La verdad
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Si alguien se levanta con ánimo contestatario, puede sostener que no hay verdades, sino interpretaciones. No importa que esta afirmación no pueda siquiera ponerse de pie, porque sostiene una supuesta verdad cuya existencia a continuación niega. Dejemos ese detalle por ahora. Tampoco queda claro de qué verdad habla; es muy diferente la verdad en lógica proposicional, en un altercado conyugal o en mecánica cuántica. Pasemos por alto estas inconsistencias y demos por sentado que sí, que vemos las cosas como somos, no como las cosas son es (frase que suele atribuírsele a Anaïs Nin, aunque esto está en debate).
Las interpretaciones están muy bien, nadie les quita eso. Subyacen detrás de casi toda actividad humana, incluidas las ciencias, y por supuesto las artes. El problema está en creer que si todo es una interpretación (en caso de que sea cierto), entonces las verdades duras son alguna clase de abuso de la razón. No es así. La velocidad vertical a la que una aeronave comercial toca la pista debe estar dentro de ciertos márgenes que no están sujetos a ninguna interpretación. De otro modo, se produce una tragedia. Así que dejemos de estigmatizar a la verdad, que es una herramienta esencial. Y no solo al aterrizar aviones.
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