La máquina de sentido
Reflexiones sobre el arte y los límites de lo humano se vuelven metáforas en las obras que Flavia Da Rin, Leopoldo Estol, Mauro Giaconi y Jill Mulleady exhiben en Ruth Benzacar y en la nueva sede de Zavaleta Lab
1 minuto de lectura'
Para LA NACION - BUENOS AIRES, 2008
En sí misma, la vida es informe y repetitiva. Abandonada a su propia dinámica, conduce al callejón sin salida del absurdo. Para no sucumbir en el nihilismo, los hombres aprendieron a inventarle sentidos al mundo. A veces, la máquina que puso en movimiento el sentido del mundo fue la religión (como en la Europa de la Edad Media). Otras, la máquina fue movida por la política (como durante la Revolución francesa o las guerras americanas de Independencia). En las últimas décadas, es el arte el que pone en movimiento la gran máquina del sentido del mundo.
A pesar de los enfrentamientos religiosos y políticos que hay en el planeta, todo lo que hoy sucede ocurre sobre el amplio escenario de la libertad, la patria del arte. Danza de las apariencias y las transformaciones, el arte es siempre un fluyente estado mental que se condensa en una obra. Manifestación visible de este estado de la mente es la sofisticada producción que presentan en paralelo Flavia Da Rin y Leo Estol.
Con el título El misterio del niño muerto , Flavia Da Rin muestra una serie de fotografías y dibujos que la tienen como protagonista excluyente e intérprete de todos los papeles: tanto del niño convaleciente como de las hadas negras. El coro doliente que retrata Da Rin escenifica, a la vez, una pérdida y la frivolidad que forma parte ineludible de la conducta humana. Si el fasto mortuorio es antes que nada una teatralización ("un entierro- vernissage ", dice Inés Katzenstein en el catálogo), eso se debe a que toda acción humana es esencialmente ridícula.
"La muerte y la masturbación son los últimos tabúes que nos quedan: se trata de situaciones ridículas que no pueden verse sin sonrojarse. No encajan en esa estetización total que promueve nuestra cultura de la imagen", decía Philippe Ariès en el prólogo de su monumental obra El hombre ante la muerte . Sin embargo, estas imágenes de Da Rin ponen en duda que la muerte todavía siga siendo un tabú. Perfumada y maquillada, la máscara mortuoria se ha transformado ahora en una metáfora del arte. Con ironía crítica, esta obra pop no cuestiona solo el mundillo frívolo que circula en torno a la producción estética y que tiene como ceremonia central el vernissage (el velorio), sino que expone hasta el hueso la propia práctica artística. La asociación poética entre arte y muerte no olvida que la tarea de producir sentido siempre es un poco falsa; tal vez porque debe creer en sí misma: creérsela. Para no morir (para no dejar de imaginar mundos nuevos), el arte llega al límite de celebrar su propio velorio.
En la otra sala de la galería, Leo Estol presenta su instalación La mañana del mundo . Aunque es una obra independiente, la instalación de Estol puede leerse en íntima relación con El misterio del niño muerto . Mientras que Da Rin presenta el resultado final, Estol muestra el proceso artístico en sí mismo.
Recorrer lo que a primera vista se presenta como un basurero posmoderno es una experiencia intensa: a través de las interacciones que el artista establece entre cientos de objetos diversos (desde trozos de tela hasta un teclado electrónico), frases aisladas, obras de otros artistas, fragmentos dispersos y citas literarias (más o menos reconocibles), se tiene una primera visión -no totalizadora, pero sí profunda- de la mente artística.
La instalación de Estol es un caos: presenta la materia cuando todavía no tiene forma. Nos permite entrar en la mente creativa para fisgonear el momento mismo en el que se establecen las conexiones y las desconexiones entre cosas y conceptos. Esas conexiones y desconexiones, tal como las muestra Estol, son dinámicas y están abiertas. Por eso, La mañana del mundo no acaba nunca (es una imagen acotada del infinito). Ese proceso en busca del sentido es un camino múltiple que puede ser recorrido en todos los sentidos.
La transparencia de lo sugestivo
La galería de Hernán Zavaleta se mudó a un espléndido local en la calle Venezuela. En los múltiples e inmensos espacios que ofrece la nueva sede (con una amplísima trastienda que permite exhibir varias instalaciones: de Leo Battistelli, de Mónica Millán y de Irene Banchero), se presentan dos muestras: Fractura expuesta , de Mauro Giaconi, y En el arco del iris , de Jill Mulleady.
La primera recoge una serie de obras que ponen en escena la imposibilidad o el desasosiego que acompañan a todo lo humano. Una carpa que tiene tapiado el ingreso. Una pileta de lona que adopta la forma de un cuerpo nadando. La sombra (trazada con grafito) de un alambrado mental sobre las hojas de viejos libros. El mundo que presenta Giaconi es un universo tan fallido como el que habitamos, pero que, a diferencia de la cotidianidad, no ofrece la coartada del optimismo. Apuesta a un sinceramiento (a exponer la fractura) para transformarse en otro. Esta obra muestra el momento en que se produce el paso de lo trágico a lo cómico, y viceversa.
Por su parte, Mulleady profundiza su constante búsqueda de paraísos perdidos. Imagina animales fabulosos y momentos epifánicos. Entre la pintura naturalista (de la que quedan apenas rasgos en estas telas e instalaciones) y la imaginación desbordada que se manifestaba en los nocturnos de los románticos del siglo XVIII, construye un mundo inestable, que oscila entre el corte preciso de la vigilia y los bordes difusos de las imágenes alucinadas del entresueño.
Las propuestas de Giaconi y Mulleady también dialogan entre ellas. Apuesta discursiva y figuración onírica de un mismo proceso: el que transforma la opacidad de lo concreto en la transparencia incandescente de lo sugestivo.
FICHA
Flavia Da Rin y Leopoldo Estol en Ruth Benzacar (Florida 1000), hasta el 3 de mayo. Mauro Giaconi y Jill Mulleadyen Zavaleta Lab (Venezuela 567), hasta el 3 de mayo.





