Los cuidados, tan decisivos y tan invisibles
Sobrevuelo las redes. Scrolleo. Me disperso un poco, vuelvo a concentrarme en lo que estaba haciendo. A veces, más de lo que podría suponerse, me encuentro con alguna frase que va directo a eso que jugaba a las escondidas en la rutina diaria, incluso en los subsuelos del impulso (¿lúdico? ¿mecánico?) de tomar el celular y ver qué se anda diciendo en Twitter.
Así, hace unos días, mientras hacía una fugaz inmersión en esa red, me sorprendió un comentario leído lo suficientemente rápido como para que ahora no pueda recordar ni fuente ni circunstancias. Sí recuerdo que era mujer. Tuitera. Y que con gracia hacía alusión al mayor lastre que venía arrastrando desde el inicio de la maternidad: hacer la comida para sus hijos, cada bendito día de la semana. Decidir qué cocinarles, organizar la cuestión, encontrar el tiempo para armar viandas, resolver la cena, comprar lo necesario para que el menú pueda ser realidad contante y sonante. Leí el comentario, sonreí –era gracioso, y si algo lamento es no poder citarlo con exactitud–, me sentí hermanada con quien lo escribió (cómo no hacerlo, si ése fue siempre mi gran punto débil, fuente de culpas y vergüenza); volví a sonreír, seguí de largo.
Poco después, en otro recorrido fugaz por las aguas tuiteras, me encontré con un posteo del cual, esta vez sí, registré la autoría, al que volví después, y del que puedo citar cada palabra: “Cuidar a personas mayores respetando su autonomía, acompañando sus decisiones, apoyando los cuidados en sus múltiples formas es todo un desafío. Claro que no lo resuelve una ley. Pero el debate público informado contribuye a las conversaciones sociales y los procesos familiares”. La autora es Natalia Gherardi, abogada, feminista, directora del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA).
En el primer tuit que mencioné primaba la ironía; en el segundo, la seriedad institucional. Pero ambos hablan de lo mismo, de un ítem poco frecuentado. O, en todo caso, siempre frecuentado por las mismas (y el femenino no es casual).
Los cuidados. Esos que se ejercitan en el calor doméstico, pero sin los cuales nada de lo público podría existir. Eso que para nuestras abuelas siempre fue devoción, amor, entrega. Hasta que vino una feminista, tiró del mantel de los buenos discursos y dijo que allí no había amor, sino trabajo no pago.
Y resulta que todas tenían razón. Porque cuando se ama se cuida. Y cuando se cuida se ofrendan horas y horas de un trabajo tan duro como invisible, tan concreto como ignorado. La ONG que dirige Gherardi lanzó recientemente la campaña #PolíticasdeCuidadoYA, que entre otras cosas propone más jardines públicos, jornadas extendidas en las escuelas, cuidados domiciliarios para personas mayores.
Vivimos en una sociedad estresada, híper competitiva, en la que la esperanza de vida se extiende, pero al mismo se profundizan las exigencias de productividad. ¿Cómo envejecer y soportar la humillación de no ser más “productivo”? ¿Qué hacer con la fragilidad? ¿Cómo cuidar y cuidarnos los que estamos del lado de la vida activa, algo que en estos tiempos suele ser sinónimo de vivir exhausto?
De los cuidados vienen hablando casi exclusivamente las mujeres. Y no debiera ser así. Porque todos cuidamos y en algún momento a todos nos van a tener que cuidar. El filósofo alemán Boris Groys, una de las voces más interesantes de este tiempo, publicó Filosofía del cuidado (Caja Negra) , un libro que aborda esta temática desde un lugar totalmente distinto al de la mirada de género. Pero lo aborda. Y plasma una hoja de ruta crucial para entender el complejo entramado de la vida contemporánea. Burocratización de la medicina, ideales desmedidos, estatus de los cuerpos: otras dimensiones de un malestar que nos excede, pero con el cual –como con las cuatro comidas diarias– no tenemos otra opción que lidiar.
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