La metafísica de Clarice Lispector
La propia Clarice lo ha dicho, acaso exagerando la humildad: su cuento "El huevo y la gallina" es un enigma para ella. Menciona brevemente la anécdota Paloma Vidal, en el sucinto prólogo a la edición que en 2011 Corregidor publicó del libro de relatos La legión extranjera . El lunes último, para conmemorar el nacimiento de Lispector (Chechelnyk, Ucrania, 10 de diciembre de 1920 - Río de Janeiro, 9 de diciembre de 1977), la editorial organizó un concurso en la Red y anunció la publicación de otros dos títulos de la autora: la novela La ciudad sitiada y el volumen de cuentos La bella y la bestia .
Leer a Lispector despierta de inmediato el deseo de escribir, tal es el goce del lenguaje en su modo de jugar con las palabras, en el hallazgo del término preciso o luminoso, en la alegría de niña seria con que explora los sentidos posibles. "El huevo y la gallina" ofrece, además, un compendio lúdico de su pensamiento metafísico. Todo empieza cuando una mujer encuentra en la mesada de la cocina de su casa -presumiblemente como cada mañana- un huevo destinado al desayuno.
A partir de ese momento, el huevo transfigurado por la mirada extrañada, la contemplación extática y la digresión delirante se vuelve epifanía, idea y símbolo; de comienzo, de culminación, de perfección y de vida, claro, entre las connotaciones más obvias. Pero como en Lispector nada es previsible ni del todo lineal, el huevo termina por alcanzar dimensiones alegóricas sorprendentes. Como metáfora del alma, hace del cuerpo humano un plumífero torpe y tontamente atareado. ("El huevo es algo que necesita cuidarse. Por eso la gallina es el disfraz del huevo. Para que el huevo atraviese los tiempos existe la gallina.") Al igual que las gallinas, los hombres y las mujeres no tienen conciencia de que son portadores del valioso huevo e instrumentos de su finalidad, y esa ignorancia es la coraza más eficaz para proteger el núcleo inasible y preciado. El huevo es el oro del Rin. Es el misterio último que permanece intacto. Escribe Clarice: "Miro el huevo en la cocina con atención superficial para no romperlo. Me cuido mucho para no entenderlo. Al ser imposible entenderlo, sé que si lo entiendo es porque me equivoco. Entender es la prueba del error [...]. Lo que no sé del huevo es lo que realmente importa. Lo que no sé del huevo me da el huevo propiamente dicho".
Roto en la sartén, el huevo deja de existir y se convierte, como la literatura de Clarice, en motor vital. "El trabajo del día que amanece empieza gritado, reído y comido, clara y yema, alegría entre peleas, día que es nuestra sal y nosotros somos la sal del día, vivir es extremadamente tolerable, vivir ocupa y distrae, vivir hace reír."






