aires, Art Déco y Racionalismo , con textos del arquitecto Fabio Grementieri, fotografías de Xavier Verstraeten y producción de Mimi Böhm para el sello Ediciones Verstraeten, al que se debe también el precedente, espléndido Art Nouveau en Buenos Aires .
Si el estilo anterior, el art nouveau , curvilíneo y envolvente, con sus follajes estilizados y sus ninfas enroscadas a los floreros y sofocadas por serpientes y libélulas, cautivó a los porteños desde el primer momento (su apogeo coincide, año más o menos, con el despegue de la Gran Aldea hacia la metrópolis cosmopolita, a partir de 1880), el art déco provocó una resistencia inicial muy agresiva. Baste recordar que en 1924 -bajo la benévola e ilustrada presidencia de Marcelo T. de Alvear (1922-28)-, la primera exposición de Emilio Pettoruti en la Galería Witcomb de la calle Florida, a su regreso, después de doce años de residencia en Europa, provocó un tumulto de proporciones entre partidarios y enemigos del cubismo, a bastonazos y trompadas.
La capital argentina, cuyo modelo platónico era París, difícilmente sería disuadida de su pasión por el "estilo francés", con predominio de un sobrio y estilizado Luis XVI, el estandarte de un admirable arquitecto, Alejandro Bustillo. En 1929, otra pionera, Victoria Ocampo, soportó violentas agresiones cuando se atrevió a alterar la fisonomía seudoparisiense del barrio, Palermo Chico, con su mansión racionalista de la calle Rufino de Elizalde, hoy Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes.
Pero, a fin de cuentas, ¿cómo podían los porteños oponerse a lo que París postulaba como novedad absoluta? La exposición de 1925 aspiraba a solucionar por fin el dilema -estético y ético- planteado a la cultura de Occidente por la Revolución Industrial de comienzos del siglo XIX: cómo conciliar la técnica con el arte, la producción en masa con el diseño refinado; y cómo, a través de esa improbable convergencia, educar al soberano, darle ocasión de acceder a una calidad de vida hasta entonces privilegio de la aristocracia y las clases acomodadas. Ya desde 1912, el genial Walter Gropius lo había intentado en la escuela de diseño por él fundada, la Bauhaus. Y no olvidemos que, en pintura, el cubismo ya era moneda corriente en 1910.
Un estudioso del estilo, el inglés Bevis Hillier, catedrático de Historia Moderna en Oxford, escribe en su indispensable Art Deco of the Twenties and Thirties (Dutton Pictureback, Londres, 1968): "Lo fascinante del art déco no son sobre todo sus hombres de genio, aunque sin duda los tuvo en el orfebre Puiforcat, el ebanista Ruhlman y el arquitecto Mallet-Stevens; lo extraordinario está en que un estilo tan rigurosamente formulado se impusiera tan universalmente, en peluquerías, bolsos de mano, zapatos, columnas de alumbrado, alhajas de fantasía y buzones, así como en hoteles, cinematógrafos y transatlánticos. Con justicia podemos definirlo entonces como el último de los estilos totales".
Según Grementieri en el primer capítulo de Buenos Aires, Art Déco y Racionalismo ,en esta capital "la modernización fue fragmentaria, ya que no había tradición consistente contra la cual rebelarse. No era revolucionaria ni utópica como la europea, ni tecnológica o pragmática como la norteamericana, sino gradualista, siempre tentada por el exhibicionismo, farolera, heterogénea, desordenada, desprejuiciada, casi posmoderna". Las resistencias cedieron bien pronto aunque, dada la fecha en que el art déco termina por imponerse aquí, hacia 1930, inevitablemente tropieza con el movimiento posterior, el racionalismo. El lenguaje cotidiano los funde (y confunde) a ambos en una denominación común: lo moderno. Una clase media con ínfulas más empinadas lo llamaba futurismo.
Esta es, en rigor, la denominación de una tendencia de la pintura italiana, proclamada poco antes de la Primera Guerra Mundial por Filippo Tommaso Marinetti en su célebre Manifiesto , publicado en Le Figaro parisiense el 20 de febrero de 1908: abolición de la preceptiva clásica, exaltación de la velocidad y la guerra, una Bugatti es más bella que la Victoria de Samotracia El futurismo es una de las influencias que gestaron el art déco , así como el cubismo, los Ballets Rusos de Diaghileff, el arte indígena de las Américas (las pirámides mayas y aztecas, reproducidas a escala en los receptores de radio), la Bauhaus. Según Hillier, en su libro antes citado, los auténticos precursores del art déco están en la Escuela de Diseño de Glasgow, en Escocia (el matrimonio de arquitectos Charles Rennie Mackintosh y Margaret McDonald) y en la Secesión vienesa, con Josef Hoffmann, Joseph Olbricht y Koloman Moser. El primero de ellos, en particular, anticipa claramente el art déco en la arquitectura y los interiores del famoso Palacio Stoclet, de Bruselas, en 1915.
En Buenos Aires, el nuevo estilo avanza con seguridad pero a contramano de los académicos. Su evangelista es el injustamente denostado arquitecto Alejandro Virasoro -su obra maestra es la Casa del Teatro, en la Avenida Santa Fe al 1200, cuyo original, atrevido remate está hoy deslucido por una torre de TV-, a quien sus críticos llamaban "sin novedad en el frente", título de un notable film antibélico de 1931. Entretanto, los muebles "cromados", la tipografía, la publicidad, las letras de tango, todo en Buenos Aires se contagia de "futurismo".
El racionalismo es otra cosa muy distinta. Responde al criterio del arquitecto vienés Adolf Loos, para quien "todo ornamento es delictuoso". También lo que Ortega y Gasset llama en 1926 "la rebelión de las masas" -la irrupción de las multitudes en el consumismo sin fronteras- exige higiene, alojar a mucha gente en poco espacio, simplificar la vida cotidiana y dejar un resquicio, si es posible, a la naturaleza. El suizo Le Corbusier (Charles-...douard Jeanneret, 1887-1965, quien, dicho sea de paso, nunca se recibió de arquitecto) planta la bandera de Loos en una cumbre inaccesible: "La casa- habitación debe ser una máquina de vivir".
En 1936, cuando Buenos Aires festeja el cuarto centenario de su primera fundación por don Pedro de Mendoza, en la barranca del Retiro, entre Florida y San Martín, se alza el sorprendente, magnífico edificio Kavanagh, obra maestra de los arquitectos Sánchez, Lagos y De la Torre, que setenta años después sigue siendo el más airoso de la ciudad, el mejor proyectado para el difícil terreno que lo contiene y -en opinión de quien firma esta nota- uno de los más bellos del mundo. Fue también, en su momento, la construcción en hormigón armado más alta del planeta (120 metros de altura) y el primer edificio de departamentos del mundo con aire acondicionado central en todos los pisos. Con razón, Grementieri proclama que el Kavanagh (creación de la millonaria Corina Kavanagh) es "magistral síntesis de racionalismo y art déco ".
Otro hito porteño de la época es el Mercado de Abasto, de Delpini, Sucic y Bes, 1934. Hoy puede apreciarse nada más que su cáscara, porque su magnífico interior -lo más parecido que hubo en estas latitudes a una catedral gótica ("casi místico", dice Grementieri)- fue destruido al convertirlo en shopping . En cambio, el colosal cine Gran Rex, en la Avenida Corrientes al 800, de Alberto Prebisch y Adolfo Morel, inaugurado en 1937 (se lo construyó en apenas siete meses), responde sin vueltas al racionalismo más depurado, basándose sobre el criterio así expuesto por Prebisch, autor también del Obelisco de la Plaza de la República: "La belleza de las cosas que son lo que parecen".
En la vereda de enfrente, su rival, el Gran Teatro Ópera (allí se alzó el viejo teatro de la Ópera, propiedad de la familia Cano y antecesor del Colón de Plaza Lavalle), inaugurado en 1936, constituye en realidad un retroceso al art déco . "Un verdadero palacio de ensueño", lo calificaron sus propietarios, los Lococo, y lo es, desde la fachada (reminiscente de una torta de bodas) hasta el hall , refulgente de mármoles y bronces. La sala era la única en Sudamérica del estilo creado por el arquitecto norteamericano John Eberson, por él llamado atmospheric theatres , esto es, la muy estilizada reproducción de una ciudad art déco en la noche, bajo un cielo estrellado por el que discurrían las nubes; el arco del proscenio fingía un arco iris. Una vez más, se cometió un daño irreparable: la sala se modificó para presentar en el escenario, se adujo, comedias musicales de gran espectáculo, propósito abandonado luego de la crisis de 2001. El estilo del Ópera fue calificado, acertadamente, de "Shangri-la", por la fantasiosa escenografía seudotibetana del film de Frank Capra Horizontes perdidos , de 1934.
Pero es en los barrios periféricos de Buenos Aires donde perdura un art déco modesto -certeramente evocado por este libro-, por lo general limitado a la fachada: adentro, sigue siendo la casa chorizo de siempre. Como lo destaca Luis Fernando Benedit en su prólogo, esos frentes tienen un delicioso encanto ingenuo y dan testimonio del ancestral afán porteño por no quedar fuera de las más avanzadas tendencias mundiales. Otro rasgo importante de Buenos Aires, Art Déco y Racionalismo es el catálogo, bellamente ilustrado, de algunas puertas de edificios, de hierro forjado y cristal, que son ellas solas, de por sí, obras maestras casi de orfebrería. Merecerían ser preservadas de nuestra perversa manía iconoclasta.
Para LA NACION - Buenos Aires, 2008
1- 2
Otro año récord para el Recoleta, que recibe 2026 con muestras tributo y una antológica del “quinto” Redondito de Ricota: Rocambole
3La Biblioteca Nacional restringió el acceso a varios archivos de la Hemeroteca digital
4Tras el robo al Louvre, los museos buscan nuevas formas de detener a los ladrones


