La imposibilidad como método
Después de haber leído el artículo de Beatriz Sarlo sobre Peripecias del no, el autor de la novela comenta, a su vez, esa nota, y revela algunas de las claves y puntos de referencia que pueden servir de guía a los lectores
Como en las ecuaciones, en el principio de Peripecias del no. Diario de una novela inconclusa estuvieron las equis: Las equis distantes se llamaba el libro que Luis Chitarroni no pudo (o no quiso) terminar y que usó para convertir la imposibilidad en método. Autor de Siluetas , una colección de biografías engañosas de escritores tan persuasivos como conjeturales, y de la novela El carapálida , Chitarroni explica que "la novela iba a ser un prólogo, los cuentos, un epílogo y un epistolario final. Por ejemplo, el prólogo y el epistolario están enteros y van a formar parte de otra novela, Sextina ".
Aficionado a los anacolutos -"una impertinencia fatal interrumpida solo por los intentos de hacerme el simpático"-, el entrevistado decidió que esta charla se realizara en medios mixtos: la primera parte, por e-mail y la segunda ("para empeorar lo escrito"), con grabador, en el St. Moritz, bar en el que perviven todavía los esplendores de las viejas whiskerías.
-La idea de "ruina" a la que el artículo de Sarlo recurre se acerca a la de destrozo y abandono. Un jardín en ruinas parecería ser aquel que careció durante largo tiempo de la acción civilizadora del jardinero. Pero también la ruina podría ser el derroche de una fortuna, el modo en que alguien "se arruina". ¿Cuánto de dilapidación hay en Peripecias del no?
-Supongo que debe de haber mucho de eso, ya que no tengo otras cosas que despilfarrar que no sean palabras. Palabras enfáticas, recurrentes. Las citas han sido los amuletos de mi vida. Las digo y las repito con un aire de fatalismo conmovedor e inoportuno, tanto si se adecuan al momento de su declamación como si no. Charlie Feiling solía decir: "¿Por qué, si nunca tuvimos apogeo, tenemos decadencia?" Tener y no tener, volvemos a Hemingway. El hecho de quebrar la causalidad como víctima, creo, era lo que más satisfacía el racionalismo rabioso del libro. Que algo traicione la maldita concatenación para que se quiebre el ergotismo y mi decadencia sea triunfal, un derroche de paradojas.
-¿Queda en el libro un reflejo de algunos escritores de los siglos XVI y XVII (digamos Michel de Montaigne o Robert Burton) que hablaban de sí mismos con citas de otros y contaban su vida con voces ajenas, como si la erudición fuera un modo de la autobiografía?
-Sí, un museo elegíaco. O Burton como jardinero era muy descuidado, casi tan descuidado como yo. O, mejor dicho, por temperamento melancólico, él estaba dispuesto a cultivar una tierra baldía que tuviera la apariencia de un jardín secreto. A mí lo autobiográfico todavía me cuesta, me gusta más la dilapidación y dispersión entre transeúntes que se ignoran que la centralización en esa sede de abusos de confianza del yo. Me acuerdo de Cummings: "¿Cómo puede ese tonto que se llama a sí mismo yo conocer su innumerable quién?" Me doy cuenta ahora de que las dos posiciones son casi igualmente inmodestas y antipáticas.
-¿Cuánto de desesperación y de insensatez hay en Peripecias del no?
-Mucha desesperación. Creo que solo la impaciencia determina la conclusión (uno da un portazo y queda temblando afuera, con todas las incertidumbres posibles sobre la indeterminación, mientras llovizna). Mucha insensatez. Había que hacer el montaje "rápido y mal", como se le pide a los patzers [jugadores de ajedrez] que participan en "simultáneas". Hacerlo en vida, "porque no se sabe qué puede ocurrir". A una primera definición de "inconclusa" (novelas como Bouvard y Pécuchet , de Flaubert,y Edwin Drood , de Dickens), se añade esa condición mejor, "póstuma" (la muerte, como censura, siempre tiene algo que decir), y otra por cambio de costumbres. Y otra más, por cambio de razones históricas y estéticas. Cuando empecé a querer que el proyecto Las equis distantes dejara de ser lo que iba ser, no se trataba solo de que la novela quedara inconclusa, sino de que quedaran inconclusos los fragmentos también. Hay, de cualquier modo, propósitos que prevalecen. Y así, cuando en Peripecias una historia empieza a armarse demasiado, la paro en seco. Mi tendencia más despreciable, sin embargo, no es renunciar a propósitos y proyectos, sino completarlos en unas duraciones que tienen sentido solo para mí. Lo que me gusta de la lectura de Sarlo es que muestra que Peripecias es un texto mucho menos desbocado de lo que parece.
-¿Por qué pensás que el libro, en general, recibió lecturas confusas?
-Creo que ha prevalecido un modo de escribir dictatorial, que es de taller literario. Cuando yo tenía talleres literarios, trataba de ser lo más heterodoxo posible. Siempre se dice lo mismo acá, es extenuante: quiero contar una historia. Si yo cuento una historia es porque tengo ganas de hacerlo. Entonces, el libro fue también un montaje para salir del aburrimiento letal que me producen frases como "Juan abrió la puerta y prendió un cigarrillo". Esta novela tiene una desventaja muy visible con otros modos de relato; es muy deficitaria en relación con libros que se presentan como máquinas de narrativa.
-En alguna página de Peripecias del no, aparece mencionado Alberto Girri y su libro En la letra, ambigua selva. ¿Podría pensarse que Diario de un libro (el diario de escritura de En la letra ) de Girri es un poco el anverso de tu "diario de una novela inconclusa"?
-Es mucho pedir. En Girri hay una especie de sistematismo cotidiano del que yo carezco, y convertir Peripecias en ese anverso me gusta mucho como propósito, pero no puedo atribuírmelo. En realidad, releía Diario de un libro de Girri con otra misión, más prosaica que conceptual. Fue publicado en 1971, el año en que ocurre El carapálida , mi novela anterior, y Girri le daba un paso introspectivo acorde con la época investigada.
-¿Cómo se sigue escribiendo después de Peripecias ? ¿Tiene sentido volver atrás?
-No sé. Ahora escribí una novela completamente convencional. Se llama Miopía progresiva y es la extenuación cronológica sucesiva de El carapálida : la segunda dura solo un año, mejor dicho, un ciclo lectivo; la primera, que empieza ese mismo año 1971, más de una década, con eco previo e inmediaciones asociadas. En Peripecias no hubo ninguna prepotencia por hacerme el raro; fue una imposición. En todo caso, tenés que someterte a lo que podés hacer y a lo que te interesa en ese momento.
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