Las puertas de Christo
Ultimo día para visitar la instalación del artista búlgaro en el Central Park de Nueva York; 21 millas de vinilo naranja costaron 23 millones de dólares; es la primera acción de arte público del siglo XXI
lanacionarNUEVA YORK.- Hoy se cierra The Gates, la instalación urdida por Christo y su esposa, Jeanne-Claude. Es una larga cinta azafranada y ondulante que serpentea por el Central Park. Al llamear contra un telón de árboles desnudos, parece calentar los prados bajo el sol invernal. Es pura alegría, un vasto espectáculo populista hecho con buena voluntad y una elocuencia sencilla. El primer gran evento público del arte del siglo XXI. Duró apenas 16 días.
En la mañana del 12, gélida y no muy soleada, un ejército de ayudantes pagos fue soltando los paneles de vinilo de los dinteles de 7500 puertas de 4,80 metros de altura. Los cambios de luz realzaban los efectos cromáticos: unas veces mostraban un naranja intenso; otras eran dorados, plateados o casi cobrizos. Con la brisa, se balanceaban y combaban cual filas de coristas.
Como todos los proyectos de Christo y Jeanne-Claude, The gates son a la vez un happening público, una gigantesca escultura ambiental y una proeza de la ingeniería. Más de 93.000 metros cuadrados de tela vinílica y 5300 toneladas de acero, instalados a lo largo de 36,8 kilómetros de senderos a un costo de 23 millones de dólares, desembolsados exclusivamente por los artistas.
Vistas desde fuera del Central Park, las hileras interminables de fichas de dominó anaranjadas abruman la obra maestra de Frederick Law Olmsted y Calvert Vaux, diseñadores del parque. Pero no fueron concebidas para ser vistas desde una altura ni desde el exterior, sino caminando por el parque. Al recorrerlo, los paneles se entrecruzan y duplican, trepan colinas, nos bloquean la visual, atraviesan pasos a desnivel o, de pronto, los divisamos con el rabillo del ojo flameando detrás de un bosquecillo. Alrededor de Heckscher, un verdadero enjambre se abre en todas direcciones.
Al pie de Strawberry Fields, dos hileras paralelas marchan en ajustada síncopa. En Harlem Meer se apiñan, llegan hasta la orilla y trepan por las rocas en desbandada. En Great Hill, cerca de West 106th Street, rodean el semicírculo y descienden una escalinata empinada. En North Meadow vagabundean hasta perderse en el horizonte y separar el cielo de la tierra con una banda ondulada. Los senderos se han convertido en bulevares engalanados y todos nosotros en una procesión de dignatarios.
Hace un siglo y medio, Olmsted dijo que el Central Park sería un lugar digno para las masas, inspirado en ideales democráticos, que influiría en "la mente de los hombres por intermedio de la imaginación". Conviene recordar que Christo concibió esta instalación hace 26 años, cuando el parque estaba en pésimas condiciones. Como todos sus proyectos, éste fue en parte una misión reparadora. Christo nació en 1935, en Bulgaria; en 1958, escapó del bloque soviético y emigró a París. Su filosofía siempre se ha basado en el utópico realismo socialista y su creencia en el arte para todos. Pero en vez de los monumentos colosales que el régimen comunista financió e impuso a sus pueblos, Christo imaginó un arte puramente abstracto, de significados abiertos y costeado por el artista, que persuade al público mediante un proceso político libre. Después, el arte viene y se va. "Había una vez" es una frase que agrada a Christo. Imagina que un día la gente dirá: "Había una vez unas puertas en el Central Park".
Algunos puristas dicen que estropeó un refugio sagrado y perfecto. Yo creo que rindió homenaje a la visión pastoral de Olmsted y Vaux. Realzó las curvas, declives y rizos, a la vez caprichosos e ingeniosos, que ellos habían ideado como antídotos para el rígido damero neoyorquino y las fatigas de la vida urbana. Nos hizo más sensibles a la naturaleza.
Por supuesto, para eso no hacían falta Las puertas. El arte nunca es necesario. Es tan sólo indispensable. En sus mejores manifestaciones, nos guía hacia lugares que, quizá, no se nos habría ocurrido visitar. "Nada hay más interesante que un muro detrás del cual está sucediendo algo", dijo Víctor Hugo. Las puertas también nos invitan a descubrir qué hay más allá de ellas.
Christo y Jeanne-Claude viven promocionándose. No es extraño, pues, que instilen el escepticismo en algunas personas que, a menudo, no han visto su arte en forma directa. Los neoyorquinos tienen fama de duros. Sin embargo, me impresionó el comentario de una desconocida: "Serán fascinantes cuando ya no estén".
Tardé un segundo en comprender qué había querido decir. Al cautivar nuestra vista, Las puertas han grabado una imagen del parque en la memoria de cuantos las vimos. Y como todo recuerdo intenso, también éste puede ocupar un lugar en la imaginación en espera de que lo reavivemos.
Había una vez unas puertas...
© The New York Times y LA NACION
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)