"Los israelíes se están cansando de la guerra", dijo Raanan Rein
La solución pasa por políticas sociales más avanzadas, afirma el historiador
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TEL AVIV.– La familia de su padre llegó desde los Países Bálticos a la entonces Palestina judía hacia 1880, huyendo del antisemitismo y de los pogromos de la época. Su abuela nació en Jerusalén, su madre en Haifa y él en Guivatayim, una localidad pequeña.
“Entre los judíos que viven en el Estado de Israel, no son muchos los que pueden alardear de raíces de largo arraigo. Mis amigos de la infancia me consideraban una suerte de indígena de estas tierras”, bromea, en perfecto español, Raanan Rein, quien piensa que la sociedad israelí se está cansando de estar permanentemente en guerra.
La historia del vicerrector de la Universidad de Tel Aviv, especialista en historia española y latinoamericana, miembro de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina, es bastante excepcional en un país nuevo, creado en 1948 y formado, en gran medida, con el retorno de los judíos de la diáspora.
“En mi barrio, mi casa era casi la única donde se hablaba nada más que hebreo. En las casas de mis amigos siempre se escuchaban también otras lenguas, se mezclaban otras costumbres, había otros olores”, rememora.
Tel Aviv es el principal centro comercial y financiero del país y el faro de su vida cultural y académica.Con 30.000 habitantes, la Universidad de Tel Aviv es la más grande de Israel, ofrece la mayor variedad de programas de estudios y pone un énfasis considerable tanto en la investigación básica como en la aplicada. "De hecho, la universidad, que actualmente festeja su cincuentenario, aspira a entrar, dentro de pocos años, en la lista de las 50 mejores del mundo." Rein -casado con una argentina, también historiadora y especializada en estudios latinoamericanos- dirige el Centro S. Daniel Abraham de Estudios Internacionales y Regionales de la UTA y es coeditor de la revista Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe. Ha publicado una docena de libros, en varios idiomas y países. En la Argentina, los principales títulos son: "Juan Atilio Bramuglia. La sombra del líder y la segunda línea del liderazgo peronista" (en prensa); "Entre el abismo y la salvación: el pacto Franco-Perón" (2003); "Argentina, Israel y los judíos: Encuentros y desencuentros, mitos y realidades" (2001); "Peronismo, populismo y política: Argentina, 1943-1955" (1998).
"Mi incorporación como miembro de la Academia Nacional de la Historia significó para mí el reconocimiento, por parte de mis colegas argentinos, de mi aporte a la historiografía de ese país, con el que tanto me identifico", dice Rein.
-¿Por qué se volcó al estudio de la historia argentina?
-En cierta forma, encontré algunas similitudes entre la sociedad argentina y la israelí. Ambas son sociedades de inmigrantes, en una búsqueda constante de su identidad colectiva. Ambas le dieron la espalda a las regiones circundantes, para volver su mirada hacia Europa occidental y los Estados Unidos. Ambas han enfrentado desafíos semejantes para su desarrollo y modernización.
-¿Cómo ve hoy a la Argentina y a los argentinos?
-Con mucha admiración. Es una sociedad que ha podido sobreponerse a las crisis más agudas sin perder la fe en sí misma. Lo increíble para mí fue ver cómo en los peores momentos de la crisis económica, la actividad cultural y la creatividad intelectual jamás cejaron. Acompaño a mis amigos, colegas y parientes en sus esfuerzos, a veces heroicos, por salir adelante. Desde 1989, cuando vivimos un año en Buenos Aires, hago todo lo posible para visitar la Argentina por lo menos una vez al año.
-Usted ha abordado en profundidad la etapa peronista y también el tema de los judíos en la Argentina. ¿Cree que Perón era antisemita?
-Perón era demasiado perspicaz para caer en el antisemitismo. Para mejorar su imagen, invirtió muchos esfuerzos para acercarse a la colectividad judeoargentina y al Estado de Israel. Gradualmente adoptó una política de apertura hacia distintas minorías étnicas y religiosas con el propósito de incorporarlas al bando peronista. Aunque fracasó en la movilización de la mayoría de los judíos, cultivó excelentes relaciones con el Estado de Israel. Mientras Perón gobernó, de 1946 a 1955, la corriente antisemita dentro del movimiento justicialista fue perdiendo su peso e influencia. Sólo después de su derrocamiento esta corriente cobró más fuerza. En el tercer gobierno peronista, de los años 70, el peso de varias figuras antisemitas se dejó sentir. De todos modos, no se puede caracterizar al peronismo en ningún momento como una fuerza antisemita.
-¿Hasta dónde llegó la Argentina en su compromiso con el Eje durante la Segunda Guerra?
-El gobierno militar, con Perón en el gabinete, mantuvo la neutralidad adoptada por los gobiernos anteriores, una neutralidad que gozaba del apoyo de muchos sectores, por distintos motivos. El gobierno de entonces intentó aprovechar la contienda para beneficio de los intereses argentinos. Algunos de los uniformados eran abiertamente pro Eje; otros optaron por la neutralidad, impulsados por sus posturas antiyanquis, y otros por oportunismo.
-¿Cómo cambió esa política después de la derrota del Eje?
-Perón llegó a la presidencia después de la derrota del nazifascismo y, como lo dijo él mismo, intentó no caer en los mismos errores de Mussolini. En las nuevas circunstancias internacionales del período posbélico, tenía que conducirse de acuerdo con ciertas reglas del juego democrático.
-¿Qué significó para la Argentina el haberse mantenido neutral durante el conflicto?
-La neutralidad argentina y el haber desafiado la política norteamericana alimentaron la imagen nazifascista del régimen peronista en la opinión pública occidental, en general, y en la norteamericana en particular. Además, la entrada en la Argentina de miles de simpatizantes del Eje, así como de algunas decenas de criminales de guerra, contribuyó a crear el mito de la Argentina como un país de refugio para los nazis. Aun hoy en día se pueden encontrar vestigios de esta imagen, tanto en la cultura popular norteamericana como en círculos políticos.
-¿Hay aspectos de la cultura argentina en los que arraiguen, a su entender, elementos antisemitas?
-No se puede caracterizar a la sociedad argentina en su conjunto como antisemita. Al contrario, me parece una de las sociedades más abiertas, que ha permitido a los judíos integrarse en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural y política. Sin embargo, desde siempre hubo también una corriente católica y nacionalista destacada, entre otras cosas, por su xenofobia y antisemitismo. En los últimos años, uno nota a veces una mezcla de actitudes antiisraelíes y antisemitas, es decir, una crítica -de por sí, legítima- a la política israelí en los territorios ocupados, articulada en términos antisemitas.
-Después del peronismo, ¿qué otras expresiones fuertes de populismo podría usted señalar en la política latinoamericana?
-Las distintas expresiones del populismo clásico se registraron entre los años 20 y los años 50 del siglo pasado. Con la revolución cubana, la alternativa revolucionaria atrajo a varios sectores sociales, mientras que las elites dominantes alentaron a las fuerzas armadas a acabar con todo movimiento "peligroso" para el orden establecido, incluyendo los movimientos populistas de carácter reformista. En los años 90 los cientistas políticos hablaron del "neopopulismo" de Carlos Menem o de Alberto Fujimori. Sin embargo, se trataba nada más que de una adopción del estilo populista, pero sin el contenido social que lo había acompañado. Al contrario, estos líderes adoptaron el neoliberalismo, que para mí representaba lo opuesto al populismo clásico. Sólo en los últimos años podemos hablar del renacimiento del populismo, aunque con otros matices, y su expresión máxima sería el gobierno liderado por Hugo Chávez en Venezuela.
-¿Qué consecuencias le trajo a la Argentina la irrupción del peronismo populista?
-El populismo no fue, necesariamente, negativo. Era la protesta de los grupos excluidos y marginados que exigían la redistribución del poder en la sociedad en beneficio de la mayoría. La necesidad de hallar una solución no violenta a la cuestión social mediante la incorporación política y la integración social de las masas constituyó la esencia del populismo latinoamericano. El populismo daba preeminencia al Estado en las cuestiones sociales y económicas para evitar distorsiones y garantizar el progreso, aunque sin ningún propósito de cuestionar el principio de la propiedad privada capitalista. El problema residía en el autoritarismo que caracterizaba a la mayoría de los líderes populistas. A menudo crearon una falsa ecuación según la cual el pueblo y el movimiento populista eran sinónimos y por lo tanto cualquier oposición al gobierno populista se tildaba de antipueblo y antipatria.
-¿A qué se debe que tantos argentinos vivan en Israel? Las estadísticas de este país hablan de 80.000 sobre un total de 120.000 latinoamericanos.
-La mayoría de los judíos argentinos han preferido quedarse en la Argentina. Sólo una minoría ha optado por emigrar a Israel. Algunos lo hicieron, sobre todo en décadas anteriores, por motivos ideológicos, pero no cabe duda de que en los últimos años ha primado la motivación económica. En general, la integración social, económica y cultural de la mayoría de los inmigrantes argentinos ha sido tan exitosa que algunos investigadores los han llamado "la comunidad invisible".
-Las clases impartidas obligatoriamente en hebreo, ¿forman parte de una política de cohesión del Estado judío hacia quienes se acogieron a la ley del retorno?
-A diferencia de los EE.UU., el Estado de Israel ofrece a todos los nuevos inmigrantes clases de hebreo para facilitar su inserción en la sociedad israelí. Sin embargo, ya no se nota ninguna presión para que la gente abandone su lengua madre y es muy frecuente escuchar en las calles el castellano con acento argentino. De hecho, el castellano es uno de los idiomas que gozan de mayor popularidad en Israel.
-¿Cómo es la vida universitaria en Israel?
-La vida universitaria en Israel se basó durante varias décadas en el modelo europeo, pero en los últimos años se ha ido asemejando al modelo norteamericano. Los estudiantes israelíes normalmente llegan a la Universidad con una edad algo más avanzada. La mayoría primero termina el servicio militar obligatorio y, por lo tanto, empieza los estudios para la licenciatura con 22 o 23 años. Eso también supone ciertas ventajas, porque llegan más maduros y toman más en serio sus estudios.
-Es altísima la cantidad de judíos que han obtenido el Premio Nobel. ¿A qué lo atribuye?
-En efecto, el número de judíos que han obtenido el Premio Nobel llama la atención y es fuente de orgullo para muchos. Pero no tiene que ver con la biología ni la genética, sino con un ethos elaborado por los judíos en la diáspora.
-¿Israel es el puente entre Oriente y Occidente o el frente donde terminan chocando etnias, culturas y religiones?
-Desafortunadamente, en un contexto regional o internacional, Israel hoy en día no sirve como ningún puente. Sin embargo, en el contexto interno, sí constituye un punto de encuentro que reúne a distintas etnias, culturas y en cierto grado, también religiones. Cabe esperar que una vez que lleguemos a un mejor entendimiento con nuestros vecinos musulmanes, Israel pueda servir para acercar a Oriente y Occidente y contribuir así a reducir las tensiones en la escena internacional y fomentar el desarrollo de la cuenca del Mediterráneo.
-¿Cómo se vive en una sociedad donde a cada momento puede estallar una bomba?
-El género humano tiene esta capacidad casi incomprensible de adaptarse a las peores circunstancias. En los últimos años, la sociedad israelí ha mostrado un grado admirable de resistencia y ha seguido adelante con su vida diaria, a pesar del terrorismo. Eso no quiere decir que los individuos no paguen diariamente un precio psicológico por vivir en estas circunstancias. Me parece que la sociedad israelí se ha cansado de soportar este permanente estado de guerra y está dispuesta a apoyar una retirada unilateral de la mayoría de los territorios ocupados en 1967, si no encontramos un socio palestino con quien negociar un acuerdo.
-A partir del recrudecimiento del conflicto de Medio Oriente, ¿coincide con quienes afirman que la tercera guerra mundial ya ha comenzado?
-Los que hablan de la tercera guerra mundial lo hacen para justificar sus políticas agresivas y los enormes presupuestos militares de que disponen. Es cierto que la creciente desigualdad entre naciones y dentro de muchos países provoca tensiones de todo tipo, pero la solución pasa por la adopción de políticas sociales más avanzadas y diplomacias más progresistas.
-¿Por dónde pasa el eje del conflicto? ¿Por un choque de culturas, como lo dice Samuel Huntington?
-El reciente libro de Huntington sobre la inmigración de habla hispana en los Estados Unidos pone al descubierto los motivos detrás de su libro anterior sobre el choque de civilizaciones. Todo este discurso tiende a demonizar a muchas sociedades. El conflicto de Medio Oriente es ante todo una lucha entre dos movimientos nacionalistas, el palestino y el sionista, en torno de un pequeño trozo de tierra. Después de varias décadas de conflicto, parece que se ha abierto una brecha entre el discurso de los líderes y los deseos populares. Por lo tanto, un acuerdo me parece posible, siempre y cuando las dos sociedades elijan a líderes que estén dispuestos a la convivencia. En este contexto, el triunfo de Hamas tiene que ver con muchos factores que son, no necesariamente en orden de importancia, la corrupción entre los dirigentes del movimiento Al-Fatah, la obra social que realizan, la creciente influencia de los fundamentalistas en el mundo musulmán y la política israelí, que no hizo lo suficiente para reforzar la posición de Abu Mazen.
-Henry Kissinger dijo alguna vez que el conflicto israelí-palestino no tenía solución. ¿Coincide?
-El legado de Kissinger no lo convierte necesariamente en el mejor consejero para alentar procesos de paz y negociación. Es precisamente este tipo de discurso el que pone más obstáculos en el camino del mejor entendimiento entre israelíes y palestinos. Con su formación original de historiador, Kissinger debería haber sabido que muchos conflictos históricos que parecían insolubles se resolvieron al cambiar las circunstancias internas o externas. Me pueden acusar de ingenuo, pero toda mi actividad académica y pública está inspirada en esta fe en la convivencia y el entendimiento mutuo.




