
La adrenalina se sube al teatro ciego
A lo largo de 50 minutos y en una sala totalmente a oscuras, actores videntes y no videntes ponen en escena una obra de Arlt
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En el ingreso en la sala teatral se activa la adrenalina. Un actor ciego conduce al espectador de la mano camino hacia la oscuridad. Ubica uno por uno a los asistentes en sus butacas y, en medio de la absoluta tiniebla, anuncia que la obra va a comenzar.
Durante 50 minutos, el público asiste a una puesta singular de "La isla desierta", de Roberto Arlt. El lenguaje gestual cede su espacio a los estímulos sensoriales y a la palabra. La experiencia es una oportunidad y un puente entre el público y los actores, ciegos, disminuidos visuales y con visión normal.
A lo largo de casi una hora, la gente escucha, huele y siente la pieza de Arlt, con el sentido de la vista anulado y la percepción atenta a las fragancias y los sonidos.
La puesta -no convencional y dinámica- está dirigida por José Menchaca, creador, junto con Gerardo Bentatti, del Grupo Ojcuro, de teatro ciego. Se presentó durante tres meses exitosos en el Centro Cultural Konex, en Buenos Aires, y el viernes próximo debutará en la Sala Negra de la Plaza del Agua, de Mar del Plata.
La propuesta se enriquece con la interpretación de ciegos y disminuidos visuales, que son más de la mitad del elenco, compuesto por diez personas que trabajan en forma integrada.
La iniciativa de Menchaca nació del único antecedente conocido en el país: la obra "Caramelo de limón", realizada hace más de una década por un grupo teatral de Córdoba. El casting de actores no videntes fue arduo, pero la Biblioteca Argentina para Ciegos facilitó las salas de ensayo y ayudó a seleccionar los intérpretes.
La obra elegida es todo un símbolo. En una gris oficina frente al puerto de Buenos Aires, diez empleados anestesiados por la rutina y la ausencia de sueños escuchan todo el día las sirenas de los barcos que salen y llegan. Hasta que el ordenanza Cipriano comienza a contarles historias de sus viajes a tierras lejanas que supuestamente hizo a bordo de esos barcos, abriéndoles la imaginación a un mundo nuevo, al que no querrán renunciar.
Consultada por LA NACION, la actriz no vidente Tania García de Prada, una de las protagonistas, dice con sensatez: "La puesta de teatro ciego cala hondo porque tiene que ver con la necesidad de librarse de la presión de la mirada del otro, que es un elemento muy fuerte de nuestra cultura".
Un mundo mejor
Menchaca se propuso la integración de actores videntes y ciegos como un desafío "en un campo virgen. Conocíamos algunos resultados, pero no sabíamos cómo caminar hacia ellos. Creemos en hacer un mundo mejor y en que podemos aportar nuestro granito de arena para conseguirlo".
Según los actores, son pocos los asistentes que, corridos por su miedo a las tinieblas, huyen de la sala apenas entran. "Pretendemos que la gente se dé una oportunidad y nos la dé también. Al finalizar, ya con las luces encendidas, muchos permanecen sentados unos minutos. Otros lloran", comentan sentados en un círculo alrededor de la cronista.
Ellos son, además de García de Prada, Rubén Ronchi y Gabriel Griro (ambos no videntes), y Alejandro Masseilot (disminuido visual).
Habituados a sentir el mundo exterior, ante la incapacidad de verlo, los actores comprenden lo que ocurre con el público: "Se olvida de su sentido de la vista, agudiza los demás y dispara su imaginación". García de Prada, Ronchi y Griro han pasado brevemente por las tablas, a través del teatro leído. "Pero es muy estático y menos atractivo", resumen.
No hay que disimular
La actriz dice: "Nuestro problema en el teatro convencional es que el director no quiere que se note que uno es ciego. No entiende que a uno le pasan dramas y situaciones teatrales como a otros". Coinciden sus colegas en que en el teatro ciego "no hay que disimular. Eso equivale a la aceptación de la propia realidad para poder encajarla en la realidad general".
El director Menchaca señala que "en el teatro ciego el espectador tiene la posibilidad de terminar de construir la obra a partir de la postura de los actores. Cada cual construye la oficina que tiene en su mente. Eso hace mucho más íntima la pieza".
Griro apunta: "Vivimos una época en la que todo lo que consumimos entra por la vista. Nosotros apuntamos a llegar al lugar de cada persona y mostrar que somos capaces de crear una plaza, aunque no sea la ideal".
Masseilot, molesto porque se hace hincapié en la ceguera de los actores, dice: "Esta es una investigación sobre una nueva forma de percepción, con elementos del radioteatro y la lectura". García de Prada aporta: "Es aceptar una forma diferente de percepción que no incluye la mirada".





